Por Ricardo Pose
Desde el gobierno se celebra y no sin razón, que en lo que va del año 2022 en la actuación del Ministerio del Interior, Prefectura y la Dirección Nacional de Aduanas se llevan incautados 3.548 kilos de Cocaína.
La cifra con estar lejana a las 12 toneladas incautadas solo en el 2019 habla de un esfuerzo importante de las fuerzas de seguridad del Estado.
La última incautación también en el Puerto de Montevideo, fue de 653 kilos de cocaína en un valor estimado de U$S 25 millones.
Aplauso, medalla y beso.
Desde el 2020 a octubre del 2022, según cifras del Ministerio del Interior se incautaron 2.266 kilos de Pasta Base y solo en el 2022 lo incautado asciende U$S 17 millones y U$S 682 mil en efectivo.
Sabido es que la falta de presupuesto para la adquisición y mejora de los escáner para los contenedores hace que el Puerto de Montevideo sea un queso, y como se viene insistiendo, Uruguay y en particular esas “ventana al mar” es una zona de tránsito de la droga.
Pero quisiéramos detenernos en un detalle que quizás por su obviedad, se suele prestar poca atención.
La droga es transportada en esas cantidades en el tráfico de productos como soja, maíz, carne y otras producciones agropecuarias.
Tal vez sea más sencillo camuflarlas entre esa mercadería que en la de automotores o electro domésticos, tal vez la lógica de que sean productos perecederos e impongan una necesaria inmediatez de movimientos, es lo que lo hagan los productos seleccionados.
Pero lo cierto es que toda esa producción es la que ha aumentado y al decir del Presidente Luis Lacalle, pertenece a los Malla Oro de la economía uruguaya.
No vamos a caer en el infantilismo de asociar esquemáticamente la producción, comercialización y traslado de esa mercadería entre los Malla Oro y los narcotraficantes, pero algo pasa.
En Uruguay comparado con la región y a pesar de su crecimiento en los últimos años, tenemos “mallitas oro”; muchos de ellos van a tracción de las grandes multinacionales empresas de producción de soja, carne y granos.
Cuando Inteligencia policial realizó a cabalidad su trabajo, llegó a identificar que buena parte de la droga que se tira o levanta no se hace en las pequeñas chacras de Canelones, sino en algunas estancias del interior del país.
La última incautación tenía como ruta desde Paraguay hasta San Petersburgo en Rusia, previo pasaje por el puerto de Amberes en Bélgica.
Pero hasta el momento, por lo menos públicamente, los hilos se cortan en los transportistas.
Salvo el caso del productor sojero de Soriano Gastón Murialdo y dos o tres más, la identidad de los involucrados se mantiene en reserva.
Es hora de recodar aquél ejemplo que usaba un viejo sabueso policial con respecto al avistamiento de arañas; cuando nos cruzamos con una, en el entorno posiblemente no visible de dos metros, hay otras cinco arañas.
Que Uruguay ha flexibilizado los controles y no cuenta con personal suficiente por ejemplo en la SENACLAFT, ya no es noticia.
Que salvo lo relacionado con quienes integran el elenco de lo público, cualquier investigación se topa con los derechos que rigen y de cuales gozan en la propiedad privada, tampoco.
Que la flexibilidad en los controles se da bruces con el Secreto Bancario, es una realidad difícil de sostener.
Es que en términos de negocios, el tráfico de droga es tan rentable como el buen momento porque el que pasan los productores agropecuarios y sobre todo el sector agro exportador y también entre los productores y comerciantes de droga, hay Mallas Oro.
La incidencia de las redes del gran narcotráfico no solo corrompe a las instituciones públicas, compra sus funcionarios, contamina los organismos de seguridad; también se aprovecha de la cobertura brindada por ese respeto sagrado a quienes producen en su propiedad privada y encuentran, al menos en facilitar el traslado, un nuevo e importante rubros de ingreso.