Por Rolando W. Sasso(*)
Pasó un año hasta que se pudieron identificar sus restos. La perseverancia en la búsqueda lo logró. Se hicieron las correspondientes honras fúnebres y se le realizó un sentido homenaje. Por fin Amelia volvió a su pueblo. Pero faltan muchos, hay que seguir buscando.
Cuando se concretó la identificación de los restos de la compañera Amelia Sanjurjo Casal, poco a poco desfilaron por la memoria tantas luchas. Desde las recorridas por los cuarteles preguntando por un familiar, de las rondas en las plazas públicas, hasta las juntadas en Rivera y Jackson para marchar en silencio y con carteles cada 20 de mayo. Resuena claramente en mis oídos la consigna: “No hubo errores, no hubo excesos, son todos asesinos los milicos del proceso.”
Son años y años de reclamo sin descanso por sus hijos, por sus nietos, por sus sobrinos, por el vecino. Años recorriendo cuarteles y siempre la misma respuesta negativa. Siempre el rostro burlón del verdugo de turno: “no busque más, señora.”
Está claro que hubo una política represiva que pasaba por la tortura salvaje (la máquina), el asesinato a mansalva, la desaparición del cuerpo del delito y el robo de los niños para venderlos.
Está claro que en todos los cuarteles se torturaba y también se martirizaba al enemigo en lugares clandestinos de detención, como en “La Tablada” también llamada “Base Roberto” del barrio Lezica – Melilla, o en la casa de Punta Gorda, nombrada “300 Carlos R” o “Infierno Chico.”
Decir que en todos los cuarteles se torturaba no da idea de la dimensión de la afirmación. Todos los oficiales y toda la tropa participaron de una manera o de otra en los tormentos, aunque fuera mínimamente, porque era la forma de tener a todos involucrados y asegurar así que ningún arrepentido confesara.
La detención violenta, la colocación de esposas y capucha, los plantones de ablande con patadas y puñetazos, sin baño y recibiendo presiones psicológicas, sin beber agua por días, el “tacho”, la picana, los colgamientos, violaciones, etc. eran parte de lo que todos los presos políticos en mayor o menor medida pasaron.
Todo el batallón estaba enterado de los suplicios, algunos lo celebraban ruidosamente, otros (cuando podían) aflojaban las ataduras o convidaban un tabaco. Pero todos debían permanecer callados y en complicidad bajo presión de represalias.
Es cierto que muchos han muerto llevándose sus secretos a la tumba, pero hay otros que saben y podrían aportar datos verídicos sobre los lugares de enterramiento, pero se niegan a hablar. Especialmente los generales y los oficiales de alto rango.
Es el Presidente de la República quien debe dar la orden de entregar información que no esconda la realidad ni trate de distraer la atención de los antropólogos que están dirigiendo la búsqueda. En caso de no obtener resultados positivos le queda el recurso de la degradación, la baja y la denigración pública, sin olvidar las sanciones pecuniarias que correspondan.
Por todo esto decimos que la búsqueda debe continuar, las excavaciones deben seguir sin pausa hasta que se esclarezcan todos los casos de detenidos desaparecidos. Pero sobre todo los que tienen información deben entregarla sin dilaciones ni retaceos.
(*) Rolando Sasso es fotógrafo, Periodista y escritor. Tiene en su haber varios libros de profunda investigación periodística sobre el accionar histórico del MLN-T