Por Ricardo Pose(*)
“La fila de los inocentes” es el libro del testimonio visceral de Gabriel Otero.
Al cabeza Otero (como lo bautizamos los más íntimos) lo conozco hace más de 30 años, por lo que esta nota-entrevista no es nada objetiva y menos inocente.
Por eso el Cabeza entiende que no use el gentilicio “diputado Otero”, algo que provoca una sonrisa socarrona a los que nos “educamos” en aquella vieja escuela de luchadores sociales del “Bebe” Sendic, pero que en su no denominación tampoco hay un pizca de malicia.
Pero andaba con que al Cabeza hace más de 30 años que lo conozco y bien puedo escribir este reportaje sin hacérselo.
Sin embargo, yo también -30 años después- me vengo a enterar de las cosas que Gabriel tenía metida en el fondo de la sabiola y que hoy toma forma de libro.
Cuando empezamos a militar, allá acodados en el mostrador del boliche (como todo estaño que se prestara de tal, un boliche de esquina) del Walter en Pueblo Victoria, nos amuchábamos en torno a la creación de una nueva fuerza política que tuviera como norte la participación directa de la gente en las cosas importantes, sin gestores ni intermediarios.
Éramos unos pibes enredados en sueños de grapa y remembranzas de pólvora, y conocía los “jirones de cuero jugados de sus padres”, pero nunca pregunté detalles.
El compromiso con el amor también nos enredaba y fijáte vos, el Cabeza había reclutado a una gurisa preciosa (Claudia) o ella a él, hija de un militar (dato para los miopes políticos) que es la madre de sus hijas (pucha el matriarcado de aquellos rulos como bandera y los ojos claros de Graciela su hermana) y la abuela de sus nietos.
Pero te decía que nunca hablamos de los detalles de la cana de sus viejos, porque como me enseñó el Amaral García (el hijo de Floreal), “no tiene nada de épico ser el hijo de un detenido desaparecido y sentir la presión de que te quieran ver a su semejanza”.
Porque cuando el viejo, tupa, compañero Otero murió (ya viudo de su compañera de armas y de vida), padrazo de una prole -al decir de Violeta Parra- de revolucionarios, lo velamos allá en la Base Pinela. Con la bandera artiguista, con la estrella de cinco puntas y la T, que fue el único “sagrado requisito” que el Cabeza se animó a pedir por todo reconocimiento de quién sería enterrado sin viaje en Coruña. Y, dicen los que creen, se fue a arcabucear junto al viejo Sendic.
Este libro del Cabeza viene además a empezar a hacer justicia con los otros héroes, las mujeres y niño/as que vivieron las consecuencias de otras decisiones, y de un Estado que olvidó el precepto artiguista de “clemencia para los vencidos”.
Más de 30 años después ya no estamos en el boliche del Walter, pegadito a la casa de los Otero, la de su hermana Graciela y el anarco Alberto, sino en su despacho en el anexo del Palacio Legislativo.
Sobre el ventanal, que da a la bahía y el Cerro, el barco de madera construido en el Penal de Libertad por los carpinteros presos que luce en la tapa del libro, nos lleva a navegar por esta entrevista:
Ricardo Pose- ¿La pregunta de siempre, por qué este libro ahora?
Gabriel Otero- Porque tenía que ser ahora y no podía ser antes. En realidad parece una respuesta media traída de los pelos, pero es así, hace dos años no estaba en condiciones de escribirlo. El libro lo escribí cinco veces, en mi cabeza, en los últimos años pero no podía enfrentar el papel, entonces un día surgió una punta para arrancar. Porque también en mi cabeza, que es muy esquemática, siempre tengo esa cuestión de tener todo controlado, yo quería saber dónde empieza y dónde terminaba el libro antes de escribirlo y eso me desvelo por mucho tiempo. Una de las cosas que me estaba pasando en los últimos cuatro años, es que mucha gente se me acercaba y me pedía de repente una mano con un libro para que yo aportara desde mi conocimiento de las cárceles, de la visita de los juegos para los niños, entonces siempre surgía un poco mi historia. Dos buenas personas, dos buenos periodistas, me piden la colaboración para un libro, también con una visión de los niños y del rol de nuestras madres y todo lo demás y me dije: todo esto va a quedar como una anécdota, voy a terminar contando en todas las entrevistas, más o menos lo mismo y le estoy diciendo la verdad, pero le estoy faltando el respeto a la verdad también si cuento las cosas tal cual fueron, en 3000 caracteres. Y lo arranqué escribir en enero y lo terminé capaz que en marzo.
RP- Esa es la parte de por qué hacerlo ahora, pero ¿en qué momento vos tenías la idea de que estuviera reflejado en un libro?
GO- Antes que este libro estuvo “Maternidad en prisión política”, que escribieron las compañeras, que coordinó Graciela Jorge y Nidia López. Entonces yo estaba convencido que esta situación súper invisibilizada, la de los niños, estaba bueno que estuviera en conocimiento. Vos sabés bien, Ricardo, que es muy difícil contar esta situación evadiendo mi situación personal, es decir, haber pasado por los cuarteles, haber tenido a papá y a mamá presos, haber perdido a mi madre mientras mi padre seguía preso, la situación con mis hermanos, la situación familiar general. Entonces también era una decisión involucrarme a contar un acontecimiento que pueda aportar a la historia del pasado reciente, pero no quedar como el protagonista y ahí yo tuve un dilema, esa cuestión de a quién le puede importar lo que me pasó a mí personalmente, si lo importante puede ser que eso pasó. Después me di cuenta que sí, que lo tenía que contar en primera persona, que no había otra forma de contarlo. Con respecto a la pregunta bueno, lo planteo como un “botín” de un conocimiento de situaciones que pasaron, de situaciones dolorosas, que me pasaron a mí, que le pasaron a mi familia, que fui testigo, que le pasaron a otras familias también y yo eso lo tengo que decir, ya no me pertenece más, ya me libero de eso si lo cuento un poco. Las cosas que se van a enterar acá, mis amigos, gente que hasta la Escuela fue conmigo, mi familia, mis hijas, bueno, léanlo y después no me pregunten más. No profundizo en ningún detalle porque realmente no me interesaba y también está esa cuestión -que lo veo mucho más con mi hermana que conmigo- que es el tema del silencio. Yo no soy un historiador, ni esto es un libro de historia ni mucho menos, pero alguien quizás recoja algo, estas cosas pasaron, fueron así y he tratado de no caer en esos lugares de golpes bajos. Después de la tragedia viene la comedia y a algunas anécdotas les doy un puntillazo final riéndome de la situación y hasta pidiéndole disculpas al lector como diciéndole: “discúlpame, pero de esto hoy me tengo que reír”.
RP- ¿El cierre del libro es un final cerrado?
GO- Ahora que me lo preguntaste no es abierto el final, ni cerrado, porque la historia deja un montón de cosas, como para que el lector pueda imaginarse que pasó después. Cómo pudo haber sido mi adolescencia?, cuánto pudo haber afectado nuestras vidas?, la de los tres hermanos, así que el final del libro es como un “punto y coma”. Yo elegí el final que elegí en función también de que -para mí- hay un gran punto de inflexión en la muerte de mi madre, mi vida no fue la misma y la muerte de mi vieja estuvo rodeada de muchísimas cosas, que antes era bastante común -y no voy a espoliar a nadie-, pero era la de subestimar a los niños ante el caso de la muerte.
RP- Hay una suerte de “auto reparación emocional» pero tiene un valor testimonial
GO- Sí, sí, creo que sí, definitivamente sí. El libro, entre otras cosas, termina siendo un testimonio, pone en conocimiento más profundo una situación muy invisibilizada. Si bien Álvaro Rico y otra gente, las propias madres, las sobrevivientes, una generación un poco más chica que mi madre hicieron en ese libro “Maternidad en prisión política” del año 2009, (donde también aparezco con mi hermana ahí) esto va un poco más al hueso en lo testimonial y cuenta situaciones, además que las viví yo dentro del cuartel y de las cuales tengo memoria por haber sido el más grande, también por haber estado casi hasta los 5 años. Luego de alguna nota, hablando sobre el libro en M24, me llovieron mensajes hasta de gente que no conozco a través de gente que sí conozco. Para ir a una visita ya te tenías que preparar emocionalmente desde un par de días antes, tenías que levantarte temprano, tenías que preparar el paquete, en mi caso caminar 4 km para tomarte la CITA, llegar allá a estar tres horas de plantón, esperar que la persona que vas a ver (tus padres) no estén sancionados, era horrible, era tedioso, sufrías todo eso y la vuelta también era espantosa. Digo, no tiene nada de romántico ir a ver a un preso, nada. ¿Todo ese sufrimiento infligido innecesariamente debería tener una reparación, del punto de vista pecuniario, para poder afrontar los daños emocionales? Si, no hay duda, no hay duda de eso. Yo creo que el largo brazo de la ley no está siendo tan largo y no está siendo tan justo. Yo no voy a recurrir también a lo que conozco, pero mi hermana estuvo detenida con 16 años mientras mis padres eran torturados exactamente en la pieza de al lado; mi hermana estaba incomunicada con vendas en los ojos y los milicos diciéndole que hable, que tus padres ya hablaron, que tenía que decir lo que sabía. De ella gritar por los padres sabiendo que estaban en el mismo lugar y que estaban siendo torturados, yo creo que es un abuso por parte del Estado, yo creo que sí, que la reparación tiene que ser integral.
El libro fue presentado en la Feria del Libro; en la mesa estuvo el comprometido actor Héctor “Bachicha” Guido (la voz en off de Las Gaviotas de Sendic), que fiel a su profesión desmenuzó las fibras intimas que moviliza este relato.
La ex fiscal, y estandarte en la defensa de los derechos humanos, Mirta Guianze puso el foco en lo que el libro implica como testimonio de las prácticas fascistas del terrorismo de estado, no solo contra los incriminados sino contra sus familiares y buena parte de la sociedad.
Lucía Topolansky compartió la visión de esos niños/as que iban a las cárceles los días de visita, desde la óptica de los presos y las presas.
Según nos dijo el Cabeza para esta nota, de las cientos de devoluciones que le llegan de la lectura del libro, su familia, sus hermanos, sus hijas, han sido de las más removedoras, esas que permiten armar el puzzle del pasado, un pasado que hoy emerge iluminado por la mirada adulta que permite una comprensión cabal, que elude el mesianismo revanchista pero no olvida, que se limpia las heridas mirando a los ofensores pero sin gritos estridentes, que no se deja entrampar para convertirse en torpe trofeo político, pero desafía al olvido y la impunidad.
(*) Ricardo Pose es Periodista en Caras y Caretas, Presidente sector Prensa Escrita (APU). Columnista en Mate Amargo, CX 40 Radio Fénix, Radio Gráfica, Tierra de periodistas Rocha FM, Notero en Telesur y tvg China