Viaje al centro del electorado

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Por Carlos Pereira das Neves(*)

¡Que cosa linda los viajes! 

Que empiezan ya desde el momento en que surge la idea, el destino, las formas. El viaje se va disfrutando mucho antes, y mucho después,  de que se concrete.

Se planifica, para que pueda ser decisión de uno o del grupo que decide hacerlo, para que pueda ser un viaje-elección y no un viaje-secuestro o un viaje-revolcada.

En esa planificación está el destino, bien delimitado, siempre abierto a pequeñas modificaciones para también sentir ese aire de libertad que aparece cada vez que flexibilizamos el esquema. Nuestro propio esquema.

¿Podría llamarse viaje el desplazarse a un lugar que no sabemos cuál es o en dónde vamos a terminar? Podría, más sería algo cercano al “¡Qué viaje!, esa expresión de quien atraviesa una situación de índole traumática, por momentos surrealistacomo la novela de Verne.

Los centros, el centro

Si hablamos de poder, hablamos del lugar en donde se toman las decisiones. Si hablamos de fútbol, sería un pase -por lo general- a la montonera sin estar muy seguros a quien le va a caer. Si hablamos de ciudad o de barrios, nos referimos a ese lugar más transitado, donde -por lo general- se ubican una gran cantidad de comercios.

Pero el centro del electorado no existe, como tal, existe el medio. El medio de dos posiciones opuestas, aunque se entiende que por centro del electorado se busca definir a aquellas personas que no están casadas con ninguna postura.

Por lo menos, con ninguna postura política de extremos. Porque en este mundo de la comunicación inmediata, basura las más de las veces, en este mundo de alienación total y de una construcción de sentido fascistizante…difícilmente alguien pueda estar en el medio de algo, sin estar en realidad completamente definido, aunque no sea consciente de ello.

La preocupación por el centro es propia de quienes buscan representar lo que hay, y no persiguen el objetivo de modificar la correlación de fuerzas en la sociedad. Es inherente a quienes buscan representar lo que hay, porque tienen por objetivo principal maximizar el éxito electoral, no la trasformación de la sociedad

La disputa: ¿objetiva?, ¿naive?

La preocupación por capturar el centro, por representar el centro, tiene múltiples implícitos políticos, muchos presupuestos.

Pensar las elecciones como una instancia que impone la tarea de ganar el centro implica operar con la idea de que las correlaciones de fuerzas ideológicas en la sociedad son una realidad dada, casi un hecho natural, que resulta por lo tanto inmutable.

La preocupación por disputar el centro se deriva de la renuncia a disputar el sentido común de la sociedad, expresa el abandono de toda intención de contender en el campo ideológico, simbólico y cultural con la élite, que ejerce el dominio cultural sobre nuestra sociedad. Pone en evidencia la renuncia a la disputa por poder.

En la búsqueda de ganar el centro, de representar el centro, no se hace otra cosa más que reproducir un discurso que fortalece el sentido común dominante.

La dominación se sostiene, esencialmente, por la capacidad de la clase dominante de construir un consenso que legitime su posición. Por eso la tarea política principal que deben desarrollar quienes entienden que ese orden es injusto, es la destrucción de ese consenso y la construcción de uno nuevo. Consensos sociales que sirvan de apoyaturas a una política alternativa, diferente.

Sin nuevos consensos ideológicos y culturales no pueden sustentarse cambios políticos, modificaciones del orden. Por eso, quienes se obsesionan por el centro es porque han renunciado a realizar cambios profundos.

Es lo que hay

No, es lo que se construye. Es lo que los garantes del sistema han construido.

Representar lo que hay implica renunciar a la disputa cultural, asumir una actitud pasiva ante los procesos de construcción de la opinión y del sentido, y dejar el campo abierto a los aparatos ideológicos del sistema.

Cuando la izquierda se obsesiona con el centro y deja de hablar como izquierda, de introducir y de reproducir ideas de izquierda, la sociedad va naturalmente a derechizarse. Porque las únicas ideas que termina recibiendo son de derecha, ideas que propagan y promueven los aparatos ideológicos del sistema.

Se define así un imaginario que hace que sea visto como normal, y hasta loable, que el Senado uruguayo apruebe por unanimidad (es decir, también con los votos de la izquierda) una pensión graciable al ex vicepresidente (Senador, Embajador, Ministro) Hugo Fernández Faingold. Y que no problematiza que ese mismo Parlamento juegue a la mosqueta con el pago de las indemnizaciones a 1.600 trabajadores de la ex Casa de Galicia.

Nadie debería verse sorprendido si la sociedad demarca, esboza, olfatea una solidaridad de elite, un sentido y una identidad corporativa, la pertenencia a un grupo especial de la sociedad. Un grupo que sin duda comparte un lugar físico de trabajo, con normas que vienen de tiempo y que -perfectamente- podrían ser objeto de cambio, empezando por las simbólicas. Pero que jamás debería olvidar que lo de la representatividad no nació de un repollo y que es en la lucha: simbólica, de sentido y por poder, que definimos nuestro lugar en el proceso de transformación.

(*) Carlos Pereira das Neves es escritor, columnista y co-Director de Mate Amargo. Coordinador del Colectivo Histórico Las Chirusasy miembro del Capítulo uruguayo de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad (RedH)

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