Por Freddy Fernández
El comandante Chávez frenó la deriva de unas relaciones internacionales que parecían aceptar como inevitable la nueva propuesta de dominio imperial en el mundo. Desde su primera actuación en el ámbito de las relaciones internacionales, Chávez multiplicó el impacto protagonizado por el pueblo venezolano desde el 27 de febrero de 1989, cuando produjo la potente erupción que eclipsó la luz artificial con que se quería encandilar al mundo para imponer un nuevo modo de dominio total, orientado a eliminar la independencia y la soberanía, presentando como fachada la doctrina neoliberal.
En un mundo signado por la reciente desaparición del campo socialista en Europa, casi convencido de la supuesta “muerte de las ideologías” y de “el fin de la historia”, correspondió al Presidente de la República Bolivariana de Venezuela y a su equipo del Ministerio del Poder Popular para las Relaciones Exteriores enfrentar el “consenso” que se quería imponer para colocar a Estados Unidos en una posición de dominio total, por encima de los acuerdos, las leyes y las instituciones internacionales.
Durante su intervención ante la Asamblea General de la ONU, el 20 de septiembre de 2006, en su célebre discurso en el que señaló que todavía olía a azufre porque el diablo había estado allí el día anterior, Chávez recordaba a los asistentes que el presidente Bush había dicho: “Hacia dónde quiera que usted mira, oye a extremistas que le dicen que puede escapar de la miseria y recuperar su dignidad a través de la violencia, el terror y el martirio”.
Chávez toma esas palabras para evidenciar la insalvable diferencia de perspectivas que existe entre la mirada del imperialismo y la mirada de los pueblos.
“A donde quiera que él mira ve extremistas –señala Chávez–. Yo estoy seguro que te ve a ti, hermano, con ese color, y cree que eres un extremista. Con este color. Evo Morales, que vino ayer, el digno presidente de la Bolivia es un extremista. Por todos lados ven extremistas los imperialistas. No, no es que somos extremistas, lo que pasa es que el mundo está despertando y por todos lados insurgimos los pueblos. Yo tengo la impresión, señor dictador imperialista, que usted va a vivir el resto de sus días con una pesadilla, porque por donde quiera que vea vamos a surgir nosotros, los que insurgimos contra el imperialismo norteamericano, los que clamamos por la libertad plena del mundo, por la igualdad de los pueblos, por el respeto a la soberanía de las naciones. Sí, nos llaman extremistas, insurgimos contra el Imperio, insurgimos contra el modelo de dominación”.
Al evaluar la situación internacional, el presidente Chávez determina que, además de la pretensión y del discurso de dominación, a partir del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos había desatado, sin respeto a las normas de convivencia y a las instituciones internacionales establecidas, una guerra sin precedentes, una guerra permanente contra los pueblos del mundo, contra sus anhelos de justicia social, independencia y soberanía.
En respuesta a estas pretensiones de dominio universal, el comandante Chávez impulsa una diplomacia que se propone como objetivo alcanzar la paz mediante la democratización de la sociedad internacional, la integración latinoamericana, el fortalecimiento de la posición de Venezuela en el mundo, la consolidación y profundización de la interacción entre los distintos procesos de integración, y el arraigo y diversificación de las relaciones internacionales, para abrir camino al naciente mundo pluripolar y multicéntrico que garantice “el equilibro del universo” soñado por el Libertador, Simón Bolívar, mientras luchaba por la liberación de los pueblos de América del antiguo colonialismo español.
El necesario redimensionamiento del accionar internacional de Venezuela ante el mundo fue materializado en la Diplomacia Bolivariana de Paz, configurada por Chávez y caracterizada por el predominio de una visión humanista, que se contrapone a cualquier intento de dominación, que impulsa la adecuación y la democratización de las organizaciones internacionales, privilegia la integración, promueve los derechos humanos, el respeto a la soberanía, la autodeterminación de los pueblos, la no intervención, la convivencia civilizada, el diálogo, la cooperación y la solidaridad.
Bajo esta nueva visión, Chávez entiende que los pueblos son, y deben ser, el factor fundamental de las relaciones internacionales. Deben ser entendidos como centro, creadores y partícipes de un nuevo mundo capaz de conquistar y garantizar la paz, a la vez que asegure mayores niveles de justicia social.
Venezuela en todos los escenarios elevó la voz para incorporar una agenda social. Por primera vez los intereses de los pueblos del mundo, y no sólo los de las élites, encontraban un espacio de expresión en los foros internacionales que reunían a los gobiernos del mundo.
El accionar de Chávez, ese movimiento telúrico que nació del pueblo venezolano en febrero y marzo de 1989, ha determinado un rumbo internacional que además de demostrar que Estados Unidos ha secuestrado a parte importante de las instituciones internacionales, permitió y posibilitó el nacimiento de nuevas iniciativas regionales independientes como La Comunidad de Estados Latinoamericanos Y Caribeños (CELAC), la Unión de Naciones del Suramericanas (Unasur), la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP) Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y Petrocaribe.
“Hoy más que nunca –expresó Chávez ante la ONU en 2011–, el peor crimen contra la paz es dejar al mundo como está. Si lo dejamos como está, el presente y el porvenir están y estarán determinados por la guerra perpetua. Por el contrario, lograr la paz supone revertir radicalmente todo lo que impide, para decirlo con el mismo Alí Primera: “que sea humana la humanidad”.