Mientras The New York Times prevé un alto al fuego similar al de Corea en 1953, la llegada de Andréi Beloúsov a la Defensa rusa es una mala noticia para Kiev y la OTAN
Por Carlos Fazio (*)
La guerra proxy de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia en Ucrania ha entrado en una fase delicada para el Occidente colectivo; una cosa es la propaganda de guerra y otra la realidad en el frente. Así, mientras las fuerzas de la OTAN llevan a cabo su mayor simulacro militar desde el final de la guerra fría con la excusa de la “amenaza rusa”, los ataques masivos de las fuerzas del Kremlin en varias direcciones de la línea del frente de 2 mil kilómetros, han vuelto cada vez más crítica la situación de las fuerzas armadas ucranianas, que podrían estar al borde del colapso según la opinión consensuada en el establishment de Seguridad Nacional de EU.
El 10 de mayo, el comienzo de la ofensiva rusa en la región de Járkov logró romper con relativa facilidad la primera línea de defensa del ejército ucraniano, obteniendo una serie de éxitos tácticamente significativos y obligando a un redespliegue de tropas del enemigo hacia el norte, lo que deja otras zonas estratégicas, como Jersón y Odesa, potencialmente expuestas a nuevos golpes rusos.
Esta semana, el jefe de la Dirección Principal de Inteligencia del Ministerio de Defensa ucraniano, Kiril Budánov, reconoció que las tropas de Kiev se enfrentan a una situación “crítica” en el frente noreste, donde el Ejército ruso avanza en la región de Járkov. Al respecto, CNN reconoció que Ucrania vive “una pesadilla” mientras Rusia muestra “su avance más rápido” desde el inicio del conflicto. Debido a la situación, el presidente de Ucrania, Vladímir Zelenski, aplazó sus viajes a España y Portugal.
El Pentágono y la CIA saben que la llegada de más armamento de EU a Ucrania los próximos días –que incluye misiles antiaéreos Stinger y antitanque Javelin, vehículos blindados Bradley y proyectiles de 155 mm− no logrará evitar el derrumbe, porque el problema del ejército ucraniano no es la falta de armas sino de mano de obra debido a su índice extremadamente elevado de bajas; simplemente lo posterga. Lo que perpetúa la pachanga de lucrativas ganancias de los fondos de inversión occidentales detrás del financiamiento de la guerra, de la industria bélica et al y la deseada devastación de Ucrania, cuya reconstrucción estará bajo la tutela y el control de BlackRock, ya que el país se convirtió en rehén de sus acreedores (ver https://www.president.gov.ua/en/news/prezident-proviv-zustrich-iz-kerivnictvom-najbilshoyi-u-svit-82725).
El objetivo de la OTAN es prolongar el conflicto el mayor tiempo posible para evitar que Rusia consiga una victoria clara, y tratar de desgastarla. Ante la superioridad militar rusa en la línea de contacto, la OTAN ha optado por el terrorismo puro y duro. Lo anterior se deduce de las declaraciones del ministro de Defensa del Reino Unido, almirante Sir Tony Radakin, al Financial Times, en el sentido de que hay que intensificar los ataques contra objetivos civiles en la profundidad de Rusia. Es decir, ataques asimétricos contra infraestructura vital y áreas pobladas de Rusia para infligir el mayor daño posible a la población civil para que “repudie” al presidente Vladimir Putin. Un ejemplo es la destrucción de un edificio residencial de 10 pisos en la ciudad rusa de Bélgorod el domingo 12 de mayo, por el impacto de un fragmento de un misil ucraniano Tochka-U interceptado por las defensas aéreas rusas, con saldo de 19 personas muertos y 27 heridas.
Las provincias rusas limítrofes con Ucrania, como Bélgorod, Briansk, Kursk y Vorónezh, denuncian regularmente impactos de proyectiles, incursiones de drones y otros ataques desde el otro lado de la frontera, que obligan a la población civil a buscar refugio en otros lugares. Esa podría ser la razón principal del Kremlin para avanzar en la región de Járkov: crear una zona buffer (de amortiguamiento) para proteger a la población civil rusa que vive en la frontera con Ucrania, sin descartar que los ataques obedezcan, también, a distraer fuerzas del enemigo, como se mencionó arriba.
En abril último, el Pentágono entregó de manera secreta a Kiev un número indeterminado de sistemas ATACMS (Army Tactical Missile System), un misil balístico superficie-superficie fabricado por Lockheed Martin, con un alcance de 300 kilómetros; es decir, con capacidad para golpear a Rusia en su interior, incluida la península de Crimea, a la que Estados Unidos y el Reino Unido consideran parte integral de Ucrania. A su vez, el primer ministro de Polonia, Donald Tusk, volvió a reconocer que soldados, instructores e ingenieros militares de la OTAN auxilian a las tropas ucranianas a luchar contra Rusia; lo que según la portavoz de la Cancillería rusa, María Zajárova, confirma que Occidente está librando una ‘guerra híbrida’ contra el Kremlin.
Asimismo, en un comentario inusualmente beligerante, el ex primer ministro y actual canciller del Reino Unido, David Cameron, abogó por la escalada del teatro de guerra hasta territorio ruso, tras afirmar que Ucrania tiene el derecho de golpear en la profundidad del país euroasiático con los misiles de crucero Storm Shadow de fabricación británica. El portavoz del Kremlin, Dimitri Péskov, señaló que tal declaración es una peligrosa forma de escalada verbal.
Como parte de la misma ofensiva retórica incendiaria, el líder de la minoría del Partido Demócrata en la Cámara de Representantes de EU, Hakeem Jeffries −cercano a Barak Obama y Hillary Clinton−, sentenció en una entrevista con 60 Minutes de CBS que si Ucrania no puede ganar la guerra contra Rusia después de la última ayuda militar bipartidista por 61,000 millones de dólares, EU deberá intervenir militarmente para rescatar a Zelenski, contra quien, por cierto, el Ministerio del Interior ruso acaba de emitir una orden de aprehensión.
En su desmedido afán de liderazgo y con su propagandística noción de la ‘ambigüedad estratégica’, el presidente galo Emmanuel Macron se sumó al nado sincronizado jugando lingüísticamente con la “legitimidad” de que la OTAN envíe tropas a Ucrania ante dos situaciones límite: en caso de una ruptura de las líneas de defensa ucranianas que permita a Rusia penetrar de manera profunda en los territorios orientales –y eventualmente tomar el control de la capital, Kiev− y que Ucrania lo pida. En sentido inverso, es la OTAN la quiere probar la capacidad estratégica de golpear instalaciones militares, energéticas y manufactureras en lo más profundo de la Federación Rusa.
En respuesta a las provocadoras declaraciones de Cameron y Macron, el 6 de mayo el Ministerio de Asuntos Exteriores ruso convocó a los embajadores de Gran Bretaña y Francia por separado y les entregó sendas notas de protesta diplomáticas. Además, en una declaración formal, la Cancillería rusa recordó la intención de Estados Unidos de infligir una “derrota estratégica” a Rusia; dijo que Moscú tomó nota de los modelos de misiles ATACMS enviados a Ucrania, y anunció una respuesta adecuada en términos de una intensificación de la modernización y fabricación de misiles de alcance intermedio y más corto, y el futuro despliegue de esos sistemas de armas a “discreción”. Es decir, el Kremlin dejó claro que contragolpeará con medidas simétricas si Washington despliega cualquier misil nuclear de alcance intermedio con base en tierra en Ucrania o en cualquier otro lugar.
La declaración también consideró la transferencia de F-16 a Ucrania −con independencia de su diseño específico− como una provocación deliberada, ya que se trata de un avión de “doble capacidad” que puede transportar tanto armas convencionales como nucleares. Y concluyó anunciando ejercicios con “armas nucleares no estratégicas”, como una acción disuasiva a EU y sus aliados, cuyos movimientos hostiles están empujando la situación cada vez más cerca del explosivo punto de inflexión. El Occidente colectivo, fue el mensaje, no podrá jugar a una escalada bélica de manera unilateral.
Como señaló Sergei A. Karaganov, presidente honorario del Consejo de Política Exterior y de Defensa de Rusia, para tratar de inculcarle algo de sentido común a la clase dirigente de EU y Europa, que “se encuentra en un estado de desesperación y ha perdido la cabeza y el sentido de responsabilidad”, se necesitaba restaurar un “miedo sano”: la disuasión nuclear.
El 7 de mayo, en su toma de posesión para un quinto mandato, un sereno e imperturbable presidente Putin aseguró que Rusia y sólo Rusia determinará su propio destino. Y añadió que el Kremlin no rechaza dialogar con Occidente sobre seguridad y estabilidad estratégica, pero sólo en pie de igualdad. Implícitamente, ratificó que la guerra se acabará cuando Moscú diga y que lo único que hay que negociar es la modalidad de rendición de Zelenski. Y si la OTAN, que obedece a las órdenes del Pentágono y la Casa Blanca, decide involucrarse con tropas de manera directa en Ucrania, la respuesta será devastadora. En el lenguaje para nada críptico del vicedirector del Consejo de Seguridad ruso, Dmitri Medvédev, “ninguno de ellos (Jeffries, Macron y Cameron) podrá esconderse ni en el Capitolio, ni en el Palacio del Eliseo, ni en Downing Street 10”. Ocurrirá una catástrofe mundial.
Los ganadores: BlackRock y la industria armamentista
El 11 de mayo, en un reporte especial titulado El orden liberal internacional está cayendo lentamente, la revista inglesa The Economist señaló que la economía mundial está al borde del colapso y que “un número preocupante de factores desencadenantes podría ocasionar un descenso hacia la anarquía”, donde “la guerra vuelve a ser el recurso de las grandes potencias”.
Junto con BlackRock y las grandes corporaciones del complejo militar-industrial de EU −que seguirán obteniendo ganancias estratoféricas con la reposición del arsenal de la OTAN con pertrechos de última generación, gracias al papel de Ucrania como gigantesco lote de charratización debido al destructivo accionar militar ruso−, los tambores de guerra también beneficiarán a los cuatro principales productores de municiones de Europa: la alemana Rheinmetall, la británica BAE Systems, la francesa Nexter y Nammo, propiedad de los gobiernos finlandés y noruego; a proveedores de explosivos y propulsores, entre los que se destacan Chemring, del Reino Unido, y Eurenco, de Francia, y a la compañía sueca Saab, productora del misil antitanque NLAW.
En ese contexto, soldados de la OTAN que participan del simulacro militar con componentes nucleares Steadfast Defender 2024 (Defensa inquebrantable), que se extiende desde los Estados bálticos hasta los Balcanes, imitaron el asalto a posiciones rusas y se declararon listos para luchar contra “la amenaza de Moscú”. El objetivo político-militar de las maniobras de la OTAN busca debilitar y fragmentar a Rusia en un futuro cercano: ante el hecho de que Kiev va a tener que firmar algún acuerdo de paz o continuar la guerra y seguir perdiendo territorios, la OTAN pretende vencer a Rusia y de paso busca justificar el incremento del gasto militar en los países miembros y la política de militarización de las relaciones internacionales.
El asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, reconoció que la nueva ayuda militar de EU a Ucrania solo ayudaría a “mantener la línea” durante 2024. Y según The New York Times, en la Administración Biden crece la sensación de que “los próximos meses podrían ser decisivos” y “en algún momento” Kiev y Moscú podrían finalmente “avanzar mediante negociaciones hacia un alto al fuego similar al que puso fin a las hostilidades activas en Corea en 1953, o simplemente congelar el conflicto”. El influyente medio estadunidense precisó que la artillería y los drones proporcionados por EU y la OTAN fueron neutralizados por sistemas de guerra electrónica rusos, que “aparecieron tarde en el campo de batalla, pero resultaron sorprendentemente eficaces”. “En 2024, el Ejército ruso tiene una ventaja material y una iniciativa estratégica”, admitió el TNYT.
Andréi Beloúsov: optimizar la eficacia en Defensa
El 14 de mayo, en vísperas de su viaje a China, el presidente Putin firmó el decreto de nombramiento de Andréi Beloúsov como nuevo ministro de Defensa de Rusia. Según el mandatario, Beloúsov “entiende perfectamente lo que hay que hacer para integrar la economía de todos los servicios responsables de la seguridad del país y el Ministerio de Defensa […] en la economía general del país”. Agregó que Beloúsov “ya ha estado haciendo recientemente algunas cosas de doble propósito, en particular, el desarrollo de vehículos aéreos no tripulados y otros drones”.
En su intervención ante la Cámara alta del Parlamento ruso, Beloúsov confirmó que uno de los objetivos principales de su gestión será “garantizar la plena integración de la economía de las Fuerzas Armadas en la economía general del país”, una tarea “compleja” que, dijo, implica, en primer lugar, “la optimización de los gastos militares”, explicando que la “optimización” significa aumentar su eficacia”. Malas noticias, pues, para Ucrania y la OTAN.
El plan inmediato de la OTAN es intentar evitar el colapso del ejército ucraniano a la espera de que EU comprometa su ejército en la batalla después de las elecciones de noviembre. El Kremlin lo sabe y está en una carrera por tratar de colapsar al ejército ucraniano antes de que Biden regrese a su cargo, si es que lo reeligen. Si Rusia tiene éxito se evitará una guerra mayor en Europa. Si no, es posible que asistamos a una tercera guerra mundial.
(*) Carlos Fazio escritor, periodista y académico uruguayo residente en México. Doctor Honoris Causa de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Autor de diversos libros y publicaciones