Por Rolando W. Sasso(*)
Como quién no quiere la cosa florecieron las estrellas federales y se instaló otro 20 de Mayo. Lamentablemente con las mismas interrogantes sin responder. No hay dudas de que entre los altos mandos civiles y militares hay quienes saben más de lo que declaran. Ellos saben dónde están y no quieren decirlo. Nosotros seguimos marchando en silencio ¿Hasta cuándo?
Entre fines de 1975 y hasta el año 1979 “comenzaron a aparecer en distintas partes de la costa uruguaya cuerpos de personas sin vida que no podían ser identificadas” dijo el Equipo de Investigación Histórica, de la Secretaría de Derechos Humanos para el Pasado Reciente, dependiente de Presidencia de la República, en el año 2014. “Todos ellos fueron inhumados como N.N. (Ningún Nombre).” Eran tiempos de dictadura en ambas márgenes del Río de la Plata.
“Finalmente las exhumaciones realizadas por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) en el año 2002” identificaron algunas víctimas, casi todas de nacionalidad argentina, contrariando el comunicado oficial, por el cual serían ciudadanos de origen chino o coreano, víctimas de motines en alta mar.
En síntesis los hallazgos fueron de 31 cuerpos. En el departamento de “Colonia 11 hallazgos; en el departamento de Maldonado 3 hallazgos; en Montevideo 9 hallazgos y en Rocha 8 hallazgos”. De todos ellos se ha podido identificar al compatriota Atilio E. Arias, exhumado el 1º de setiembre de 1977. Además se identificaron dos chilenos, un paraguayo y seis argentinos.
Los cadáveres presentaban un detalle en común, las mutilaciones y las ataduras con alambre, estas últimas seguramente para dominarlos mejor durante el vuelo de helicóptero o en pequeños aviones de la muerte.
¿Qué puede pensar o esperar un general de las FFAA que sabe dónde están los desaparecidos (o algunos de ellos) y se niega sistemáticamente a acatar órdenes superiores y de la Justicia de denunciar el paradero de las víctimas? No todos fueron arrojados al mar, algunos aparecieron en tierra firme, ¿Cuántos más hay para desenterrar?
Niños secuestrados
El drama de los desaparecidos incumbe a la sociedad toda y no se cerrará hasta que se conozca toda la verdad y nos digan dónde están. Desde la salida de la dictadura hasta el presente se han instrumentado varias campañas tratando de sensibilizar a algunos testigos y se siguen haciendo búsquedas, con escasos resultados. Si bien algunos anónimos han aportado varios datos, faltan referencias concretas; no alcanza con señalar los fondos de un batallón que puede ser enorme.
Los esfuerzos han sido muchos, pero hoy quiero destacar una campaña llevada adelante a voluntad y sacrificio en el zonal que incluye Belvedere, Nuevo París, Pueblo Victoria, Tres Ombúes, La Teja, Cerro, Casabó y Paso de la Arena. Jóvenes militantes tupamaros de todos esos barrios analizaron y diseñaron una campaña reclamando por los “niños secuestrados”. Una cruzada que incluía pintadas en murales callejeros, reparto de volantes en ferias o puerta a puerta, colocación de pasacalles en determinadas arterias de la ciudad.
Eso sucedía en la segunda mitad de los años 80’, en tiempos de razias callejeras; casi una dictadura con todos los peligros que implicaba. Significaba señalar que en Uruguay había desaparecidos, que muchos uruguayos habían desaparecido en Argentina y en otros países del Cono Sur; implicaba especificar que había un puñado de niños a los que se les había robado su identidad y vivían con los captores de sus padres. Eran niños secuestrados.
Ya habían aparecido abandonados en la plaza O´Higgins de Valparaíso, Chile, los hermanitos uruguayos Anatole y Victoria Julien Grisonas. Habían sido secuestrados (setiembre de 1976) en un violento operativo del Plan Cóndor en Buenos Aires donde vivían y trasladados al centro clandestino de detención y tortura Automotoras Orletti. No está claro por qué los trasladaron a Chile para abandonarlos. Años después el resultado de la búsqueda de sus familiares dio positivo y los niños recuperaron su identidad, viviendo con sus padres adoptivos que no son precisamente represores.
Volviendo a la campaña que relataba hay que decir que todo el material producido tenía una fuerte ilustración en común: dos niños vestidos de túnica blanca y moña azul, encapuchados. La vestimenta era la de cualquier niño/a escolar y la capucha verde señalaba el destino del secuestro de los menores.
Demás está decir que la campaña no gustó a los políticos blancos y colorados, que la prensa grande cerró sus puertas y ventanas a cualquier difusión de la propaganda aludida, que los brigadistas debieron extremar medidas de seguridad (dejar número de documentos en el local de salida, llevar teléfono de un abogado pronto para interceder, vigilar las esquinas y hacer las acciones de manera rápida para no demorar). Hubo muros que quedaron sin terminar de pintar (…).
La campaña aunque quisieron callarla hizo ruido e impactó en la gente que preguntaba qué era eso de “niños secuestrados”. Lentamente se abrió una chance para explicar aunque fuera mano a mano la problemática. Fue un granito de arena que se aportó en la búsqueda de los desaparecidos.
Tres menores (al momento del secuestro) continúan en la categoría de desaparecidos (sin contar los nacidos en cautiverio): son Beatriz Lourdes Hernández Hobbas entonces de 17 años; Washington Fernando Hernández Hobbas entonces de 15 años; y Carlos Baldomiro Severo Barreto de 16 años al momento del secuestro. ¿Será que nadie tiene nada que aportar? ¿No hay ningún general que sepa algo? ¿Nadie va a responder dónde están?
(*) Rolando Sasso es fotógrafo, Periodista y escritor. Tiene en su haber varios libros de profunda investigación periodística sobre el accionar histórico del MLN-T