Dos reportajes

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Por Rolando W. Sasso(*)

En estos días de inclemencia del tiempo estuve revisando unos tramos de mi archivo (por curiosidad nomás) encontrando cosas interesantes y que podrían haber sido escritas en estos tiempos. Concretamente rescaté algunos fragmentos de reportajes (hechos a mediados del 2010) a Lucía Topolansky y a Eduardo Bonomi que me parecieron dignos de retomar con las salvedades del caso.

Dijo Lucía Topolanski ante mis interrogantes sobre sus primeros pasos en la militancia en el combativo barrio de La Teja: “Hace muchos años, cuando era bien joven y la ciudad de Montevideo no estaba impactada por la cantidad de asentamientos que hay hoy (ya se les llamaba “cantegrilles” en esa época), pero eran mínimos comparados con los que hay ahora; con un grupo de estudiantes de arquitectura y el cura Uberfil Monzón, trabajamos en la “Cachimba del Piojo” (donde muere La Teja, cerquita del arrollo Pantanoso) en la construcción de 30 viviendas, un salón comunal con una policlínica odontológica y médica.

Cabe agregar que el fenómeno se ha agravado notoriamente, no hace falta ninguna encuesta, ni censo alguno para ver lo que es hoy la pobreza. Un solo dato: 20 de cada 100 niños y niñas viven en la pobreza. Donde hay pobreza infantil hay madres o padres pobres que ven con desesperación cómo les acorrala el hambre y el frío.

Aquellos estudiantes universitarios y el cura Monzón acertadamente también trabajaron en “el entramado urbano, donde la calle Humbold y la calle Heredia terminan en una especie de barranco. Esa experiencia para quienes la hicimos fue de las mejores porque no caímos como paracaidistas, sino que después de trabajar mucho tiempo con los vecinos del barrio fuimos un día muy contentos con una enorme maqueta para que ellos vieran cómo quedaría el diseño y mientras tanto hacíamos bloques. Y los vecinos empezaron a opinar hasta que salimos con un proyecto totalmente distinto que fue el que se hizo, porque nosotros por ser estudiantes y no vivir en el lugar no habíamos sabido interpretar algunas cosas que nos planteaban los vecinos, y fue muy lindo el intercambio y la gente colaboró con mucho entusiasmo en la construcción.

Después quiso la vida que la pobreza siguiera avanzando en este país, se sucedieran los gobiernos neoliberales, la dictadura y esas casitas que existen todavía quedaran sumergidas en un asentamiento”. No se las tragó la tierra, se las tragó el asentamiento que no para de crecer.

Yo creo que aquella experiencia fue más importante para nosotros que fuimos a aprender que para los beneficiarios que si bien quedaron con una casa de material, era gente que tenía la dureza como para arreglárselas para vivir de manera muy primitiva. Pero nosotros allí conocimos mucho más de cerca los extremos de nuestra sociedad”.

Tal vez sea hora de dar vuelta la pisada y encarar políticas distintas para la realidad social que vivimos en el Uruguay de hoy. Sin intentar calcar experiencias ni tratar de esconder realidades, buscar la forma con participación de los barrios de salir entre todos adelante.

Pobreza y drogas

Los asentamientos con su extensión, multiplicación y dureza no sólo han sido un reproductor de pobreza, sino que ésta trajo de la mano nuevas formas de obtener el pan diario y todo lo necesario para vivir. Son nuevas estrategias de vida. Concretamente la droga y los narcotraficantes aprovecharon la oportunidad de establecerse en los barrios pobres y extremadamente pobres, para obtener alguna protección y cobijo para sus actividades ilegales. De allí a las disputas por el territorio hay un paso que con las armas en la mano no dudan en darlo.

Nos decía Eduardo Bonomi preguntado por la posible instalación en nuestro país de los cárteles de la droga que “eso se llama “feudalización” que se da mayormente en el área metropolitana; a veces la prensa lo compara con las favelas y no es lo mismo porque las favelas son territorios que una vez conquistados es muy difícil entrarle, pero acá se da no solo en barrios considerados zonas rojas, sino también en otros barrios donde aparecen bocas de venta de droga y cuando alguno denuncia le hacen la vida imposible, llegan a matarle un hijo y tratan de correr a la gente.

De la misma forma a veces se trata de imponer la violencia en las tribunas de hinchas, antes que la superioridad deportiva en la cancha para correr gente y ganar espacios; pasa lo mismo en los espectáculos musicales y en los liceos. La cuestión común es ganar espacios para otro tipo de delito que constituye claramente una forma organizada de delinquir que además tiene otra característica: antes no sólo había códigos para los delincuentes sino también categorías, el ladrón de bancos era los más alto y lo más bajo y despreciable eran los punguistas. Eso se ha perdido, hoy se roba gente empobrecida, se roba al trabajador, al vecino, se afecta a la gente más humilde y a veces desde la izquierda se confunde la autoridad mal ejercida contra los sectores populares con la autoridad para enfrentar estos delitos. Y la gente en los barrios pide a gritos la intervención de la policía. Donde no la piden es donde se impuso la feudalización.

Menudo problema enfrentará el próximo gobierno del Frente Amplio: el crecimiento de los cantegrilles junto a la instalación ahora en el país, de los cárteles de la droga. Sobre todo porque esos son los gérmenes de la violencia que carcomen toda la sociedad hasta derrumbarla estrepitosamente. Programa aprobado hay para atacar estos temas, habrá que concretarlo poniendo el acento en el lugar donde ellos se interceptan.

(*) Rolando Sasso es fotógrafo, Periodista y escritor. Tiene en su haber varios libros de profunda investigación periodística sobre el accionar histórico del MLN-T

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