Se ha roto un paisaje, ha muerto Alejandro Hamed Franco

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Por José Antonio Vera

Hoy, en este fin de abril, cuando una pertinaz lluvia me convocó a emprender una segunda lectura del muy trabajado libro de investigación académica, «Los árabes y sus descendientes en Paraguay», me llegó la triste noticia del fallecimiento, en Uruguay, su segunda Patria, de su autor, Alejandro Hamed Franco.

Una dolorosa, inmensa pérdida para los pueblos que luchan para emanciparse, desde el Continente Americano, hasta los confines asiáticos y, de manera muy especial, de la Palestina, invadida y desgarrada por la acción genocida del sionismo israelí, y por la complicidad hipócrita de las grandes potencias, esas mismas que, un día, condenaron el apartheid y hoy lo sostienen.

Alejandro, desde muy joven, estudió Ciencias y Humanidades en Montevideo y, de regreso a su Paraguay natal, se consagró Doctor en Historia en la UNA, pasando a ejercer la docencia en varias instituciones de enseñanza superior, en Asunción y ciudades del interior, formando jóvenes en el pensamiento crítico, en medio de la represión de la tiranía estronista.

Ejerció el periodismo, radial en especial, fue coordinador de varios proyectos de la UNESCO para Paraguay, Uruguay y Chile.

Ingresando a la diplomacia, destacó como primer Embajador de su país en el Líbano, Siria, Qatar y Kuwait. Luego, representante de Paraguay ante la ALADI-MERCOSUR y Canciller Nacional en el gobierno presidido por el ex Obispo Fernando Lugo.

Trabajador incansable, en distintas áreas artísticas, en el debate ideológico, en su admirable tozudez de hilvanar las culturas arabo-americanas, con una infinita tolerancia ante las diferencias subjetivas y doctrinarias, desde El Corán a la Biblia, advertido quizás por Paul Valery que, «En Occidente, el saber se transforma en poder, mientras que en el Oriente, en sabiduría».

Alejandro Hamed, hizo suyo, algo adaptado, el verso árabe me inyectó con la sangre toda el alma del Oriente, y si habló en castellano, pienso y sueño en guaraní

De inmediato a conocerse la infausta noticia, un amigo libanés me preguntó si «existe en la naturaleza algo que pueda explicar por qué muere tanta gente digna, decente, útil para la sociedad, frente a tan pocos individuos explotadores, mezquinos, angurrienta, torturadores, criminales, que siguen gozando de la vida”

Millones y millones de personas, continúan muriendo en el mundo, combatiendo esas maldades y, otras que son muchas, víctimas de las guerras que lanza el Poder enemigo del bienestar humano.

Hace 11 siglos, dijo un poeta anónimo, árabe andaluz, que tanto gustaba recitar Alejandro y, que en este día de luto, se hace carne:

 

Se ha hundido el sol

Casi ha cesado el viento

Y la luna es apenas el filo

De una moneda de plata.

 

Kuarahy oñapymi

Ocalmave ybytu

Rehecha yasy pyahu

Icarapá poí-mi

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