Por Stella Maris Zaffaroni(*)
No eran las 6 cuando salto de la cama y ¡epa!, se me mueve todo, del aterramiento me meé parada, literalmente, horror y espanto, estoy quedando lela, pensé bajo la ducha. Me vestí con manos temblorosas, ¿qué será de mí si aloco?, me seco una lágrima y me voy a meter la ropa en el lavarropas. Veo que el cielo está cubierto de nubes, pero igual…miro el atadito húmedo y nada, al agua pato.
Ya sentada, con mi mate en la mano, se me da por abrir cuenta de Twitter y leo: “Sánchez publicó las imágenes de los registros del sismógrafo”. Y otro: “¿Alguien me confirma si hubo terremoto en Uruguay? En Montevideo se sintió un movimiento 5:42. Era leve, no movió mucho, pero se sintió un temblor, quizás viajé” Y me entero de que Google informa que sobre las 5:43 hubo un “terremoto de magnitud aproximada 4,0”, se produjo a 11 km de Atlántida, también se registraron movimientos en Paso de los Toros.
Y me puse a cantar, Bing bang diggi dan, es lo que yo canto cuando bailo bailo bailo bailo, bing bang diggi diggi dan
– ¿Qué hacés, Pájara?- dice Macarena al llegar y la arrastro conmigo
-no tienen sentido que más da vamos a bailar saltando- la hago saltar
-es divertido bailar así, ahora ven, ven, salta así- brinco y caigo riendo en el silló
– ¿Qué te dio?
– Un terremoto, no tengo alzhéimer
– Vos estás cada día más loca.
Le explico, le muestro, aplaudo y ella queda seria, mirando las noticias twiteadas.
-Ya no queda remanso de paz -se agarra la cabeza- ¿terremoto acá?
– Yo respiro aliviada, cuerda, sana y feliz, estoy. Adoro esta ciudad.
– No sé cómo hacés porque antes no era tan violenta, hasta el piso se nos mueve ahora.
– ¿En serio pensás que antes Montevideo era menos violento?
– Obviuslis.
Me remango, hago tronar los dedos, me tomo el mate y carraspeo.
– Bien, ahora fijate que en 1933 muere abuela Lulu.
– ¿De muerte violenta?
– No, se murió, de algo del hígado. Papá tenía 15 años y estaba pupilo, entonces abuelo le mandó buscar, en el auto, con Agustín el chofer.
– ¡Pobrecito el tío!, así se entera de que su mamá se fue al cielo.
– Imagináte, Agustín le dijo que la señora empeoró. Venían por Agraciada y se toparon con la terrible “batalla del Paso Molino”, de noviembre de 1933…
– ¿Había guerra civil acá¡
No, escuchá. La mañana del 20 de noviembre de 1933, poco antes de las ocho, una pareja de delincuentes llamó a la puerta de la vivienda de Marcos Calleriza, un capitalista de apuestas clandestinas que residía en Manuel Herrera y Obes a pocas cuadras de la avenida Agraciada. Venían con intención de asaltarlo. Tenían el dato de que Calleriza guardaba una importante suma de dinero. Les abrió la cuñada del dueño de casa. “El Cubano” extrajo de su bolsa un sobre azul que entregó a la señora. Apenas la mujer extendió la mano, Denis la tomó por el cuello, la agredida grita. “El Cubano” se introdujo en el zaguán. Al oír gritar a su cuñada, la señora María Jura de Calleriza se asomó y vio a los asaltantes. Tomó un revólver y disparó hacia los dos sujetos. El proyectil cruzó el zaguán y alcanzó a la vecina de enfrente que había salido a barrer la calle.
– ¡Con vecina barriendo y todo!- se ceba el mate y lo bebe sin sacarme los ojos de encima.
– Ante el griterío producido y la reacción de la señora de Calleriza, Denis y “El Cubano” abandonan la casa saliendo a pie hacia Agraciada donde la banda decidió separarse en direcciones opuestas. La vecina herida, empezó a demandar auxilio, pidiéndole a un joven que pasaba en bicicleta que avisara a la policía. El joven se llamaba Esteban Mario Rodríguez y unos días después, entrevistado por la prensa, admitió: “Si yo no hubiera seguido a los tipos, capaz que no habría habido tantos muertos”.
– Cada vez que intervienen los héroes el problema se agranda, mirá a Superman…
– “Eran cuatro, corrían un poco y otro poco caminaban ligero, en dirección a Belvedere, subieron a un ómnibus unos al estribo y otros al paragolpes. Entonces apuré la bici, los adelanté y en Camino Castro vi a un policía y le conté que venían los asaltantes en el ómnibus”.
– Ah, sálveme Dios de los buenos samaritanos.
– El cabo habló con un colega que salía de un café y éste llamó a otro oficial . Al llegar el ómnibus a la esquina de Camino Castro se detuvo y el cabo se puso delante para cortarle el paso. Allí se bajaron los delincuentes. Los otros policías fueron a prenderlos. “Vi que uno de los asaltantes echaba mano a un revólver y ahí nomás empezaron a los tiros”, recordó el ciclista. En medio de la confusión generada por el tiroteo, con varios transeúntes buscando refugio, los pistoleros prosiguieron la huida corriendo por Agraciada hacia el centro; pero a las dos cuadras, cuando se aprestaban a cruzar el puente sobre el arroyo Miguelete se toparon -levanto la mirada- con el auto de abuelo donde viajaban papá y Agustín.
– ¡Nooo!
-Sí, Agustín le gritó a papá que se tirara al suelo, y él entró a mirar para salir de Agraciada, decidió pisar el acelerador a fondo y allá fueron- de un suspiro me dejo caer contra el respaldo.
– ¿Y dejaron atrás el tiroteo, se salvaron?
– Dear- la miro torcido- si me engendró es porque se salvó.
– Ah! ¿y mucho muerto hubo?
– Dice que :-Este enfrentamiento dejó seis efectivos muertos, dos delincuentes abatidos y 17, entre funcionarios y civiles, heridos, ¿qué tul esta crónica roja del Uruguay en el siglo XX?
– No inventaste, digo, lo del tío es verdad…- queda suspendida como arañita de su hilo.
-Abrí esa cajita que está ahí- señalo el lugar donde puse todas las fotos de los finaditos.
-Tiene una- me mira con ojos que son un abismo- ¿bala?
Sacudo en un sí la cabeza.
– … y tarjeta con letra de abuelo.
– Leé, dale.
– Bala que no mató a mi hijo, fue extraída en noviembre de 1933, del respaldo de asiento del chofer, el día del asalto y tiroteo en el Paso del Molino.
Me quedo pensando en ese día, en la llegada de papá a la casa, en que abuela ya no estaba.
– Me imagino cómo lo recibieron…
– Dear, no había celulares, estaban de velatorio, así que las radios permanecían apagadas…
– Nadie sabía nada…
– Las noticias no volaban.
Nos quedamos mirando la foto de abuela Lulu junto a abuelo y rodeada de sus hijos, tan feliz, tan calma.
– Son aviso previo- suspira ella.
– Como el terremoto de Uruguay de esta mañana
– En Uruguay no hay terremotos… ¿O sí?
– No teníamos sismógrafos, preguntále a Leda Sánchez, directora del Observatorio Geofísico del Uruguay.
– Adoré, ojos que no ven corazón que no siente.
– Hace 135 años se registró un sismo en el Río de La Plata, de magnitud 5,5 grados en la escala de Richter, en el Río de la Plata, el 5 de junio de 1888. El fenómeno causó daños e incluso un tsunami en puntos de la costa, tanto de Argentina cuanto de Uruguay.
– ¿Fue jodido?
– En su crónica, La Tribuna Popular dijo: «El maderamen de las casas crujía fuertemente, las lámparas se bamboleaban, los muebles se movían y los cuadros caían de las paredes. Se rompieron objetos de cristalería y se pudo ver porcelana saltando de los aparadores. Los habitantes han permanecido en vela parte de la noche, azorados a causa de un fortísimo temblor de tierra».
– Hoy no crujió nada, salvo yo, de pánico se me escapó el piso de debajo de los pies, sentí en el pecho como si tuviera una torcaza…yo creí que era un vahído mío.
– Pensaste que everything you saw there was going to go up in flames and crumble, Pájara, ¡te mandaste un aleteo y se fue todo al carajo!- me abraza.
– Bueno, tanto como que todo iba a quemarse y derrumbarse…
– Voy a mimarte, ¿qué quiere que le haga?
– ¡Un crumble de manzana!
– Muy apropiado lo encuentro.
Se mete en la despensa y se pone a elegir las frutas.
Chichí
(*) Stella María Zaffaroni, escribe cuentos para niños habiendo participado en varios festivales de America. Es Periodista de humor, su personaje «Chichí» nació en los 80 en la revista Guambia. Ha trabajado en diversos medios de prensa como Uy.press, entre otros