Por Ricardo Pose
La frustrada propuesta del Presidente Luis Lacalle Pou de transformar el águila nazi del Graf Spee en paloma de la paz (idea de la que sigue convencido a pesar de dar marcha atrás), está en concordancia con el revisionismo histórico que varios dirigentes del gobierno vienen impulsando, construyendo un relato alternativo al que consideran “hegémonico» sobre nuestro pasado reciente. Y ahora, según la temeraria propuesta presidencial, de un pasado no tan reciente pero que compromete -en buena parte de la historia- al Partido de gobierno.
A la propuesta, además, le faltó la explicación de ¿cómo una vez trasformada en palomita de la paz, las nuevas generaciones podrían enterarse que eso alguna vez fue un símbolo nazi? Tal vez la idea es que nunca se supiera.
La imponente águila de bronce con las alas desplegadas y una esvástica entre sus garras; de 2,8 metros de largo por 2,0 de alto y 350 kilos de peso, recuperada en 2006 del Río de la Plata por rescatistas privados para luego pasar a ser propiedad del Estado uruguayo…representa el horror de la barbarie. Algo que, al igual que desde el campo de concentración de Auschwitz hasta los distintos centros clandestinos uruguayos de presos políticos durante el terrorismo de estado, merece ser recordado con la esperanza de que nunca más se vuelva a repetir.
Perseguidos por el pasado
Si bien los más cercanos antecedentes de la presencia de elementos pro-nazi han estado asociados a Cabildo Abierto, hasta no hace mucho el Partido Nacional -tal vez por esa síntesis primitiva entre los “nacionalismos”- contaba ya no solo con individuos, sino con agrupamientos como la recordada Alianza Libertadora Nacionalista, que llegó en las elecciones de 1989 a realizar algunas actividades de acción directa.
Pero en las vueltas de la historia, lo que explica por ejemplo la carta de admiración del ex presidente y líder ideológico del herrerismo, Luis Lacalle Herrera, es la integración de Luis Alberto de Herrera a la Falange Española.
Recordaba en un artículo en Caras y Caretas que : “El pensamiento nacional-socialista ‘impregnó notoriamente diversos sectores de agentes políticos del país, más allá de aquellos explícitamente identificados con él’, según la historiadora uruguaya María Camou. Como en otros países, el foco de difusión del nazismo fue la colonia alemana. En Uruguay el partido nacionalsocialista se fundó de manera independiente de Alemania en 1931, cuando Hitler todavía no había tomado el poder.
Su periódico, Deutsche Wacht (El centinela alemán), se auto definió ‘órgano de lucha del movimiento nacional-socialista en Uruguay’.”
El proselitismo se hacía también por medio de una emisora radial que transmitía los discursos de Hitler y de Goebbels, su ministro de propaganda, así como himnos y marchas del partido, y se extendía a los alumnos de los varios colegios alemanes del país.
El poeta Mario Benedetti aprendió alemán en el Deutsche Schule de Montevideo donde cursó la primaria. Fue retirado del colegio antes del contagio nazi pero sí recordaba que en una ocasión un profesor les pidió, a él y a sus compañeros, que lo saludaran con la mano en alto.
Según la historiadora Camou: “El antisemitismo, como bandera política, constituyó el aspecto más elaborado y homogéneo del discurso nazi fascista nacional, y el que logró mayor incidencia, y para cuya difusión colaboró parte de la prensa conservadora, El Debate (órgano del Herrerismo) y El Diario (órgano del sector del riverismo del Partido Colorado), por ejemplo”.
Cercanas fueron las relaciones entre Hitler y Gabriel Terra, dictador del Uruguay de 1931 a 1938.
Vale recordar que Gabriel Terra dio el golpe de estado con el apoyo explícito (y se sostiene que fue uno de los pilares para mantener el régimen golpista) de Luis Alberto de Herrera.
Con ingenieros y técnicos alemanes se inició, en 1937, la construcción de una hidroeléctrica sobre el Río Negro, en Rincón del Bonete. Con ese motivo Hitler telegrafió a su homólogo: “Excelentísimo señor presidente de la República Oriental del Uruguay Doctor Don Gabriel Terra. Montevideo. Al buen éxito de la obra monumental del Río Negro, comenzada por iniciativa de su gobierno, expreso a su Excelencia mis más sinceras felicitaciones. Adolfo Hitler. Canciller del Reich”.
Falangistas, fascistas y nazis criollos
En el mismo artículo de Caras y Caretas recordábamos que “En 1940 el periodista uruguayo Fernández Artucio, que se sospechaba trabajaba para la Inteligencia británica, presentó ante el doctor Hamlet Reyes, juez letrado de instrucción, la siguiente denuncia penal: ‘Que en uso del derecho y cumpliendo con la obligación de todo ciudadano de poner en conocimiento de las autoridades competentes -para su adecuada investigación, comprobación y castigo-, la perpetración de un delito, comparezco ante V.S., denunciando las actividades en la República Oriental del Uruguay de una asociación política que se denomina “Partido Obrero Nacional Socialista Alemán”, organización que ha tomado en nuestro país entidad y peligrosidad suficientes, como para que sean investigados sus fines y medios de acción’.”
Dos fiscales investigaron al partido, consideraron que atentaba contra el Estado uruguayo, ordenaron capturas y el Congreso nombró una comisión investigadora de actividades nazis. La legación alemana anunció la disolución del partido. En la vieja Europa, entre acuerdos y disensos, las fuerzas de Hitler, Mussolini y Franco hacían un frente común, ofreciendo un diverso espectro ideológico para las fuerzas de derecha uruguayas.
Alfredo Alpini recuerda que “inmediatamente después de la ‘marcha sobre Roma’ (1922) políticos del Partido Nacional y del Colorado (anti batllistas), empresarios y medios de prensa uruguayos comenzaron a considerar imitables algunas instituciones del régimen de Mussolini. Desde muy temprano políticos como Osvaldo Medina, Julio María Sosa, Pedro Manini Ríos, y los diarios «El Siglo» y «La Razón» asumieron una clara postura anti democrática.”
Desde el golpe de Estado de Gabriel Terra (1933) hasta la culminación de su régimen en 1938, las posturas antiliberales y conservadoras, en sus distintas modalidades profascistas, saltaron a la palestra pública con notoriedad. Estas posiciones anti ilustradas sólo desaparecieron cuando en la polaridad que produjo la Segunda Guerra Mundial, la democracia liberal, instaurada con Alfredo Baldomir, adoptó en 1940 distintos mecanismos legales (Comisión de Actividades Antinazis, Ley de Asociaciones Ilícitas) para suprimir las actividades antidemocráticas.
Luis Alberto de Herrera fue, quizás, uno de los protagonistas políticos más importantes en esta era del fascismo que vivió nuestro país. Su actitud nacionalista, contraria a asumir un alineamiento proaliado durante la guerra, llevó a que lo calificaran -desde distintos sectores políticos- de «nazi» o “fascista». El historiador Antonio Mercader le asigna a Herrera la importancia de haber salvado la soberanía nacional de las pretensiones estadounidenses de construir bases militares en la zona de Laguna del Sauce. Según el autor, el embajador inglés Eugen Millington Drake, corresponsal del New York Times y principalmente Edwin Carleton Wilson, jefe de la misión de Estados Unidos en Uruguay y gestor de la negociación de las bases, construyeron el miedo al «complot nazi» con el objetivo de defender esa zona de América por medio de bases militares a instalarse en Uruguay.
La lista de los nazis que supuestamente tomarían el poder era amplísima. Empezaba por políticos reconocidos como Herrera, César Charlone, Julio Roletti, comerciantes alemanes y terminaba con el desmontado «Plan Fuhrman”, que pretendía convertir a Uruguay en una colonia agrícola de Alemania. «Hoy está claro -sostiene Mercader- que Fuhrman era un enemigo imaginario y su plan un mero trozo de papel”. Según Mercader las acusaciones a Herrera eran falsas y fueron producto de una conspiración estadounidense, «basta hojear una biografía de Herrera para entender que fue un animador de la democracia uruguaya y un obsesionado por el valor del sufragio». Su tarea parlamentaria prueba «su fe en la democracia» y «su apoyo a Terra puede considerarse una mancha que no alcanza a tiznar su trayectoria, ni mucho menos a probar que fuera nazi”.
Pero Herrera tenía varias «manchas» que oscurecían su fe democrática. Coincidimos con Mercader cuando sostiene que Herrera no era nazi, ni fascista, pues estas concepciones políticas nacionalistas fuera de Europa pierden su significado y se convierten en absurdos. Entonces, ¿Herrera era demócrata, como entiende Mercader, o nacionalista de derecha como parece presentarlo Santoro según los pensadores que cita?
Dejemos hablar a Herrera para saber a qué pensamiento político adhería.
En 1941, Herrera contestaba a una publicación española, por medio de El Debate, que «nuestra fe en la democracia no ha cedido en lo mínimo». El órgano madrileño, recordaba a sus lectores que «Herrera, al igual que las naciones de Europa, ya no tiene fe en los anticuados sistemas políticos que se basan en la opinión popular”. Los españoles falangistas sabían, o presuponían, que Herrera sentía profundas desconfianzas hacia el proyecto ilustrado, fuese liberal o democrático. En efecto, Herrera era miembro de la Falange en Uruguay. En 1940, en medio de las acusaciones que se hacían de «Herrera nazi», José de Torres, dirigente de la Falange le escribía a Herrera: «Yo quiero aprovechar esta ocasión para testimoniarle cuanto agradecemos Falange y yo personalmente el interés y el afecto con que Ud. mira esta Organización, como así mismo su labor en el terreno político a favor de Falange. También lamentamos las molestias que pudieran ocasionarle compañeros de prensa motivados por su interés en Falange, que si estuviese en nuestra mano, evitaríamos gustosamente (…) no dude que todos los afiliados ven con honda simpatía su labor política y están en espíritu con Ud. que tanto nos distingue y nos ayuda. Para evitar que indiscreciones de los empleados de Administración puedan dar fundamento a las críticas antes mencionadas he mandado retirar su ficha administrativa de las oficinas de administración, pero la conservo en mi fichero particular considerando que ella honra los ficheros de Falange, como así mismo recibiré con mucho gusto y como un honor los donativos que en forma periódica u ocasional Ud. haga para la obra social de Falange en el Uruguay”.
Cargando con golpistas
Un 25 de agosto de 1964, el General Mario Aguerrondo fundaba una logia militar de concepción nacionalista que se denominó “Tenientes de Artigas”.
En las elecciones de 1971 el líder indiscutido del Partido Nacional era Wilson Ferreira Aldunate que competía contra Juan Maria Bordaberry , quién le ganó en unas elecciones que según se confirmó, fue fruto de una actividad de la inteligencia brasileña que fraguó el resultado electoral. Por eso tal vez pasó a un segundo plano en la memoria colectiva de los nacionalistas, la presencia del General Aguerrondo como candidato a Presidente representando al herrerismo, completando la fórmula con Mario Heber (padre del actual Ministro del Interior).
Un militante nacionalista de intensa y destacada actividad política fue el abogado Aparicio Méndez. Graduado como doctor, se convirtió en especialista en Derecho Administrativo y Profesor de dicha materia en la Facultad de Derecho de la Udelar, entre 1934 y 1955. Se alejó de la docencia universitaria como consecuencia de un enfrentamiento con el gremio estudiantil, que lo acusaba de hacer en clase la apología del régimen fascista de Mussolini. Disuelto el Parlamento en 1973, fue nombrado por la dictadura cívico-militar miembro del Consejo de Estado y en 1974 pasó a presidir este cuerpo. En 1976 fue designado Presidente de la República por el Consejo de la Nación (organismo tutelado por las Fuerzas Armadas), cargo que asume el 1º de septiembre, firmando un acta institucional que proscribió la participación política de 15.000 ciudadanos durante quince años.
Durante su mandato se llevó a cabo el plebiscito de 1980 donde fue derrotada la propuesta del gobierno cívico militar de modificar la Constitución.
El 1 de septiembre de 1981 lo reemplazó el General Gregorio “Goyo» Álvarez.