Por Tina Damas (*)
“El tiempo se ha parado en Puerto Príncipe…”
A Jean Reniteau, profesor universitario haitiano, se le siente cansado. Apenas duerme. Intenta sobrevivir:
“Yo salí a la calle… Tenía que dar clases en la universidad y no pude porque los bandidos de la zona donde vivo, que se autonombran los talibanes, invadieron una comisaría con armas de guerra y los torsos desnudos y acribillaron a personas en una estación de policía. Desde ese entonces no puedo salir de mi barrio… Cuando la guerra estalla en un barrio la gente sale sin saber por dónde coger… ya hay campos de desplazados internos, como cuando experimentamos el terremoto… Cada segundo que se vive en Haití creemos que es el último…”
Mientras la violencia parece imparable, la isla ingobernable, y personas de carne y hueso están muriendo, el mundo, este en que vivimos, parece naturalizar -una vez más- la angustia haitiana en una especie de venganza silenciosa por su osadía mayúscula de isla que se quiere gobernar a sí misma desde el principio de su historia. Ni siquiera su hermana de sangre República Dominicana parece entender, no quiere saber de esa otra tierra que comparte la misma isla pero que la avergüenza, tal vez por negra o por rebelde…
“Los bandidos asedian la capital en sus cuatro puntos, 4 carreteras que llegan a la ciudad. Todas estas carreteras nacionales controlan la circulación. Mi país que se está cayendo a pedazos. Hay un cerco alrededor de la capital y desde 2022 la gente ha venido dejando la ciudad. La capital se ha vaciado en más del cincuenta por ciento. Las escuelas no funcionan y las pandillas destrozan y saquean las instituciones públicas, los bancos, las estaciones de policías, invaden barrios. Estamos en una guerra…”
La algazara mediática se arropa en el Estado fallido, con los mismos argumentos de siempre. Sin embargo, algunas voces honestas se alzan en medio de la culpabilización cómoda al pueblo haitiano y a su supuesta incapacidad. Recientemente, Jake Johnston, economista e investigador sobre Haití para el Center for Economic and Policy Research en Washington D.C., entrevistado para BBC news Mundo, afirmó que “la complicada situación de Haití es la consecuencia de un cúmulo de intervenciones militares y de ayuda humanitaria fallidas.” El académico desmonta uno a uno los mitos de incapacidad de Haití. Y los relaciona desde distintos ejes:
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Lo que llama el contrato social roto en el corazón de la situación haitiana donde incluso antes del terremoto de 2010, el 80 % de los servicios públicos era controlado por actores privados. Entonces, su ciudadanía no tiene gobierno que pueda rendir cuentas porque apenas posee nada. Y estamos hablando de una externalización que se ha extendido incluso en tropas extranjeras, como los Cascos Azules de las Naciones Unidas.
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La referencia al papel de las élites políticas haitianas, que implementan las políticas diseñadas fuera de Haití, y que califica como una minoría oligárquica, extremadamente pequeña, muchos de los cuales tienen negocios en EE.UU. y están conectados a la economía global y las cadenas de suministros de EE.UU.
El investigador está convencido de que los haitianos pueden solucionar sus problemas. “Lo han hecho en el pasado, lo harán en el futuro. Hay una organización maravillosa en Haití todos los días, pese a los obstáculos ridículamente difíciles de sobrepasar con los que se encuentran todos los días.” Sin embargo, advierte que, si bien la ayuda internacional puede ser una importante contribución a la nación haitiana, “el apoyo provisto por actores externos ha tenido el efecto de socavar esos esfuerzos de base. Hay que cambiar la relación de Haití con la ayuda humanitaria para que le sea productiva y sustentable a largo plazo.”
Los pensadores haitianos, que han dibujado como nadie las heridas de su pueblo, afirman que la independencia de Haití no supuso el cambio radical del ejercicio de la colonialidad del poder sino su continuidad y ella, la soberanía real del pueblo haitiano, no se constituyó en el estado nacional, legado colonial, “sino que se hizo realidad en las resistencias del pueblo que se protegió y sobrevivió desarrollando una forma de soberanía que les permitió desafiar la modernidad colonial”. Haití no es paria, es el honor del mundo.
El profesor universitario haitiano Jean Reniteau, con quien mantengo comunicación permanente, me cuenta que desde enero está en casa revisando textos de estudiantes que presentarán sus tesis. Amigos le envían ofertas de trabajo, traducciones… Jóvenes siguen soñando ser graduados universitarios y lo intentan. Jean Reniteau está viviendo solo en Puerto Príncipe. Trasladó a su familia al campo para protegerla. Él tiene que proveer a los suyos. Cada día es un reto, una varilla que se levanta entre las balas y las redes que teje la gente para seguir adelante; una y otra vez desafío a la modernidad colonial impuesta… Reniteau advierte: “algo grande va a pasar…”
(*) Tina Damas, periodista, escritora y fotógrafa mexicana de la 4T