Venezuela en elecciones: una nueva etapa para la revolución bolivariana

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Por José Ernesto Novaez Guerrero (*)

Venezuela tiene elecciones presidenciales este próximo 28 de julio. El país parece estar de vuelta de los momentos más duros de la crisis económica y ya se evidencian claros indicadores de recuperación. No solo el PIB del país creció significativamente entre 2022-2023, sino que ha logrado ralentizar la inflación, aumentar la producción y venta petrolera y reactivar otros sectores estratégicos de la economía, recuperar progresivamente el poder adquisitivo de la clase trabajadora y todo esto de la mano de una mayor seguridad en el país, al desmantelar en operaciones recientes numerosos grupos criminales que operaban en la cárceles, en varios estados y en las zonas fronterizas del país.

La nación viene además de dos grandes procesos electorales recientes. El primero en diciembre del 2023 en el cual el pueblo respaldó la posición del ejecutivo nacional en torno a la disputa del Esequibo, con Guyana, como un conjunto de acciones de defensa de la soberanía nacional. La segunda las recientes elecciones comunales de abril de 2024, que son un significativo ejemplo de la vitalidad de esas formas de autoorganización popular que desde hace años se desarrollan en el país y que tuvieron en la obra y el pensamiento de Chávez un impulso fundamental.

Estos dos procesos, que no recibieron tanta cobertura mediática internacional como las próximas elecciones presidenciales, salvo para presentar a Venezuela como un posible e impredecible agresor en la disputa por el Esequibo, son sintomáticos del momento político que vive el país y ayudan a entender también las crisis internas de la oposición y los pataleos de una figura como María Corina Machado, viejo peón de la agenda imperialista que hizo lo posible por forzar el desconocimiento y la burla de las legítimas instituciones electorales del país.

La Revolución Bolivariana está en una nueva etapa. La temprana muerte del comandante Chávez en 2014 generó una compleja situación a nivel de país, pero también a lo interno del PSUV, que fue aprovechada por la oposición y el imperialismo para arreciar la ofensiva en contra del proceso. En el frente interno se sucedieron sabotajes, sediciones, alzamiento violentos, intentos de magnicidio, traiciones, presidentes autonombrados y en el externo se arreciaron las sanciones y el saqueo de los activos venezolanos, teniendo su pico más alto en el robo de CITGO, filial estadounidense de PDVSA y fundamental para el funcionamiento de la industria petrolera nacional. Esta compleja situación llevó a una reconfiguración en los liderazgos y formas de hacer política. Se siguió una doble línea mano dura contra la violencia y apelación permanente al diálogo para intentar lograr soluciones negociadas a la crisis. También se buscaron formas de proteger a la población de los efectos de estas medidas, siendo los CLAP (Comités Locales de Abastecimiento y Producción) un claro ejemplo de esto. En ese complejo escenario y con el añadido de la COVID 19, se debió emprender un proceso de reconversión tecnológica de la infraestructura petrolera del país, la cual estaba construida sobre una matriz tecnológica norteamericana imposible de mantener por las sanciones. Para sacar adelante la industria petrolera fue necesario una activa diplomacia, tendiente a fortalecer vínculos con aliados tradicionales y buscar nuevas alianzas y mercados para la producción nacional.

El resultado de estas acciones ha sido un fortalecimiento de la figura del presidente Nicolás Maduro, el cual ha demostrado una excepcional capacidad política para lidiar con los retos inmensos que le ha tocado enfrentar, pero también un fortalecimiento de la figura del partido, una recuperación de la confianza en la revolución por las bases políticas del proyecto. Aunque queda mucho por hacer, la nueva Venezuela que ha debido reconstituirse en medio de tantos asedios es un poco menos dependiente del petróleo, tiene una economía en proceso de diversificación y ha activado capacidades productivas que contribuyen a una mayor soberanía y estabilidad alimentaria del país.

Los procesos eleccionarios mencionados dan idea de que el chavismo está en un momento de franca recuperación política como programa nacional. Frente a él se alza una oposición fragmentada, incapaz de articular un proyecto propio, con un liderazgo desacreditado que debe apelar a figuras de segunda línea para encontrar candidatos políticamente viables en los próximos comicios. Una oposición cuyo sector más radical se debate entre participar en las elecciones legitimando de paso la institucionalidad electoral que tanto han atacado o negarse de plano a participar, quedando completamente fuera de cualquier opción y contentándose con repetir incansablemente la vieja coletilla del fraude.

Pero de lo dicho anteriormente no se puede suponer que el próximo proceso sea precisamente un paseo. La revolución bolivariana enfrenta grandes retos. Las acciones norteamericanas y el dinero norteamericano son peligrosas para la estabilidad del país. La administración Biden, en su afán de lograr el apoyo de los sectores más recalcitrantes de la política y el electorado norteamericano, ha revocado un grupo de licencias que permitían a compañías norteamericanas operar en la industria petrolera venezolana. Esto puede ser solo la punta del iceberg de una ofensiva mayor que apunte a presentar al veterano demócrata como un firme luchador en pro de la “democracia”.

Sectores de la ultraderecha coaligados con estructuras criminales pueden intentar socavar la estabilidad interna del país. También aquí juegan un papel potenciales traiciones. En estos días la Fiscalía Nacional de Venezuela ha dado numerosas declaraciones en torno a la trama de corrupción PDVSA-Cripto, en la cual están involucrados viejos nombres del golpismo, como Julio Borges y Leopoldo López, pero también quien fuera un hombre de confianza del chavismo, Tareck El Aissami, expresidente de PDVSA, con un largo recorrido político dentro de la revolución bolivariana, destacando su papel de vicepresidente del país durante los años 2017-2018.

Los medios cartelizados son otro factor que no se puede dejar de tener en cuenta. Ellos, como complemento de la injerencia extranjera en el país, ayudaron a levantar simbólicamente a figuras como Guaidó y contribuyeron con entusiasmo a divulgar el bulo del camión de ayuda internacional incendiado por el gobierno mientras intentaba entrar desde Colombia, cuya falsedad se demostró al final. Esta gran prensa, como herramienta ideológica del capitalismo, existe para perseguir y demonizar a procesos como el venezolano.

En este nuevo round democrático que se avecina en el país, estoy convencido de que se impondrá el chavismo como proyecto popular. Este proceso será una prueba más de la fortaleza de la democracia en el país, pero también, a mi juicio, un recordatorio de la necesidad de superar las viejas formas de la democracia burguesa en beneficio de otras más populares y profundas. No importa la transparencia que tengan las elecciones, la burguesía siempre va a denunciar fraude, porque ese modelo está diseñado para darles la victoria y eventualmente pudiera dársela. Los venezolanos tienen el recuerdo reciente de lo ocurrido cuando el chavismo perdió la mayoría en la Asamblea Nacional. El camino, entonces, es superar las viejas formas de la política y sustituirla por esas otras nuevas que se tejen en la Venezuela de las comunas, de los barrios y que vienen preñadas de futuro.

(*) José Ernesto Novaes Guerrero, Escritor y periodista cubano. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Coordinador del capítulo cubano de la REDH. Colabora con varios medios de su país y el extranjero.

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