Por José Ernesto Novaez Guerrero(*)
Este 16 de mayo se reunieron en Beijing, capital de China, los presidentes Vladimir Putin y Xi Jinping, en la que es la primera visita oficial al exterior del presidente ruso desde su reelección. Los medios occidentales siguieron de cerca esta visita, presentándola como una movida fundamentalmente relacionada con la guerra en curso en Ucrania y subrayando hasta el hartazgo los riesgos que esta alianza representa para Occidente.
Desde Estados Unidos han amenazado en numerosas oportunidades a China para que deje de apoyar a Rusia en el suministro de una serie de componentes que desde Washington consideran centrales para que el país pueda continuar con el esfuerzo bélico. Incluso importantes voceros políticos han vuelto sobre la vieja narrativa de una alianza por “conveniencia” y donde Rusia es “el socio menor”, utilizado por China en beneficio exclusivo de su agenda.
Sin embargo, a pesar de todo el vocerío mediático, los grandes medios occidentales parecen fallar en comprender y aceptar las implicaciones totales de una realidad de la cual este reciente encuentro es solo un momento. Pues, como recordara Xi en esta reunión, él y Putin se han reunido en más de cuarenta oportunidades y mantienen una estrecha colaboración. De hecho, a principio de 2022 ambos países declararon su relación “sin límites”, lo cual evidencia una voluntad de imbricación creciente entre las economías y las sociedades de ambos países.
Pero pensar que estas alianzas son efímeras implica desconocer la historia de ambos países. Desde antes del triunfo de la revolución bolchevique en Rusia existían vínculos entre los revolucionarios rusos y sus homólogos chinos, vínculos que se profundizaron luego de octubre de 1917 y que a pesar de la traición del Kuomintang en los años 20 no desaparecieron.
Los primeros años luego del triunfo de la revolución china en 1949 fueron de gran cercanía entre ambos países. No es hasta la muerte de Stalin que las tensiones emergen y se produce el distanciamiento. Sin embargo, esos acumulados históricos están ahí, favorecidos hoy por la situación geográfica de cercanía entre ambos países, las agendas comunes de desarrollo, las perspectivas geopolíticas compartidas y los mismos enemigos.
Ambos países tienen a sus espaldas sólidas y profundas tradiciones culturales. Lenguas propias. Y, a pesar de las intenciones y humillaciones sufridas a manos de Occidente, nunca fueron colonias, con lo cual nunca las redes del colonialismo penetraron y destruyeron radicalmente esos elementos constitutivos de sus identidades. Ambas, además, fueron y son grandes poderes.
Los primeros años luego del triunfo de la revolución china en 1949 fueron de gran cercanía entre ambos países. No es hasta la muerte de Stalin que las tensiones emergen y se produce el distanciamiento. Sin embargo, esos acumulados históricos están ahí, favorecidos hoy por la situación geográfica de cercanía entre ambos países, las agendas comunes de desarrollo, las perspectivas geopolíticas compartidas y los mismos enemigos.
Ambos países tienen a sus espaldas sólidas y profundas tradiciones culturales. Lenguas propias. Y, a pesar de las intenciones y humillaciones sufridas a manos de Occidente, nunca fueron colonias, con lo cual nunca las redes del colonialismo penetraron y destruyeron radicalmente esos elementos constitutivos de sus identidades. Ambas, además, fueron y son grandes poderes.
Su presencia común en el bloque de los BRICS+, así como sus vínculos crecientes con América Latina y África, no solo representa la disputa de los grandes espacios de influencia de Occidente, sino la emergencia de una geopolítica diferente, basada en el respeto a la soberanía interna de los países y centrado en el beneficio económico mutuo. Una diplomacia que no descansa sobre el despliegue militar y costosas bases en el extranjero, sino sobre acuerdos comerciales.
Occidente está perdiendo las batallas en el marco del sistema económico mundial que el mismo creó y esto sin dudas pone inquietos al hegemón estadounidense y sus acólitos. Luego de décadas de “defender” el libre mercado, hoy vemos un ascenso de políticas proteccionistas y sancionatorias que pretenden frenar el desarrollo de China y Rusia.
El actual conflicto en Ucrania, tal y como ha quedado claro, es una guerra proxy entre la OTAN y Rusia. O sea, entre el brazo armado del imperialismo contemporáneo y un poderoso actor geopolítico, ya recuperado de la profunda crisis a todos los niveles en que lo sumió el derrumbe de la Unión Soviética. La nueva Rusia es una mixtura de muchos elementos políticos, algunos de ellos profundamente conservadores, pero es en su conjunto un actor geopolítico fundamental para romper el viejo orden unipolar.
La alianza entre ambas potencias es también una garantía en materia de seguridad en contra de los proyectos de desestabilización interna y fragmentación. Ya China vivió a finales del siglo XIX y principios del XX la humillación de ser invadida y sufrir el robo de parte de su territorio. Rusia vivió la fragmentación de la URSS y hoy ve como los think tanks norteamericanos acarician con agrado la idea de una Rusia fragmentada en una serie de pequeños estados débiles, incapaces de defender sus recursos (que en el caso de Rusia son cuantiosos) de la rapacidad de las transnacionales occidentales.
Ambos países son fundamentales también para la supervivencia de proyectos antiimperialistas en América Latina y África. Proyectos que ven en el apoyo de ambas naciones una posibilidad de romper con la saga de dominación neocolonial sobre sus pueblos sin verse sometidos al aislamiento, las sanciones y la invasión militar. Así vemos que proyectos como Cuba, Venezuela, Nicaragua, Burkina Faso o Níger han estrechado aún más sus vínculos con ambas potencias.
Sin dudas el continuo acercamiento entre Rusia y China seguirá acentuando las tensiones con el bloque otanista y con los Estados Unidos como potencia hegemónica. Esto puede llevar a situaciones donde se agudicen conflictos ya existentes, como el de Taiwán o Ucrania. Las grandes potencias occidentales no cederán su rol sin agotar todas las violencias y manejos a su alcance. El apretón de manos entre el oso y el dragón, que pone a sus élites muy nerviosas, representa para buena parte del mundo un horizonte de posibilidades.
(*) José Ernesto Novaes Guerrero, Escritor y periodista cubano. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Coordinador del capítulo cubano de la REDH. Colabora con varios medios de su país y el extranjero.