Por José Ernesto Nováez Guerrero
Este 28 de mayo se conmemoraron 152 años de la sangrienta derrota de la Comuna de París a manos de la reacción francesa y europea capitaneada por Thiers, un fantoche heredero de lo peor del espíritu conservador. Traicionada desde varios frentes y aislada, la Comuna fue incapaz de permanecer y su breve existencia, del 18 de marzo al 28 de mayo, es el esbozo de lo que pudo haber sido un orden nuevo y un gallardo ejemplo del heroísmo con que se baten los pueblos cuando luchan por una causa querida.
La derrota de la Comuna abrió las puertas a la preservación de un orden militarista y autoritario en Europa, que la arrastraría a violentas carnicerías en el siglo XX y dejó importantes lecciones para todas las prácticas revolucionarias futuras.
La Comuna de París
La Comuna es heredera, por un lado, de la tradición comunal medieval francesa, que fue la forma de lucha que adoptaron las emergentes ciudades en contra del mundo eminentemente rural y aristocrático de la Europa de aquellos años. Y es, también, heredera de la tradición revolucionaria francesa que arranca en 1789 y que tiene importantes puntos de continuidad en 1830 y 1848. En estos procesos el proletariado francés apareció con toda su fuerza como actor revolucionario. La traición de la burguesía primero y el régimen del Segundo Imperio determinaron que la Comuna que emergiera en París luego de las jornadas de 1848 fuera de naturaleza totalmente diferente a su homóloga medieval. La Comuna nacida luego de las elecciones del 26 de marzo, resultado del alzamiento de París del 18 de marzo, iba a ser la expresión política de los intereses del proletariado en contra de la burguesía y la aristocracia francesa.
Pero como todo lo nuevo, la Comuna no estuvo exenta de contradicciones. En su seno se encontraban los actores más revolucionarios y también representantes de los estratos medios de la sociedad francesa, e incluso trepadores de diversa ralea, que quisieron ver en el orden naciente una oportunidad para sus intereses personales. Ideológicamente en su seno se amalgamaron las tendencias más progresistas del socialismo revolucionario francés (encarnadas en los representantes de la Internacional, por desgracia minoría), obreros influidos por el proudhonismo, blanquistas, etc.
Durante más de setenta días la Comuna hizo frente al asedio de las fuerzas de la reacción, capitaneadas por el denominado Gobierno de Defensa Nacional, dirigido por el infame Thiers, alojado en Versalles, el cual contaba con el apoyo tácito de las fuerzas prusianas que rodeaban una parte de París y que, si bien no intervinieron directamente en los combates, si prestaron un invaluable apoyo a los conservadores franceses al devolverles gran parte de las fuerzas francesas que permanecían detenidas después de la debacle del ejército francés en la Guerra Franco-Prusiana.
Bismarck, canciller del Reich alemán, dio apoyo político y financiero al gobierno de Versalles, a cambio de la firma de un acuerdo de paz totalmente ventajoso para los alemanes, incluyendo una cuantiosa indemnización cuyo primer pago Bismarck aceptó comenzara a hacerse inmediatamente después de la derrota del París revolucionario.
Durante su corta vida la Comuna debió enfrentar no solo el asedio armado de la reacción, sino también la inmensa campaña de difamación con la cual la cubrieron los grandes medios de toda la Europa monárquica (siempre al servicio del poder en todas las épocas), la traición y sus propias incoherencias y errores estratégicos, que pesaron no poco en el resultado final.
El pueblo francés comenzó a hacerse cargo de su propio destino luego del fracaso de la intentona nocturna del 18 de marzo de 1871. Esa noche el gobierno de la reacción al mando de Thiers intentó quitarle a la Guardia Nacional (nombre que recibían las autodefensas de la ciudad) los cañones que el pueblo de París había pagado mediante suscripción popular para reforzar las defensas de la ciudad durante la Guerra Franco-Prusiana. La Guardia y el pueblo reaccionaron vigorosamente desbandando las fuerzas monárquicas y forzándolas a huir a Versalles. En esas primeras jornadas el pueblo de París tuvo una superioridad moral y militar sobre el ejército de Versalles, en franca desbandada. Lejos de aprovechar esta ventaja y perseguir a las fuerzas de la reacción hasta su definitiva derrota, los parisienses se vieron inmovilizados por la indecisión y dieron a los versalleses tiempo de reorganizarse y fortalecerse. Al iniciarse el cerco por parte de Versalles a principios de abril, la Comuna quedó efectivamente aislada del resto de Francia. Varios conatos de Comunas en diferentes ciudades del país fueron violentamente ahogados por Thiers y sus secuaces o, sencillamente, no llegaron a cuajar por inconsecuencias de sus elementos dirigentes.
El poder en París recayó, en un primer momento, sobre el denominado Comité Central de la Guardia Nacional, el cual lo cedió rápidamente a una Comuna compuesta por representantes electos por el pueblo de la capital en elecciones celebradas el 26 de marzo. Sin embargo el Comité Central no se disolvió y esto determinó parte de la fractura en la toma de decisiones que signó toda la etapa de la Comuna.
Durante todo abril y mayo la Comuna de París debió dar la batalla en absoluto aislamiento en contra de un gobierno de Versalles que se fortalecía con refuerzos provenientes de otras partes de Francia y el apoyo del gobierno prusiano.
Sin embargo, y a pesar de los inmensos retos y contradicciones, la Comuna tomó un importante conjunto de medidas que apuntaban tanto a negar el viejo estado como a dar respuesta a reclamos y anhelos de justicia social que estaban presentes en la clase trabajadora parisina.
Como apuntaba Marx en su excelente análisis de la Comuna escrito como Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores y que luego sería conocido como La Guerra Civil en Francia:
«Pero la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines.»[1]
El orden político nuevo que estaba naciendo debía, forzosamente, deshacerse del corrupto aparato estatal del Segundo Imperio, con su inmensa burocracia, su clase política y todo el andamiaje de represión y reproducción ideológica. Marx apunta:
«Una vez suprimidos el ejército permanente y la policía, que eran los elementos de la fuerza física del antiguo Gobierno, la Comuna tomó medidas inmediatamente para destruir la fuerza espiritual de represión, el «poder de los curas», decretando la separación de la Iglesia y el Estado y la expropiación de todas las iglesias como corporaciones poseedoras. (…) Todas las instituciones de enseñanza fueron abiertas gratuitamente al pueblo y al mismo tiempo emancipadas de toda intromisión de la Iglesia y del Estado. Así, no sólo se ponía la enseñanza al alcance de todos, sino que la propia ciencia se redimía de las trabas a que la tenían sujeta los prejuicios de clase y el poder del gobierno.»[2]
La Comuna, aunque no pudo ser un gobierno para toda Francia, si esbozó un programa nacional. Dicho programa tenía a la Comuna como la forma política que revistiese hasta el la aldea más remota del país. Una milicia popular garantizaría la paz en cada zona y los propios órganos democráticos internos de la comuna se encargarían de legislar y organizar la vida interna. Todos los funcionarios público electos a cualquier nivel serían revocables en cualquier momento cuando incumplieran con el mandato popular.
Entre las medidas de carácter social de la Comuna se pueden destacar la prohibición del trabajo nocturno para los obreros panaderos, la entrega a las asociaciones obreras de las fábricas y talleres que habían quedado inoperantes por el abandono de sus antiguos dueños. También redujo el salario de los funcionarios públicos al nivel del de un simple obrero y convirtió todos los cargos públicos en directamente revocables por el pueblo, en suprema expresión de democracia popular.
La Comuna también mostró una mesura singular frente a los crímenes de Versalles, y si algo se le puede reprochar es su moderación en un combate que, por parte de la reacción, era brutal y descarnado.
Se atacaron los viejos símbolos del militarismo y la monarquía, destacando la destrucción de la columna de la plaza Vendonme, que había sido erigida por Napoleón I con el acero de los cañones arrancados a los prusianos en sus victorias militares.
La propia existencia de la Comuna fue un reto al viejo orden, por eso la reacción se cobró en contra del heroico pueblo parisino la más violenta de las venganzas. Luego de la entrada en París de las tropas de Thiers el 21 de mayo, inició una lucha calle por calle que se prolongó a lo largo de toda una semana. La brutalidad de los versalleses hizo que esta pasase a la historia con el nombre de “Semana Sangrienta”. Las matanzas de defensores fueron brutales. Eran tantos los hombres, mujeres y niños asesinados que París se llenó de fosas comunes y grandes pilas de cuerpos. Insatisfechos con la rapidez de los mosquetes, comenzaron a usarse ametralladoras en los fusilamientos y se buscó con rabia homicida a cualquier líder o simpatizante de la Comuna.
El 31 de mayo, tres días después de someter a París, aún continuaban los fusilamientos. Un aterrado Emile Zolá pudo caminar por las calles de la ciudad y dejó el siguiente testimonio en un diario de la época:
«He logrado dar un paseo por París. Es atroz… Quiero solamente hablaros de los montones de cadáveres que están apilados bajo los puentes. No, jamás olvidaré la horrorosa angustia que he sufrido frente a ese montón de carnes humanas sangrantes, lanzados al azar por los caminos de sirga. Las cabezas y los miembros están mezclados en una horrible dislocación. De la masa, emergen rostros convulsivos… Los pies cuelgan hacia el suelo, y hay muertos que parecen cortados en dos, mientras que otros parecen tener cuatro piernas y cuatro brazos. ¡Oh, lúgubre osario!»[3]
El gran Víctor Hugo, que no era simpatizante de la Comuna, estremecido por la dimensión de la carnicería, escribía desde su exilio en Bélgica una indignada carta de protesta contra la negativa del gobierno belga a dar exilio a los fugitivos y les ofrecía a estos su propia casa como refugio.
La derrota de la Comuna frustró la primera experiencia de gobierno del proletariado en la historia humana y evidenció los excesos brutales de la reacción cuando se siente verdaderamente amenazada.
Algunas lecciones de la Comuna
Marx en el propio año de 1871 y posteriormente Lenin en la etapa inmediatamente anterior al triunfo de la Revolución de Octubre, leyeron desde la admiración y el respeto la experiencia revolucionaria de la Comuna y extrajeron de ella varias lecciones importantes.
La primera es la prueba fehaciente de que el proletariado puede gobernarse a sí mismo y no solo esto, sino que lo hace mucho mejor que la burguesía. El proletariado en el poder es justo con esa justicia sobria que solo pueden darse a sí mismo los humildes y los honrados. Por eso apuesta tanto por la desaparición de los privilegios de la burocracia estatal como por someterse al más inmediato y estricto control popular, incluyendo la posibilidad de revocación inmediata de cualquier funcionario públicamente electo a cualquier nivel.
Así como la burguesía al hacerse efectivamente con el poder en Francia en 1789 comprendió que la única forma de gobernar efectivamente era destruyendo el viejo estado feudal, con sus rígidos estamentos, privilegios y jerarquías, el proletariado cuando es poder político comprende perfectamente que debe transformar el aparato que ha caído en sus manos y, al transformarlo, lo niega y lo supera.
Al eliminar los aparatos represivos e ideológicos del viejo Estado, la Comuna quiebra las bases que garantizan la hegemonía de este, y crea las condiciones para su superación. La milicia popular que nace de este proceso es un cuerpo mucho más efectivo y motivado que el viejo ejército profesional y carece de toda la oficialidad corrupta que envenena la esencia de cualquier ejército de esa naturaleza.
Sin embargo la Comuna también cometió importantes errores, el más importante de los cuáles fue sin duda la vacilación de las fuerzas revolucionarias en los momentos iniciales, cuando una acción decidida hubiera inclinado definitivamente la balanza a su favor. Esta indecisión, prueba de la heterogeneidad de fuerzas que convivían en su seno y de que no todas estaban radicalizadas hasta el mismo punto, se expresa también en el transcurso de la lucha en el trabajo que les costó tomar la decisión de avanzar sobre la propiedad privada de sus enemigos (incluso las propiedades de Thiers en París) y sobre todo ante la gran banca francesa, encarnada en el Banco de Francia. Como apunta acertadamente Marx, un avance decidido sobre este banco hubiera dotado a la Comuna de importantes recursos financieros que necesitaba desesperadamente y hubiera cortado una vital fuente de recursos para el régimen de Thiers, pues el Banco de Francia, como buen banco, financiaba a ambos bandos, aunque con clara predilección por uno de ellos.
Los elementos indecisos y pequeñoburgueses jugaron un papel importante en el desgaste de la Comuna. En momentos en que la máxima prioridad debía ser la defensa de París, la Comuna se desgastaba en pugnas internas, fracturas, recelos. También la falta de un poder central unificado y fuerte hizo lo suyo y no fue raro que se dieran frecuentes choques entre la Comuna, el Comité Central de la Guardia Nacional, la secretaría de Guerra de la Comuna y el denominado Comité de Salud Pública.
La Comuna evidenció que el gobierno de los trabajadores solo sobrevive si vence a la reacción organizada en su contra. La victoria es fundamental y es la única garantía de que podrá perdurar el nuevo poder. Pero para vencer necesita construir la unidad en el frente interno y convertir su programa en un programa a escala nacional e internacional. Aislados del mundo exterior, los heroicos obreros de París nunca tuvieron una posibilidad real.
A pesar de sus errores y desaciertos, volver sobre la experiencia comunera del París del siglo XIX es rescatar una de esas hermosas páginas escritas por la lucha de los pueblos, mantener viva una raíz revolucionaria que alimente el presente y convencernos de que, a pesar del mantra neoliberal de “no hay alternativa”, esta si existe. ¡Honor y gloria eterna a los luchadores de la Comuna!
Notas
[1] Marx y Engels (1971) Obras escogidas. Editorial Progreso. Moscú p. 496
[2] Ídem p. 499
[3] Cfr. Jacques Duclos (1966) El asalto al cielo. Editora Política. La Habana. p.260