Por José Ernesto Nováez Guerrero (*)
Si un término está cada vez más ausente del discurso político y mediático contemporáneo es el de lucha de clases. Pareciera que con la rendición ideológica y el derrumbe del socialismo en Europa del Este, todo o buena parte del aparato categorial heredado del marxismo hubiera caído en total desuso. Relegado al trastero teórico de la historia. Sin embargo la realidad, terca, sigue ahí. Y cuando renunciamos a los conceptos que la expresan adecuadamente, no detenemos por ello el curso de los fenómenos sociales, sencillamente oscurecemos su comprensión y las posibilidades de explicarlos.
Un excelente ejemplo de las dimensiones de la lucha de clases en la actualidad lo tenemos en el excelente libro de Helena Villar, “Esclavos Unidos». La otra cara del American Dream, cuya edición conjunta entre Ciencias Sociales y Akal acaba de ser presentada en La Habana en la recién concluida Feria Internacional del Libro.
La investigación de la periodista española, corresponsal de RT en ese país, comprende numerosas aristas de la sociedad norteamericana actual. Entrelazando los datos con numerosas historias de vida, va emergiendo un panorama: el de una sociedad inmensamente rica donde las élites han logrado privatizar masivamente las ganancias y convertir en un problema privado la solución de la crisis pública que han generado sus acciones.
Así, mientras las grandes familias capitalistas como los Walton, los Bezos, los Gates, los Koch, los Mars han aumentado su riqueza casi un 6000 por ciento, la riqueza doméstica media del país ha descendido en torno al 3 por ciento. Y continúa en declive, por la acción combinada de los efectos de la pandemia y la crisis económica mundial.
Estas élites tienen un pilar fundamental en el enrevesado sistema legal del país, donde se solapan legislaciones federales con estaduales y órganos de poder federal y local. En la práctica, las grandes fortunas pueden hacer lobby legal en defensa de sus intereses, financiar las campañas de legisladores, gobernadores y presidentes y garantizar tanto leyes que las favorezcan como normativas laxas en la ejecución de aquellas leyes que van en contra de sus intereses.
El ciudadano trabajador se haya atrapado en una red donde la ley, la economía y la política son parte de un todo tributario a los intereses del afortunado uno por ciento. Las políticas neoliberales aplicadas a partir de la década del ochenta del siglo XX han agravado aún más esta situación, golpeando sobre todo servicios básicos que atentan directamente contra la calidad de vida de la población, como son salud, educación, agua potable, vivienda, etc.
El caso de la salud es sumamente alarmante. La COVID 19 solo desnudó los problemas que ya estaban ahí. Para 2018, 27,5 millones de norteamericanos, entre ellos cuatro millones de niños, vivían sin seguro médico. Eso en un país donde la salud es excluyentemente cara. Según datos del American Journal of Public Health, citados por la autora, se calcula que cada año 530 mil familias se declaran en quiebra económica en Estados Unidos por no poder hacer frente a los gastos médicos.
El negocio de la salud en el país es escandaloso. En su investigación, el libro refiere un escándalo desatado en 2019 referente al costo de la insulina para los diabéticos. En un país donde más de 30 millones de personas son diabéticas y más de 1,2 millones están diagnosticadas con el Tipo 1, o sea, dependen del consumo diario de insulina, las grandes farmacéuticas comercializan los viales de este medicamente a un precio que ronda los 140 dólares por vial, cuando su costo de producción es apenas cinco dólares.
Este costo injustificado de los servicios de salud, ha llevado a que muchas personas opten por automedicarse para tratar dolores y padecimientos crónicos, antes de enfrentarse a una consulta que no pueden pagar. Muchos han optado por los opiáceos, provocando una verdadera pandemia de dependencia en el país. Otros, han buscado sucedáneos y no es raro encontrar personas consumiendo medicamentos para peces, porque son más baratos. En el libro se recogen varios testimonios.
La educación también ha visto como se reducen significativamente sus presupuestos. El resultado es un empeoramiento de la calidad de la docencia, sobre todo en las zonas más pobres del país, donde también, coincidentemente se da una mayor concentración de población no blanca. Para intentar sortear esa crisis, muchos jóvenes deben apelar a créditos estudiantiles, que hoy son una de las principales causas de deuda en el país, junto con la salud y la vivienda.
Millones de norteamericanos acceden a un título a costas de deudas que arrastrarán durante buena parte de sus vidas adultas, a riesgo de que, ante cualquier impago, caigan sobre ellos y sus propiedades las garras del banco, respaldado por la violencia de un sistema que bendice, en los actos, ese estado de cosas.
La magnitud de esta crisis social no solo no es afrontada mediante políticas públicas coherentes, sino que está bastante ausente, en su total dimensión, del debate político. En un país que todos los años aprueba presupuestos record de defensa, se alega la falta de dinero como principal explicación administrativa a la solución de los problemas sociales.
Los problemas públicos creados por el capital y su afán de ganancia, deben ser paleados mediante donativos privados, ONGs, colectivos de autoorganización ciudadana, iglesias, individuos, etc. La solidaridad entre personas, que sin dudas salva numerosas vidas, pero es incapaz de dar una solución definitiva a problemas que son estructurales.
El resultado de este cerco sobre el trabajador es el malestar creciente que resulta palpable en la sociedad norteamericana. La derechización de importantes sectores del electorado que buscan en un candidato como Donald Trump, que se presenta con un discurso mesiánico y aparentemente antisistema, una respuesta al deterioro constante de sus vidas y sus comunidades. Y cuando esta insatisfacción se expresa por el cauce de la ultraderecha, adquiere siempre claros tintes racistas y supremacistas. Es la respuesta natural del nativo que cree ver en el “otro” la causa de todos sus males.
Pero también la contradicción se ha expresado en el emerger de una conciencia de izquierda en importantes sectores de la sociedad norteamericana, aunque a esta conciencia le cueste mucho más trabajo, por la particular configuración de la escena política y mediática en el país, encontrar espacios para presentar y divulgar su discurso. Una parte de estos sectores acaban siendo canalizados dentro del seno del bipartidismo imperante por individuos como Bernie Sanders, que cumplen una función que en la política norteamericana se conoce como “pastores de ovejas”.
A la hora de entender la cólera sorda que explotó en el asalto al Capitolio en 2020 o que explota periódicamente en numerosos espacios del país, es importante entender que esas personas son los derrotados en la lucha de clases. La mayor parte de ellos son la norteamericana trabajadora que ha visto de padres a hijos como les roban su tranquilidad material y espiritual y los dejan cada vez más indefensos en manos de las grandes corporaciones que les ofrecen trabajos cada vez más precarios y con menos derechos, que los dejan llenos de deudas y les cobran una fortuna por servicios públicos totalmente deficitarios.
Son las víctimas del capital, que, como en la siempre útil imagen de Marx, al igual que un vampiro, crece de chupar la sangre de todos y todas los que queden presos de sus redes.
(*) Por José Ernesto Novaes Guerrero, Escritor y periodista cubano. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Coordinador del capítulo cubano de la REDH. Colabora con varios medios de su país y el extranjero.