Todavía seguimos escasos de conclusiones

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Por Carlos Pereira das Neves

Aunque la falta de hoy sigue sin ser por la ausencia misma, sino por la multiplicidad. Demasiadas síntesis, todas más importantes que las otras, por ende, ninguna más importante que la otra. La importanCIA sigue perdiendo ante la primiCIA, ¿tendrá algo que ver la CIA?

Hace tiempo que vengo maquinando, alrededor de esa reflexión primaria y necesaria del “¿qué podremos mejorar?”, intentando descifrar ¿porqué nos cuesta tanto juntarnos en un proyecto común todos los marginados, los trabajadores, los militantes de izquierda y los militantes de la vida, esos que quieren colaborar con lo que pueden y no con lo que nosotros esperamos de ellos?

Es muy cierto, desde lo ingenuo del planteo hasta la molestia que provoca, que nada aportaremos a un cambio general o -por lo menos- a revertir la tendencia fascista mundial, regional, local, si pretendemos justificar nuestras decisiones con el supuesto de estar sosteniendo la menos mala de las opciones. Pero, pasar por alto las condiciones y las condicionantes que permiten, que gestan y que enmarcan el rumbo de lo posible, es librar al azar nuestra voluntad transformadora. Es propagar un error en una lucha desigual en la que estoy perdiendo, es hipotecar hasta la propia idea del cambio.

Entorno

El poder nunca tuvo una sola forma, un solo nombre, una sola expresión. Sobre vuela los conflictos a la espera de que una de las partes aproveche una ventaja predeterminada para imponerse como lógica incuestionable, como si se tratara de una cadena trófica, un designio que no hay que entender sino aplicar. El poder como una realidad inmaterial, tangible en cada una de las relaciones de las que somos parte, genera esa falsa ilusión de que por un instante ya no somos explotados. Y el sub consciente, en su rol de cuidar nuestras contradicciones internas, no nos deja caer en razón de que capaz hasta estamos siendo un poco explotadores.

La inmediatez, tan básica y tan atractiva. Decir, decir, decir, parece ser la lógica. Una lógica destructiva, de sensiblería mediática. Ser los primeros en decirlo, lo que sea. La búsqueda de la primicia mata el acontecimiento, lo condena a la repetición de un afecto, de una falsa sorpresa. El individualismo ha sido, y es, la más chic de las expresiones del aislacionismo. Un cerco programado cuya arma principal de conquista es la sobada continua del ego, que uno no sea capaz de construir en colectivo porque se es demasiado inteligente, comprometido, revolucionario, como para andar perdiendo el tiempo en acuerdos menores. Yo soy el pueblo, yo soy la personificación homogénea de esa masa de diferentes que conforman el pueblo, nadie debiera acumular si no es conmigo. El verdadero acontecimiento nunca es una primicia sino una ruptura.

El inmediatismo puede ser una consecuencia de los que ven cómo se agota su chance sin haber logrado todo o algo de lo que se propusieron, pero también tiene que ver con lo que Marc Augé llama “formas de ubicuidad” y esa ilusión parcial de hacernos creer que estamos en muchas partes al mismo tiempo. La realidad se nos muestra infinita, lo infinito nos sabe a desorden y enseguida nos asalta el deseo de control. No podemos aceptar el mínimo cuestionamiento, primero porque sería exponerse a la idea de que la perfección se encuentre fuera de mí y segundo porque sería una pérdida de tiempo, habiendo tantos temas por seguir resolviendo.

La oportunidad del crecimiento se nos vuelve una dificultad, los deseos de ser se acumulan en montones de preguntas sin respuestas y la excusa comienza a adquirir contenido, con un poco de coloquialismo y el visto bueno de -quienes como yo- creen que se puede mejorar sin cambiar el entorno. La “barra”, esa que nos sobra cuando se vuelve molesta, esa que nos falta cuando nuestra verdad se llena de conceptos sin nadie con quienes compartirlos, mejorarlos. Los que cuestionan, los que discrepan, los que acuerdan, la sola existencia de esos “los” nos interpela. La diferencia pierde la relación de su existencia, es un enemigo en sí mismo, hay que borrarlo del mapa. Cuanto más alto el grito, cuánto más irracional el odio, mejor será el desquite que a esta altura ya ni sé a qué responde.

Ellos y nosotros, ellos

Es un partido entreverado en el que siempre ensayamos la media chilena de culpar a la derecha y a los medios de comunicación, porque el “0 a 0” es el mejor resultado que el status quo está determinado a alcanzar. Casi me veo tentado a decir que Sanguinetti está en la misma, que todo el actual gobierno está en la misma. Es como si tuviéramos un deseo recurrente de odiarlos pero necesitarlos, denostarlos pero leerlos, no darles bola pero basar toda nuestra agenda en función de. Y lo digo desde ese lugar mágico que establece Benedetti, en el que “Uno no siempre hace lo que quiere, pero tiene el derecho de no hacer lo que no quiere”.

No se puede hablar de la izquierda sin hablar de la derecha. Es el espejo de todo lo que no queremos ser y que de tanto mirarlo, nombrarlo, nos sorprende, nos chamuya, nos disuelve. Somos líquido, pero no río, más bien charco, inmóvil, en un sprint hacia la podredumbre. Una síntesis que salteando el enfrentamiento que le proporciona su existencia, atenta contra la existencia misma. Una autocrítica que suena linda, hueca, pero linda. Un recuerdo de lo que fuimos hasta que nos cansamos y empezamos a tapar el sudor con desodorante.

Pero el destino es para los místicos, mientras haya vida habrá lucha, mientras hayan individuos habrán colectivos, mientras hayan miradas habrán correcciones. Porque la única terquedad aceptable no es la del convencido, que ya perdió, sino la del consciente.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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