Por José Ernesto Novaez Guerrero (*)
Resulta siempre interesante ver la dialéctica de una cultura que pretende fundarse sobre la razón y que acaba incubando en su seno poderosas fuerzas irracionales. La razón europea, que en su pico filosófico más alto produjo en Hegel, junto con muchas otras cosas positivas, también una razón colonial y desdeñosa del otro (no olvidar la noción hegeliana de Pueblos sin Historia y de aquellos que llevaban en sí el espíritu del mundo, eran portadores de la autoconciencia del espíritu y tenían el deber de hacerla avanzar, aún a costa de someter al resto de las naciones) o, en su contraparte irracional y nietzscheana, el triunfo de la voluntad individual y del superhombre, llamado a ejercer su voluntad sobre aquellos otros hombres inferiores.
Marx y el marxismo enfrentaron estas poderosas corrientes, siempre del lado de la razón, pero una razón emancipadora y crítica. A pesar del éxito relativo, sus ideas nunca encontraron eco en las élites políticas de la mayor parte de Europa, fundamentalmente porque estas ideas implicaban la negación práctica de su estructura de dominación.
La pérdida de hegemonía y preponderancia europea después de las dos guerras mundiales, su subordinación a la política norteamericana, el ascenso de la socialdemocracia y la clara expresión de sus límites, la iniquidad interna del bloque europeo, donde los países del núcleo central tienen políticas hacia las naciones periféricas que en la práctica determinan relaciones de subordinación y generan dinámicas de desindustrialización en importantes ramas de la economía de esos países, el ascenso de prácticas y políticas neoliberales, el problema migratorio, el belicismo creciente, son todos factores que alimentan la reemergencia de ideologías del pasado reciente en el continente, ideologías que se nutren de esa brutal confluencia de una razón colonial y despectiva del otro y del culto a la tradición, al superhombre, al líder, como fórmula de solución de los problemas nacionales.
No es casual que el avance de la ultraderecha en el viejo continente venga de la mano con el aumento del nacionalismo, la xenofobia, el denominado euroescepticismo (desconfianza hacia el proyecto común de la Unión Europea), el racismo, la demanda de políticas más duras desde el punto de vista de la seguridad, etc.
Las recientes elecciones al Parlamento Europeo sirven como un indicador muy útil para entender la dinámica política interna de la región. El conteo de los votos, en los cuáles se abstuvo de participar la mitad de la población de la Unión Europea, arroja un avance de las formaciones de centroderecha, derecha y ultraderecha y un retroceso de la centroizquierda y el ala izquierda.
Como apunta elDiario.es este el Parlamento Europeo menos de izquierda en los últimos 40 años. Socialdemócratas, Izquierda y Verdes solo tendrán un 31 por ciento de los diputados, lo cual evidencia que además está en crisis el modelo de izquierda que ha predominado en Europa hasta ahora.
Lo interesante de este proceso es que no solo se reafirma el predominio de la ultraderecha en países como Hungría e Italia, donde ya de hecho gobiernan, sino que han generado importantes convulsiones políticas en dos países del núcleo central del capitalismo europeo, como son Alemania y Francia. Emmanuel Macron, el presidente galo, disolvió la Asamblea Nacional y convocó a elecciones tras los resultados de la votación para el Parlamento Europeo.
Aunque todavía en el Parlamento Europeo gobiernan los mismos bloques que han estado llevando la política continental hasta el marasmo presente, la erosión del proyecto común resulta cada vez más evidente. Hay un rechazo de los ciudadanos al deterioro creciente de la calidad de vida y mientras se argumenta insuficiencia de fondos para dar respuesta a problemas acuciantes de sus sociedades se aprueban paquetes de miles de millones de euros para alimentar la maquinaria bélica europea y norteamericana y continuar agravando el conflicto en Ucrania.
Macron es uno de los líderes que ha estado a la cabeza de la nueva escalada, defendiendo la idea de enviar tropas de la OTAN directamente al terreno de batalla y aprobar, como se ha hecho, el uso de medios de combate occidentales para atacar territorio ruso, lo cual puede tener consecuencias impredecibles a corto plazo.
Todo esto gravita en la geopolítica regional, sumado a la pérdida de influencia incluso en países y áreas considerados dentro de la esfera de influencia de las viejas metrópolis. Francia es también un buen ejemplo de esta situación, cuyas fuerzas han sido expulsadas de numerosos países del Sahel africano, los cuales hoy se vuelcan hacia Rusia y China en progresión creciente. También ha fracasado el proyecto de la Iberoesfera, impulsado por la ultraderecha española como un espacio de influencia sobre las viejas colonias americanas.
No es de extrañar entonces que parte de la ofensiva de la derecha y ultraderecha, no solo europea sino global, se entienda también en términos de una batalla cultural. Una en la cual se disputan los sentidos históricos y sociales, se niega la memoria y se relativiza el horror. No olvidar que Vox, aún hoy, defiende la conquista y colonización como una empresa civilizatoria y de salvación contra pueblos inferiores.
De continuar el curso político actual, el proyecto común europeo corre serio peligro. La ineptitud de sus élites, su desprecio del otro (el jardín de Borrel vs la jungla que es el resto de la humanidad) y su pérdida de soberanía económica y en su política exterior son factores determinantes, que pueden llevar al bloque hacia un curso de colisión. Máxime en un mundo donde la hegemonía está en un proceso de transición y actores como China y Rusia parecen decididos a jugar un papel creciente en la geopolítica internacional. China, sobre todo, con su desarrollo económico imparable, cada vez está más en condiciones de consensuar un nuevo orden mundial, y lo hará con Europa o sin ella, sobre todo porque ya el viejo continente no es un actor económico y político indispensable.
La batalla con la ultraderecha desde la izquierda pasa por entender que el camino de la socialdemocracia está agotado. Europa está en un momento de transformaciones políticas trascendentales y la radicalización se dará hacia políticas revolucionarias y redistributivas o hacia políticas reaccionarias y oligárquicas. Cabría preguntarse si existe una izquierda en el seno europeo capaz de llevar adelante la misión que el momento histórico demanda. Este enfrentamiento no es solo por la política cotidiana y práctica, sino también ideológico y simbólico, para reivindicar lo mejor del pensamiento emancipador europeo en beneficio de la humanidad.
(*) José Ernesto Novaes Guerrero, Escritor y periodista cubano. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Coordinador del capítulo cubano de la REDH. Colabora con varios medios de su país y el extranjero.