“A la huella vieja, vidalita”(1)

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Colectivo Histórico “Las Chirusas”(*)

El próximo 19 de junio se cumplen 260 años del nacimiento de José Gervasio Artigas. Y su figura volverá a estar en disputa, porque estamos en el marco de una campaña electoral más que porque estemos cuestionándonos el valor y la aplicabilidad de sus ideas, su lucha.

Volveremos a hablar del Artigas de bronce o del que vivía con los indios, del jefe o del conductor-conducido, pero apenas con la necesidad de una victoria mínima que nos permita poner una bandera en la tribuna…que volverá a pasar desapercibida, en tamaño y en importancia, frente a la gran bandera del o de la candidata que vaya a pelear por la Banda. Pero no la Banda Oriental, sino la banda presidencial.

10 años -que no son nada porque para Gardel ni 20 años eran algo- de protagonismo en la revolución oriental, y alguno más en la del Río de la Plata, pesan en el fondo de la foto, de la disputa.

Pesan en la necesidad de circunscribir su incidencia fermental a un pasado acotado a nuestros todavía contestados límites, que ya no se contestan ni se hablan ¡no vaya a ser que se enoje algún imperio!, y pesan en la necesidad de circunscribir la lucha por los más infelices a un relato del pasado. Una bandera que bien podría ser un bombo.

260 años de un revolucionario continental, así nos gusta, nos pesa e incomoda. Pero 260 años de un hombre, de un símbolo, que no se puede explicar individualmente sin ver a todas esas mujeres que se sumaron a la lucha al frente de sus ejércitos, a los indígenas que lideraron sus tropas, a los negros libres, zambos y criollos pobres que fueron sujetos de sus principales medidas.

Provisorio

En ese transitar regional desde las invasiones españolas, portuguesas e inglesas, pasando por el período de gestión jesuítica y las reformas borbónicas con el desarrollo de una institucionalidad distinta es que en nuestra región se fueron gestando iniciativas para resolver el problema del arreglo de los campos. Se buscaba superar el atraso técnico, el estancamiento económico, la despoblación, consolidar las fronteras y arraigar a la tierra al elemento rural. Las disputas políticas -sociales, militares- continentales aterrizaron en nuestra Banda y todavía buscábamos cómo superar los atrasos, además de recomponer la producción devastada por las guerras.

El Reglamento provisorio de la Provincia Oriental para el fomento de la campaña y seguridad de sus hacendados, de 1815, puede ser analizado de muchas formas. La historiadora Ana Frega, por ejemplo, sostiene que “la revolución planteó un nuevo escenario a viejos conflictos sociales”(2). Lo que sí está claro es quiénes lo aplicaron, quiénes se sintieron perjudicados y quiénes por primera vez se sintieron tenidos y tenidas en cuenta.

Como su nombre lo indica, el Reglamento era provisorio, ya que en un futuro (que -hasta el momento- nunca llegó) y cuando se saliera de la situación de conflicto constante, se ajustarían las medidas. No obstante el corto período de tiempo en el que se aplicó, las confiscaciones de tierras tuvieron lugar, y los latifundistas de origen español junto con los ‘peores americanos’ sintieron el peso de la revolución y de la distribución. Esas tierras, junto con las ‘tierras realengas’ (es decir, que pertenecían al gobierno desde la época en que éramos colonia española); fueron repartidas como ‘suertes de estancias’ “con prevención que los más infelices serán los más privilegiados”.(3)

Si bien “la dimensión política del discurso predomina claramente sobre la exposición doctrinaria de las ideas, por lo que, aunque con claridad de rumbo (…) los contenidos y significados se ponen claramente al servicio de la estrategia política de la revolución”(4); parece evidente que el criterio imperante era el de justicia social -aunque no fuera planteado en esos términos-.

Con la invasión de la Corona Portuguesa en 1816, con el apoyo de ingleses y orientales acomodados,(5) muchos y muchas orientales fueron despojadas de las tierras que les habían sido donadas dando cumplimiento al Reglamento Provisorio. El invasor extranjero en conjunto con la oligarquía local redujo a la miseria a hombres y mujeres que cuyo compromiso revolucionario les había valido la seguridad de una porción de tierra en la que levantar un techo. Así, “el enemigo fue grande, tan grande y poderoso como la miseria que distribuyó”.(6)

Liderazgo compartido

La soberanía fue una de las grandes preocupaciones del artiguismo, tanto así que en las palabras que pronuncia para abrir el Congreso de Abril (del que surgirán las diferentes versiones de las Instrucciones del Año 1813) pronuncia la ya conocida frase “mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana”(7) y se retira para que los representantes de los diversos pueblos que componían la Provincia Oriental pudieran deliberar libremente, sin que la presencia del propio Artigas presentara una limitante.

El Congreso de Abril había sido convocado tras el cambio de autoridades en la Provincia de Buenos Aires y su convocatoria a darse una Constitución. Artigas, consciente de que “darse una carta constitucional en aquellas circunstancias implicaba definir un sistema político y optar por una forma de gobierno”(8) convocó a la mayor cantidad de diputados posibles, incluso a sabiendas que esto contravenía las órdenes de Buenos Aires que solamente esperaba un diputado por la Provincia Oriental. Ello respondía a que respetar la soberanía particular de los pueblos exigía la mayor representatividad posible, porque aunque “al inicio de la revolución, no todos coincidían en cuanto a qué significaba ‘soberanía popular’, si entendían que era el fundamento al que debía recurrir cualquier gobierno que pretendiera ser legítimo”.(9)

Es por eso que insistimos, incluso en el propio natalicio de Artigas, en hablar de Artiguismo, porque entendemos el papel de los colectivos en los procesos. Entendemos y defendemos el proceso Artiguista, no como un relato romántico de una historia lejana sino como un proyecto trunco que debemos seguir levantando.

El Artiguismo deja de molestar e interpelar cuando solo se trata de Artigas y de sus frases, lindas en los muros, adornando las fechas patrias o sirviendo de extrañas analogías en un partido de fútbol. El Artiguismo desaparece cuando solo se trata de Artigas, inmóvil, en un caballo, en el medio de una plaza, en pleno centro de Montevideo.

Decía un diario paraguayo en 1850, luego de la muerte de Artigas en Asunción: “Solo cuatro personas acompañaron a la tumba los restos mortales de quien fuera ilustre caudillo en tierras del Plata, José Artigas. No hubo siquiera cortejo fúnebre para ese oriental que muere justo treinta años después de su expatriación, en la más absoluta pobreza y en el mayor de los desamparos…mientras tanto, sus compatriotas siguen sin encontrar una fórmula que les permita vivir en paz”

El día de los abuelos

No sé a quién se le ocurrió, pero seguro sea un tiempista. Por cambiar la perspectiva temporal, la identidad temporal -si es que eso existiera-, de un Artigas considerado “padre” a un Artigas abuelo. Y por hacerlo para destruir definitivamente cualquier posibilidad de riesgo, como un marcador central que barre una jugada de gol clara del 9 rival.

Artigas abuelo, encerrado en el residencial “El mausoleo” porque se ha vuelto una carga para la familia, a quien vamos a buscar una vez al año para honrar lo que una vez fuimos, el vínculo que alguna vez tuvimos. A quien escuchamos repetir sus máximas, recitándolas de memoria -junto a él- para darle un gusto, sabiendo que pertenecen a un pasado que no volverá, a un relato encapsulado.

Abuelo y occidental, nada de abuelo indígena, sabio, al que recurrimos no a buscar una respuesta pero sí una guía. Abuelo adorno, objeto inerte, enterrado en vida como nuestras ideas de cambio. Abuelo occidental y pobre, de la pobreza romántica que exportamos como ejemplo de vida pero que en realidad es ejemplo de sumisión, de que hemos abrazado el orden dado y ya no nos revelamos. Porque revelarse es terminar solo y encerrado.

No como los abuelos Sanguinetti, Lacalle Herrera, que todavía andan por las calles y los medios, gozando del privilegio de inculcarnos valores, moralidad, sumisión. No como otros abuelos, con o sin apellidos llamativos, con o sin un pasar reconocido públicamente, que también han aceptado el orden sin cuestionamientos al punto de que se han vuelto el orden.

Pero, nada es para siempre, y otros símbolos volverán a pesar más que los de ahora: coyunturales (como una elección) o sistémicos (también como una elección). Volverá Artigas y el artiguismo, volverá la vergüenza y la rebeldía, para eso hay que mantener vivas las ideas y los colectivos

(*) Colectivo Histórico «Las Chirusas» está constituido por estudiantes y docentes, investigadores/as de historia.

NOTAS

  1. Fragmento de la canción de “A José Artigas” de Alfredo Zitarrosa

  1. Ana Frega, Pueblos y soberanía en la Revolución Artiguista (Montevideo, Uruguay.: Ediciones de la Banda Oriental S.R.L, 2007), 85.

(3) José Artigas, «Reglamento provisorio de la Provincia Oriental para el fomento de la campaña y seguridad de sus hacendados», 1815.

(4) Gerardo Caetano y Ana Ribeiro, eds., Las instrucciones del Año XIII. 200 años después. (Montevideo, Uruguay.: Editorial Planeta., 2013), 20.

(5) Ejemplo de ello es la participación de Nicolás Herrera que asesoró al ejercito lusitano en aspectos militares, políticos y económicos.

(6) Coordinador Histórico, Vigencia del artiguismo (Montevideo, Uruguay.: CADESYC, 2007), 5.

(7) José Artigas, «Oración inaugural del Congreso de Abril de 1813», 1813.

(8) Caetano y Ribeiro, Las instrucciones del Año XIII. 200 años después., 12.

(9) Caetano y Ribeiro, 117.

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