Por Griselda Leal Rovira
Desde tiempos inmemoriales en diversas partes del mundo ha habido reyes, reinas, príncipes y cortesanos, supuestamente fueron designadas familias por mandato divino y se han seguido sucediendo generación tras generación hasta nuestros días.
Con motivo de la coronación del rey Carlos III de Inglaterra el tema se ha puesto en el tapete.
Tras el reinado de 70 años de su madre, ha recibido la corona, no teniendo otro mérito personal que ser el heredero, aunque no es una persona que goce de la simpatía de buena parte de sus súbditos y del público en general. Incidentes ocurridos con su primera esposa, la princesa Diana, sin duda fueron un elemento de peso para la falta de aprecio, sumado a un sentimiento similar con respecto a su actual esposa la reina Camila.
Desde niño, Carlos fue criado de una manera especial, formando un ser humano convencido de ser superior, falto de empatía, al igual que otros niños de la familia real, inclinados a sentir desprecio por el resto de los ciudadanos, convencidos de tener derecho a toda clase de privilegios y lo peor es que la cadena no se ha cortado.
Ostentan enormes fortunas, heredadas de generación en generación, producto del trabajo de los pueblos (que en muchos casos los idolatran), pero también del trabajo esclavo, la explotación y el saqueo, no sólo de su propio territorio, sino también de regiones alejadas que formaron parte de su imperio, como ocurrió con la India, desde 1772 hasta 1947.
África le reclama el diamante mas grande del mundo que fue fragmentado para adornar la corona y el cetro, Egipto, Armenia y Grecia piden la devolución de ocho millones de piezas de valor artístico y cultural entre los que se destaca la piedra Rosetta, reclamada desde el 2003 y de la que enviaron una réplica y tiene impresos jeroglíficos para descifrar, Chile reclama un Moair de la isla de Pascua, así como reliquias budistas, manuscritos antiguos, esculturas del Partenón y muchos más, todos estos valores fueron extraídos de sus territorios como botín de guerra.
Las fortunas de estas familias son enormes, como la de España, en base a regalías y estafas y la de Inglaterra, que cuenta con unas 30 propiedades, entre castilos, palacios y fincas repartidos a lo largo y ancho de Inglaterra, Escocia e Irlanda, a eso hay que agregarle enorme cantidad de fincas forestales, explotaciones mineras, obras de arte, joyas, caballos, etc.
También hay que tener en cuenta que fue el gobierno de Inglaterra y en particular la reina Isabel I quien de alguna manera apadrinó la instalación de colonos en territorios que hoy forman parte del gobierno de los Estados Unidos, fundando trece colonias británicas en el año 1776, creando un estado bajo leyes masónicas.
Tengamos en cuenta que los colonos no se mezclaron con los nativos, como así ocurrió en otras regiones de América Latina.
Pero dejando de lado estos elementos hoy tenemos un enfoque político más importante.
Para quienes vivimos en un país regido por la democracia, más allá de sus defectos, nos parece inverosímil que en el mundo siga habiendo reinados, y no es el único, tenemos los casos de España, Bélgica, Holanda, Suecia, Japón, Finlandia, Jordania, Arabia Saudita, Emiratos Árabes etc.
En general, todas las familias reales están emparentadas, y con eso consolidan aún más su poder.
Pero sin duda el Reino Unido se destaca por el hecho de haber sido un gran imperio que aún hoy incide de alguna manera en países y una cantidad de pequeñas islas desparramadas por el mundo.
El día anterior a la coronación, Carlos se reunió con los jefes de gobierno de la Mancomunidad de Naciones Británicas, 54 países que en el pasado fueron colonias inglesas y siguen compartiendo lazos históricos.
Pero en la actualidad hay varios de ellos que han manifestado querer separarse definitivamente, que son: Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Antigua Barbuda, Bahamas, Belice, Granada, Jamaica, Papúa Nueva Guinea, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía y Las Granadinas.
Los tiempos han cambiado y hoy las nuevas generaciones no son tan sumisas.
Al ver la suntuosidad de la ceremonia de coronación, nos parece que retrocedemos en el tiempo ante tanto despliegue de brillo, riqueza y despilfarro. Un carruaje como el de Cenicienta, bañado de oro y tirado por caballos, pajes con atuendos medievales, ropajes con bordados ostentosos y brillantes y con sombreros emplumados, joyas auténticas y muy valiosas y lo peor, un presupuesto tremendo de puesta en escena, mientras buena parte de su propio pueblo está sufriendo una crisis como no se producía desde hace muchos años.
No sólo homenajean al nuevo rey de 74 años. Recordemos que el rey Enrique VIII, en 1519 decidió cortar relaciones con la iglesia católica, a causa de su deseo de querer divorciarse de su esposa, quien no le daba un hijo varón, para casarse con Ana Bolena, de allí en más cada rey o reina ha sido el Líder Principal de la iglesia Anglicana.
La solemnidad del ritual de coronación que es visto como sagrado (para muchos puede ser chocante o hasta ridículo), es cuando el obispo de Canterbury, Líder Espiritual de la iglesia de Inglaterra unge al Rey, oculto por una pantalla, con la mano sobre la Biblia, en el momento en que supuestamente hace el contacto con Dios, y es bañado con un óleo, llevado desde Jerusalén, como es tradición de la iglesia, prestando juramento y acompañado por una salva de trompetas. El obispo le coloca la corona y jura lealtad al nuevo Rey.
Paralelamente, los escándalos se dan, y no son ni más ni menos como los de cualquier familia, con sus amores y desamores, peleas y reconciliaciones, intereses y disputas, la diferencia radica en que ellos son muy mediáticos.
Es una cadena que sólo el pueblo puede cortar.
Cada ser humano nace con una matriz que el medio y la educación moldean, no debemos tener prejuicios al calificar a las personas, pero tampoco idolatrar a quien nace con privilegios, sean cortesanos, art