Por Ricardo Pose
Huelgan justificaciones de porque en nuestro sistema político partidario de listas cerradas, (es decir una lista que se cuece en el horno de los grupos políticos) aceptamos ese extraño criterio de representación por la cual, los candidatos a senadores que elegimos asumimos que parte de esa oferta, abandonará el sitio para el que lo ungimos, para irse de Ministro o Ministra.
Extraño criterio sobre todo en épocas de coaliciones donde el gabinete ministerial lo define el Presidente de la República, llevándose de titular de la cartera, a quien elegimos para parlamentar.
Lo mismo sucede cuando unos escalones más abajo en nuestro sistema parlamentario, el ungido como ministro es diputado.
Sin embargo calavera no chilla; ser designado Ministro es para cualquier grupo político un premio mayor, una cocarada brillante y vistosa, aunque el designado estemos convencido era más útil hablando y levantando o manteniendo la mano baja.
Llegar a ocupar una banca en el parlamento implica haber recibido el apoyo popular, aunque esto es una verdad a medias, porque en otro de nuestra extraña forma de designar representantes, entran de senadores o diputados los “arrastrados” por el caudal electoral de los primeros lugares de la lista o los acuerdos políticos.
Es bueno recordar que supimos tener un senador (Yamandú Fau) que obtuvo un solo voto.
Castigos y premios
Los temas anteriormente descriptos forman a nuestro entender parte del estertor, la agonía, la debilidad del sistema republicano entendido como originalmente fue concebido.
Y lo ocurrido con la ex Ministra de Vivienda Irene Moreira, es como haberle enchufado el respirador artificial.
Pedida su renuncia por el Presidente Luis Lacalle luego de las gestiones de adjudicación de vivienda a militantes de Cabildo Abierto, luego de una breve pero intensa tormenta puramente eléctrica, la esposa del Senador Manini Ríos, volvió a su banca parlamentaria.
Tratando de ser justos digamos que obra en favor de Moreira un antecedente que no permite que el muerto se asuste del degollado.
El ex ministro de turismo Germán Cardoso que debió renunciar a su cargo luego de unas extrañas y suculentas adjudicaciones de publicidad estatal a una empresa fantasma, volvió con el caballo cansado, a ocupar su lugar de diputado.
Algunas voces me han querido convencer que tanto en un caso como en el otro, son lugares que se ganaron con el voto de la gente.
Pero hasta donde puedo llegar a comprender la apuesta de los votantes colorados y cabildantes en sus respectivas elecciones, me cuesta imaginar que en su elección estuviera otorgar un cheque blanco para llevar adelante gestiones reñidas con la ética en la función pública.
Irene Moreira no se luxó un tobillo entrando al Ministerio de Vivienda y por esa incapacidad debió abandonar su responsabilidad, como Cardoso no se pasó de bronceado y por la piel llagada debió volver al anexo del palacio de mármol.
En ambos casos hubo procedimientos de gestión reñidos con la ética.
Una diástole republicana hubiera sido seguir el ejemplo del ex Ministro de Desarrollo Social que pedida la remoción de su cargo volvió a su casa y responsabilidades personales.
De lo contrario hay que concluir que cuando votamos a alguien para ser legislador, le otorgamos una suerte de seguro, un recule institucional y sobre todo, mirando los ingresos económicos de la mayor parte de la sociedad uruguaya, un buen salario y portentosa jubilación.
En el imaginario colectivo se consolida el descredito de la actividad política; pero en algún momento los “republicanos” deberían tomarle el pulso al sistema republicano, ese que aseguraba que la suerte de un político caído en desgracia, fuera la misma de cualquier empleado público o trabajador.
Aunque no haya sido de todo justo, fue un acto republicanamente ejemplarizante que un vicepresidente renunciara por la compra de un short de baño, algo que a la luz de la adjudicación directa de viviendas o de publicidad oficial, parece un infantilismo republicano.