Por Silvia Carrero Parris(*)
Hace unos días, me entero de que a un hombre que mantenía sometida a una mujer, luego de una negociación, y según parece después de volver a golpearla frente los policías, se lo llevaron detenido.
Fue llevado a la justicia que lo encontró culpable de «privación de libertad» y condenado a 18 meses de libertad a prueba y arresto domiciliario. Y yo quiero salir a morder asfalto, mármoles legislativos, yugulares ajenas. Pero no puedo. Mis dientes (míos, sí señor, que los pagué peso sobre peso) no me aguantarían la fiesta. Esta mujer hoy es una sobreviviente. No podemos asegurar que él no conseguirá cazarla y entonces sí, terminará la faena y ella dejará de ser sobreviviente para ser una muerta más a manos de un hombre.
Entonces la parte de la sociedad que aún se conmueve armará algún escándalo. Las mujeres organizadas marcharán quizás con menos esperanza que la marcha anterior, y que la anterior y que… bueno, sigan hasta la primera de todas las marchas. (De paso, mientras escribo esto me doy cuenta que a veces sería bueno tener menos esperanza y más bronca).
Lo condenó un juzgado de familia. Quiero pensar que pasará por un juzgado penal y habrá otra condena, dicho esto desde la absoluta ignorancia del funcionamiento del PJ. Porque “esto” no es un “problema familiar”.
Más cerca en el tiempo, un hombre que trabajaba de policía, mató a sus hijos, le disparó a su mujer (que hasta donde sé está hospitalizada), y se suicidó.
No es que me refiero a estos dos casos porque son hechos aislados. Me refiero a ellos porque son ejemplos de lo que un día y otro sucede, aunque no salga en los diarios que a ella él le quita el celular o se lo controla, que no la deja tener amistades, que la acompaña a todos lados para que no hable con nadie, o directamente no la deja salir a la calle. No sabemos si además oculta moretones bajo su ropa. Eso no sale en los diarios. Pero esta película inicia la serie que termina con la del tipo que la mata y se mata.
Yo soy una sobreviviente. Todavía me admiro cuando levanto la cabeza y respiro hondo el aire en un día soleado. El hombre que hizo conmigo durante años lo que hizo este hombre al que le dieron libertad a prueba y arresto domiciliario está muerto por causas naturales. Yo sigo cargando todavía sobre mi espalda toda la mierda con la que me cubrió y de la que no he podido desprenderme. Si el estatus de sobreviviente dura para esta mujer (ojalá), hay que ayudarla a tratar de sanar.
Yo creo que el próximo gobierno tiene que encarar el asunto de la salud de la población, y reconocer que eso implica entrarle también a la salud mental. A fondo y sin prejuicios. Universalizarla y hacerla accesible para todas las personas. Erradicar la idea de que recurrir al psicólogo o ver un psiquiatra es para los locos. Nos van muchas vidas en ello. Recordar las cifras que nos ponen muy arriba en el mundo cuando se habla de depresión, suicidios, y esta persistente manera gris de mirar al otro en tanta gente.
¿Sugiero que estos hombres son enfermos y no frutos sanos del patriarcado? No.
Quiero decir que hay que ocuparse de que las víctimas sanen y reconocer que todos somos o hemos sido víctimas de alguien, simplemente nos turnamos en la cinta que nos lleva al instante en que nos traga la picadora de carne. Porque el sistema nos quiere víctimas. A todas las personas que están de este lado de la mecha.
Eso nomás.
(*) Silvia Carrero Parris es escritora, ha colaborado con Mate Amargo en épocas anteriores