Toda violencia es política

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Por Malena Delgado Gallo (*)

El femicidio de Valentina ocurrido la semana pasada, pone frente a nuestras narices todo lo que no queremos ver. Existe una tendencia casi automática, una tentación, a hacer un desplazamiento de la violencia y ubicarla en el orden de la locura. Porque claro, no podemos lidiar con tanta violencia, hacernos cargo, saber que nos pertenece, que somos parte. Entonces la excluimos. Tendemos a mirar a ese adolescente agresor desde la vereda de enfrente, ponerlo lejos, lo más lejos posible de nosotres, construir una otredad que nos sea ajena.

Llevar la violencia al plano de la locura es una forma de excluirla, de deshumanizarla, de quitarle racionalidad y sentido. Es habilitarnos a sentir miedo y asco, pero sin cuestionarnos, sin hacernos cargo. Es como agarrar esa “cosa” que desborda y ponerla allá, en otro plano. Ponerla lejos. Simbólicamente lejos. Donde no nos interrogue. Donde nos permita sentirnos espectadores de algo que le pasa a otres, siempre a otres. Donde podamos no nombrarla, como “los crímenes pasionales” de hasta hace unos pocos años. Lo pasional lleva intrínseca la no-racionalidad. Una especie de pulsión incontenible que haría actuar sin posibilidad de mentalización. Lo no-humano. Lo patológico.

Históricamente la locura ha sido el territorio donde ubicar lo que molesta, lo que incomoda, entonces, es muy tentador ubicar los femicidios en ese territorio.

Pero no. La violencia no es biológicamente explicable ni se ubica en el campo de la patología mental. La violencia es estructural. Los femicidios son el emergente de las mil formas de violencia que sostenemos como sociedad. Las situaciones de abuso, violencia y maltrato de las que son víctimas nuestros niños, niñas y adolescentes cotidianamente, la falta de respuesta institucional y la propia violencia de las instituciones que deberían oficiar como referentes del cuidado, la falta de recursos, la ausencia del estado y la perpetuación de la revictimización permanente y sostenida, forman parte del entramado de la producción de violencia de este sistema patriarcal que hace unos días mató a una adolescente de diecisiete años.

La violencia es estructural y es política, extremadamente política. La violencia no es del orden de lo privado, se sustenta en las formas de poder y relacionamiento que como comunidad sostenemos. Una comunidad patriarcal y adultocéntrica, que arrasa cotidianamente con los derechos de los niños, niñas y adolescentes. Y también con los de las mujeres.

No existe entre las personas que ejercen violencia, y/o abuso, un perfil psicopatológico que pueda determinar que la violencia se corresponde con un cuadro de patología mental, que dé cuenta de una estructura de personalidad patológica que explique el accionar violento. Lo que sí existe es la presencia de rasgos de personalidad que algunas veces son característicos de las personas que ejercen violencia (rasgos narcisistas, autoritarios), y estos rasgos están intrínsecamente vinculados a un contexto social y político.

Se sabe que la mayoría de los agresores son varones. Se sabe también que la mayoría de las situaciones de abuso y maltrato ocurren en el ámbito intrafamiliar. Que la mayoría de los abusadores de niños, niñas y adolescentes son personas que integran el núcleo familiar, o que ofician como referentes -o cuidadores de confianza- para los niños o para las familias.

En el último informe anual presentado por el Sistema Integral de Protección a la Infancia y Adolescencia contra la Violencia (SIPIAV), en abril de este año, se aportan los datos recabados durante el año 2022 y se observan cifras que son alarmantes. Durante el año 2022 se intervino en 7473 situaciones de violencia hacia niños, niñas y adolescentes, lo que representa unos veinte casos diarios y da cuenta de un incremento de un 6% en relación con el año anterior. Estos son los casos en los que intervino SIPIAV, no contamos con el número que representan los casos que quedaron por fuera de cualquier tipo de intervención institucional, que son muchos y no están plasmados en las estadísticas.

Según la Segunda encuesta nacional de prevalencia sobre violencia basada en género y generaciones, llevada a cabo por el Observatorio de Violencia Basada en Género hacia las mujeres, en el año 2019, el 76,7 % de las mujeres mayores de quince años vivió situaciones de violencia basada en género en algún momento de su vida. El 47% de las mujeres mayores de quince años vivió situaciones de violencia basada en género por parte de sus parejas o exparejas, en algún momento de su vida, y el 19,5% en los últimos doce meses. Y en lo que refiere específicamente a la violencia física ejercida por la pareja o expareja, se constata que el 27% de las mujeres mayores de quince años requirieron atención médica por las lesiones recibidas, y un 23,5% requirió internación como consecuencia de las agresiones. De los reportes de las mujeres que denunciaron situaciones de violencia por parte de la pareja o expareja en los últimos doce meses y que conviven con niños, niñas o adolescentes en el hogar, se constata que el 28,8% de estas situaciones sucedieron en el hogar mientras los NNA estaban presentes y 2 de cada 10 declara que su pareja ejerció violencia directa hacia los NNA (sin tomar en cuenta que la agresión a la madre de los NNA se considera también una forma de violencia directa hacia ellos por el daño que produce en las infancias).

Estos datos nos obligan a detenernos. A pensarnos. A definir qué lugar le vamos a dar a todo esto. El parlamento acaba de votar una ley disfrazada de “corresponsabilidad en la crianza” que expone a los NNA que sufren maltrato o abuso a permanecer en contacto estrecho con su agresor, limitando la única estrategia de cuidado que los equipos técnicos intervinientes podían desplegar en esta situación para preservar los derechos de los NNA. En el ámbito penal se viene hablando del falso e inexistente SAP (Sindrome de Alienación Parental) desoyendo una vez más las voces de nuestros NNA. Nuestras infancias tienen que lidiar y sostener la violencia sobre sus cuerpos por parte de quiénes deberían cuidarles, y también la violencia de un sistema penal que desmiente sus propias voces, las ningunea y las desvaloriza, de un sistema penal que les desprotege y expone.

Es imperioso que desde el mundo adulto tomemos consciencia de que la violencia que atraviesa a nuestra sociedad está en el campo de lo público y se expresa en todos los ámbitos. En todos. Atraviesa a todos los sectores económicos y socioculturales, no es territorio de los barrios pobres y las policlínicas municipales, los hijos de los profesionales universitarios también sufren situaciones de violencia y abuso, ocurre adentro de la Universidad, en los clubes de barrio, en los prestadores de salud privados, en las organizaciones sociales, en el arte y en la cultura, en la interna de todos los partidos y sectores políticos, los de izquierda y los de extrema derecha.

Requiere de un abordaje político y social, que dejemos de ubicarlo en el plano de lo individual. Es imprescindible la generación de políticas públicas de prevención y de abordaje de las situaciones de violencia. Es imperioso que se destinen recursos para ello. Es claro y evidente que este actual gobierno neoliberal desmanteló con gran énfasis e intencionalidad todas las políticas públicas destinadas a la prevención y el abordaje de la VBG, pero también es claro que este tema no fue prioridad en los quince años anteriores.

Las políticas de prevención de la violencia deben formar parte de los contenidos del sistema educativo desde las etapas más tempranas del desarrollo, deben garantizar la existencia de equipos de salud formados para prevenir, detectar e intervenir en situaciones de abuso y maltrato. El sistema penal debe estar al servicio de las mujeres, niños, niñas y adolescentes que sufren situaciones de violencia y no oficiar como una instancia más de vulneración de derechos y de revictimización. La policía debe estar capacitada para recepcionar denuncias y para actuar en consecuencia, pudiendo hacer una valoración de riesgo adecuada y una intervención oportuna.

Nos debemos una profunda reflexión, nosotres, el mundo adulto, sobre el lugar que le damos a todo esto, sobre las formas de relacionamiento que venimos construyendo y la prepotencia con que seguimos dañando a nuestras infancias y adolescencias. Tenemos que hacernos cargo, porque la semana pasada, este sistema, el que sostenemos, mató a Valentina.

(*) Malena Delgado Gallo es Licenciada en Psicología por la UdelaR, Psicóloga clínica. Trabaja con niños, niñas y adolescentes en el ámbito público.

Fuentes:

https://www.inau.gub.uy/novedades/noticias/item/3629-sipiav-en-cifras-se-presento-el-informe-de-gestion-2022

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