Por Colectivo Histórico «Las Chirusas»
La teoría de los dos demonios es una explicación de la Dictadura cívico-militar uruguaya en la que se presenta a la sociedad como víctima de dos fuerzas enemigas: la guerrilla y los militares, y en esta lucha el golpe de Estado sería una lógica inevitable de este contexto.
Desde el punto de vista académico, ya fue rebatida por Carlos Demasi en un escrito titulado Un repaso a la Teoría de los Dos demonios, donde claramente muestra que su construcción es post-facto, que es una explicación y no un marco descriptivo. Que no menciona actores trascendentes como Juan María Bordaberry y su discurso televisivo del 27 de junio. Además, el Diario Acción, dirigido por Jorge Batlle y con Julio María Sanguinetti en la Subdirección, pocos días antes del golpe de Bordaberry, se hizo eco de las denuncias de torturas en el cuartel de Paysandú. No se justificaban esas prácticas porque ya había terminado la lucha contra la sedición.
Incluso Demasi remarca que, Sanguinetti, semanas después del golpe, en el diario La Opinión de Buenos Aires, mostraba más golpista a Bordaberry que a los propios militares. Dentro del espectro político en 1973, ni la derecha ni la izquierda hacen mención al golpe de Estado como resultado de un choque entre fuerzas antagónicas, sino como la acción de un Presidente golpista.
Demasi remite la creación de la teoría de los dos demonios a los militares, como consecuencia lógica de la Doctrina de Seguridad Nacional, donde el golpe es presentado como una necesidad ante la debilidad, complicidad y corrupción de los partidos políticos que hacía posible el surgimiento de una guerrilla. Asimismo, indica que esta es la lógica de Bolentini en el debate televisivo por el Plebiscito de 1980, y que Enrique Tarigo dejaba claramente establecido que el éxito en derrotar a la guerrilla no era justificación para el golpe posterior.
Entonces … ¿a quién beneficia esta teoría?
Del Plebiscito de 1980 podríamos obtener dos lecturas: una optimista de que “El Pueblo” derrotó la Dictadura en las urnas; y otra pesimista que la Dictadura gozaba de gran arraigo ya que fue votado por el casi 43% de la población y que contó con apoyos importantes hasta la crisis de la deuda en 1982. Ese mismo año, en las elecciones internas, los sectores que apoyaron al golpe obtuvieron cerca de un 20% del electorado, cuando la Dictadura empezaba a perder apoyos en muchos sectores de la sociedad.
En el momento del golpe no se vislumbraba ninguna tensión entre los hacendados y los militares. Las fuerzas armadas habían eliminado la amenaza de subversión y representaban una garantía de que derechos y privilegios de la propiedad serían respetados; y era esperable un desarrollo de políticas más favorables al sector rural. Pero, para el año 82, los hacendados estaban muy endeudados y, con la crisis de la tablita, la situación económica general se hacía insostenible y el número de descontentos crecía.
Como toda crisis, provocó una fuerte tendencia a la concentración del capital. Los grandes capitales nacionales de origen agrario, industrial, comercial y financiero, se hicieron de enormes ganancias en el circuito especulativo. Varios cambios en las relaciones de propiedad fueron los aspectos de la desnacionalización de la economía uruguaya y su expresión más importante fue el notable incremento de la deuda externa. El sistema financiero había sido uno de los grupos de interés más beneficiados y cuando la especulación puso en peligro la estabilidad, las cuantiosas pérdidas fueron transferidas al Estado.
Con la salida democrática a la vista, vastos sectores conservadores debían descargar su responsabilidad en esta Dictadura cívico-militar, justo en el momento en que “todos” debían aparecer como opositores, pero había opositores desde el inicio y opositores recién llegados. Los partidos políticos debían explicar su falta de reacción, su incapacidad para articular una oposición férrea y hasta, en el caso de algunas de sus figuras, la abierta colaboración. En este escenario la Teoría de los Dos Demonios era la explicación perfecta y no simplemente servía para desligarse cómodamente de sus omisiones, sino permitía identificar a la izquierda con la sedición y ya de paso la culpable del golpe. Además esto liberaba de culpa a una gran parte de la población que vio en el golpe de Bordaberry una salida satisfactoria y que, en muchos casos, colaboró con el aislamiento de la Huelga General.
¿Y los Partidos Tradicionales?
Esta teoría le permite al Partido Colorado no tener la necesidad de una autocrítica. Cuando a 40 años del golpe el representante colorado Ope Pasquet reconoció, en la Asamblea General, la necesidad de aclarar la responsabilidad del Partido Colorado en los hechos de 1973, fue defenestrado públicamente por Jorge Batlle. En notas de junio de 2013, Batlle se despachó con un título en El Observador: “Nunca he visto un imbécil más grande”, además la nota cataloga de títere a Bordaberry, casi eximiéndole del golpe.
Colorado era Jorge Pacheco Areco que apoyó el SI en el Plebiscito de 1980 y permaneció como embajador durante 9 años de los 13 años de Dictadura. Colorado era Walter María Belvisi, quien colaboró con la Dictadura en el cargo de Intendente de Paysandú, además de integrar el Consejo de Estado. También Alberto Demicheli, que tuvo el desagradable honor de participar en dos dictaduras, ambas decretadas por el Partido Colorado, participando en una Junta de Gobierno como asesor del dictador Gabriel Terra y ocupando la Presidencia del Consejo de Estado en tiempos de Bordaberry, además de ocupar la Presidencia de facto entre junio y setiembre de 1976, firmando el Acto Institucional N.º 1 que suspende la convocatoria a elecciones. Colorados también fueron Juan Carlos Blanco Estradé en el Ministerio de Relaciones Exteriores y luego como embajador en la ONU; Oscar Víctor Rachetti en la Intendencia de Montevideo; Alejandro Végh Villegas como Ministro de Economía y como consejero de Estado; Pedro Washington Cersósimo; Wilson Craviotto; Pablo Millor…por nombrar algunos de los más (tristemente) notables.
Tampoco sale bien parado el Partido Nacional. Para empezar podemos nombrar a Martín Recaredo Echegoyen, Presidente del Consejo Nacional de Gobierno en 1958, supo ocupar el cargo de Presidente del Consejo de Estado en 1973, fallecido en 1974 y sepultado con honores de Jefe de Estado durante la Dictadura. Otra figura es Aparicio Méndez, Ministro de Salud Pública en los gobiernos blancos y quien en 1971 presentó un alegato de impugnación de los comicios por supuesto fraude, en 1976 es designado Presidente de facto por el Consejo de la Nación y asumió la nada democrática tarea de proscripción política de 15.000 ciudadanos. También colaboró como Consejero de Estado, Domingo Burgueño Miguel, luego elegido Intendente por Maldonado; Juan Antonio Chiruchi, que a comienzos de los años ochenta se desempeñó como Intendente municipal interventor de San José; Juan Carlos Payssé, que pasó de secretario político de Wilson Ferreira Aldunate a Intendente Municipal de Montevideo y luego, en las elecciones de 1984, integró una fórmula presidencial del Partido Nacional con Cristina Maeso; Alberto Gallinal Heber que apoyó el SI en el Plebiscito de 1980…todos del Partido Nacional.
Las responsabilidades no sólo abarcan a la política, también el apoyo alcanzó a la Prensa y los periodistas. Ejemplo de ello son los editoriales del diario El País que, en 1980, argumentaban a favor del proyecto de reforma constitucional materializado en el voto por el Si en el plebiscito. Igualmente se pueden recordar editoriales en defensa de la Dictadura a lo largo de varios años. Como periodista se puede nombrar a Danilo Arbilla, director del Centro de Difusión e Información de la Presidencia de Uruguay durante el mandato de Juan María Bordaberry, cargo al que recién renunció a fines de 1975. Mientras se desempeñó como jefe de prensa de la dictadura, se efectuaron numerosas clausuras de medios de comunicación y muchos periodistas fueron encarcelados y torturados. Otro caso es el columnista en el diario El País, Ricardo Reilly Salaverry que, en 1973, durante la Dictadura cívico-militar fue nombrado suplente del Consejo de Estado.
Por lo tanto, la nada heroica actuación de varias de las figuras partidarias en tiempos de Dictadura cívico-militar, son las que alimentan la vigencia de la Teoría de los Dos Demonios. A la salida de la Dictadura, los partidos tradicionales pueden reconciliarse con las Fuerzas Armadas y la Teoría de los Dos Demonios servía para encontrar una justificación a la actuación de los militares y los políticos tradicionales encontraban argumentos para excluir sus responsabilidades. Y, por el mismo precio, traspasar las responsabilidades a sus adversarios de izquierda.