Por Rolando W. Sasso
Hace unos días, el 14 de marzo, celebramos los 38 años de la liberación de los últimos presos políticos. Por fin la larga noche llegaba a su ansiado término, la lucha popular con las consignas de “nunca más dictadura” y “amnistía general e irrestricta” le puso el punto final. Se iniciaba otra lucha, con otros métodos, con sangre y músculos jóvenes. Se delineaban dos formas de ver nuestra sociedad y las políticas necesarias para salir adelante. Renacía la esperanza.
A los festejos por la liberación alcanzada sucedieron los desvelos por cómo parar la olla. Los reencuentros de las parejas inducían a construir el nido y para muchos la búsqueda de trabajo se convirtió en una lucha de todos los días. Pelea como la que vivía normalmente el pueblo de a pié, que debía resignarse a trabajar en negro, en trabajos eventuales o con contratos por tres meses y salarios de hambre.
Fueron creciendo la desocupación, Ios cantegriles, la violencia; fue entrando la droga y los muchachos limpia vidrios en los semáforos por una moneda. Crecieron los conflictos laborales y la lucha por el boleto estudiantil y mejores condiciones para estudiar o trabajar. Entretanto en la vereda de enfrente crecían las ganancias y engordaban las billeteras.
No surgió de la dictadura un solo Uruguay, con oportunidades para todos como decían algunos compatriotas en campaña electoral; en cambio se profundizó la miseria para más de medio país y la bonanza para algo menos del otro medio. Son los oligarcas (o si al lector no le agrada la palabra puede llamarles “los malla oro”, o tal vez los explotadores, para ser más gráficos) que se llenan los bolsillos mientras el peón suda la gota gorda.
Esto se vio reflejado en las elecciones que cada cinco años coronaba al demagogo más convincente o al que prometiera más al pobrerío, sin olvidarse de tranquilizar a los inversores. Pobrerío que apoyaba al caudillo a cambio de unos bloques, un par de chapas o una chorizada. Pese a todos los esfuerzos regresivos, el Frente Amplio con su planteo de cambios se acercaba cada vez más: en la campaña de 1999 alguien dijo que en cinco años acá gana el Frente.
Y ganó nomás, con un programa de centro que aunque tibio, tocó a los grandes con el IRPF efectivizando la consigna de “que pague más el que tiene más.” Y de esa manera gobernó la coalición de izquierdas por tres períodos consecutivos concretando los cambios prometidos, como la reforma de la salud, la ayuda social, la creación del Mides, el Plan Ceibal y el empuje para la construcción de viviendas, como tantas otras medidas populares. Pero no alcanzó, la gente quería más y mejor reparto de la torta. En el tercer gobierno el Frente no convenció y en la campaña electoral no se presentó un programa de gobierno que persuadiera al ciudadano.
La derecha creció como lo viene haciendo en todo el mundo y se organizó en una coalición para ganarle al Frente, sin otro programa que cambiar algo para no cambiar nada y asegurándole a los “malla oro” el mantenimiento de sus privilegios. Cuentan para intentar reelegirse en el 2024 con el apoyo de los grandes medios de difusión.
En conclusión, si los pobres votan a sus explotadores y no cambian la pisada para sumarse a las mayorías populares, será muy difícil que las fuerzas progresistas puedan alcanzar la presidencia. La diferencia no estará en quien prometa ser el menos malo, ni en gobernar para todos; la discusión se dará entre quien presente el mejor candidato y el mejor programa para los cambios de fondo. Tal vez el Frente Amplio pueda encarar las transformaciones desde los cimientos que el país y su gente necesitan. Es la nueva esperanza.
En su momento no pudimos hacer la revolución que soñamos, hoy podemos administrar mejor el capitalismo, concretando una vida mejor y más justa para todos, especialmente para los más infelices. Podemos poner el acento en los niños que son presente y futuro. Llenarle la panza a esos chiquillos es repartir mejor la torta sin esperar que el derrame (que nunca llega a los necesitados) haga la magia de multiplicar panes y peces. Podemos construir un país con justicia social y un horizonte de posibilidades para todos. Para que no nos mientan más habrá que trabajar con el objetivo de volver a ganar las próximas elecciones nacionales y concretar el anhelo de una “Patria para Todos”.