Por Pablo R. Sánchez (*)
El pasado 2 de junio se realizó la jornada comicial del proceso electoral más grande de la historia moderna de México, cuya población total supera los 130 millones de habitantes, y el total del electorado asciende a cerca de 100 millones de personas. Más de 20 mil cargos en disputa, dentro de los cuales se eligió el cargo que aún ostenta Andrés Manuel López Obrador (AMLO), de Presidente de la República. Un hecho histórico en el que fue refrendado el proyecto de nación de la izquierda mexicana, denominado “Cuarta Transformación” (4T), ahora bajo la dirección de la primera mujer presidenta, Claudia Sheinbaum Pardo.
Casi 36 millones de votos que respaldaron el triunfo de Claudia Sheinbaum, con una diferencia aplastante de 30 puntos porcentuales – que equivalen a casi 20 millones de votos –, respecto de la candidata de la coalición de derechas, Xóchitl Gálvez Ruiz. La participación del 60% del total de electores(as), para un país en el que el voto no es obligatorio, y en el que el actuar de los principales medios de comunicación ha sido, históricamente, el de la disuasión y la propagación de campañas del miedo y la desinformación, refleja una visible animosidad y esperanza por no volver a elegir a las opciones defensoras de un neoliberalismo fallido. Esta masividad de votantes es un componente fundamental de un proyecto de transformación necesariamente popular.
El trasfondo estructural e ideológico (superestructural) que enmarca la 4T, y ahora en un segundo mandato, lo conforman planos de confrontación diversos (social, económico, político, jurídico, comunicacional) con los cuales siempre se había impedido a la izquierda el ascenso al poder. Para AMLO, tanto como para la presidenta electa y las fuerzas políticas y sociales integrantes e impulsoras de la coalición progresista, nunca fueron sorpresivos los ataques de las derechas antilópezobradoristas, y de una parte de la oligarquía, utilizando lo que fuese para diezmar el respaldo popular (la aprobación presidencial permanece en el rango del 60-70%), evitar la obtención de mayorías calificadas en el legislativo (en esta elección la coalición de gobierno obtuvo dos tercios en la Cámara de Diputados, y apenas faltó un escaño para lograrlo en el Senado), y, por supuesto, recuperar el Poder Ejecutivo (el Poder político).
La derrota no fue solo de los partidos de derecha tradicionales como el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido de Acción Nacional (PAN), o del Partido de la Revolución Democrática (PRD), partido que abandonó su origen de izquierdas y se sumó a los pactos neoliberales, perdiendo su registro nacional en los comicios de este año; fue, también, la derrota del conjunto de personajes, grupos y sectores que, manifestando abiertamente un descontento clasista, racista y xenófobo hacia los sectores más favorecidos por el actual gobierno (cuyo mandato es: “por el bien de todos, primero los pobres”), fracasaron en su intento por imponerse en la conciencia ciudadana repitiendo cientos de miles de veces un conjunto de mentiras y calumnias catastrofistas, advirtiendo que si no votaban por Gálvez, y votaban por Sheinbaum, “acabaríamos siendo una dictadura comunista como Cuba o Venezuela”, narrativa acostumbrada por la derecha para infundir miedo y deslegitimar a ambos países revolucionarios hermanos, pero que después de 6 años de lo mismo, el pueblo mexicano no dio crédito alguno.
Sin embargo, el proyecto de la 4T viene enfrentando otros riesgos y enemigos, entre los que destacan: 1) el deslizamiento ideológico de las posiciones de izquierda hacia el centro, es decir, hacia la derecha; 2) la construcción de una hegemonía política mediante la permisiva convergencia de personajes y grupos provenientes de fuerzas opositoras conservadoras; 3) el reducido margen de acción para una política económica de mayor radicalidad a causa de los poderes fácticos y deónticos (empresariado, capital extranjero, clero, medios de comunicación, crimen organizado), 4) la injerencia del gobierno de Estados Unidos detrás de ellos; 5) el sostenimiento de condiciones macroeconómicas favorables al gran capital, lo que significa mantener las determinantes del modelo económico capitalista neoliberal del que se intenta salir, entre otros.
Para la región de América Latina y el Caribe, que actualmente vive un periodo convulso, con serias complejidades, duras resistencias y retrocesos graves en los avances del llamado “Ciclo Progresista” iniciado a finales de la década de 1990, el triunfo en México de la continuidad de la 4T contribuye al fortalecimiento de las fuerzas de izquierda y progresistas que permanecen bajo la amenaza y el asedio de los proyectos de derecha, y de ultraderecha (fascistoide) que hoy gobiernan en El Salvador, Costa Rica, Panamá, Ecuador, Perú y Argentina.
Conforme avance el proceso electoral estadounidense, y los reacomodos geopolíticos permitan identificar rutas alternas al belicismo económico genocida que hoy promueve el occidentalismo, se irá develando el papel que tendrá que desempeñar México frente a las problemáticas latentes en un globalismo decadente. Será fundamental que Claudia Sheinbaum y el pueblo mexicano construyamos poder popular en el segundo piso de un proyecto necesario para la realización de los cambios de fondo, y para impulsar con solidez el proyecto de integración regional, con bienestar y prosperidad para nuestros pueblos.
(*) Pablo R. Sánchez. Licenciado en Ciencia Administrativa y estudiante de Pedagogía, por la UNAM. Militante del PT de México, miembro del Equipo de Asesores de su Dirigencia Nacional. Integrante del colectivo Latidxs latinoamericanxs.