Por Yldefonso Finol (*)
¿Por qué debemos invertir tiempo y esfuerzos en defender a Bolívar en la actualidad?
La primera respuesta es tan simple como necesaria: porque lo atacan; lo atacan injustamente, con falsedades, con alevosía, y con intencionalidad política destructiva.
Es que en estos asuntos de la Historia no hay neutralidad; el estudio y debate de hechos pasados no se encajonan a la fuerza en eso que llaman “objetividad”; ¿qué objetividad puede haber en el discernimiento de los acontecimientos que ocurrieron en circunstancias políticas, culturales, militares, económicas, marcados por las contradicciones de épocas disímiles? Algunas de esas contradicciones fundamentales persisten, no han tenido síntesis.
El análisis de los documentos de archivos, las narrativas de la historiografía, las metodologías aplicadas al estudio de la historia, todo ello tiene una carga ideológica imposible de diseccionar en un laboratorio. Los intereses de clase y las perspectivas paradigmáticas adoptadas predominan sobre el relato meramente descriptivo, haciendo de cada proposición epistémica una lectura comprometida: o con el statu quo, o con la alternativa emancipatoria.
La historia no es una ficción caprichosa del impulso creativo del historiador o la historiadora, que recrea el pasado a gusto de un público más o menos pasivo; no es lo que uno quisiera que hubiese sucedido, sino lo que inexorablemente sucedió en las condiciones económicas y sociales de un espacio-tiempo determinado. (Acosta Saignes)
Pero la relectura de la historia con enfoques radicales, insurgentes, decoloniales, revolucionarios, sin duda nos conlleva a cuestionar la narrativa positivista, recolonizadora, eurocéntrica, confrontando la historia oficial tradicional, la acomodada al sistema con predominio del capital transnacional y las burguesías criollas, reinterpretando la historia desde la mirada, la piel y el alma de los oprimidos. (Pellicer)
En fin, que, como no nos sirve la categoría “objetividad”, nos aferramos -al menos- a la honestidad intelectual de buscar la verdad histórica, hurgando con afán permanente las fuentes más genuinas posibles, y los saberes más respetables, aunque medien diferencias puntuales con los interlocutores. No es la unanimidad o una coincidencia oportunista lo que nos interesa, quizás sí, el consenso del conocimiento pertinente, luminoso, desencadenante, liberador.
La segunda respuesta -obvia de toda obviedad, aunque retadora de reflexiones muchísimo más complejas-: porque el hombre no se puede defender a sí mismo de los múltiples y muy difundidos ataques que le propinan; no porque esté difunto, sino porque tiene cosas que para Él son mucho más importantes de atender.
Tal como sucedía allá por 1827-1828 que arreciaron la campaña de destrucción de su imagen pública para justificar el asesinato que tramaban, y más allá de matarlo físicamente, liquidar y desaparecer su gesta, su obra y su legado. Por entonces el Maestro Simón Rodríguez se persuadió del linchamiento moral instrumentado por los enemigos del Proyecto Emancipador Bolivariano, y redactó aquella primera defensa, hasta hoy insuperable en revelaciones, argumentos, y estilo original.
Dijo Rodríguez: “Por él son independientes Colombia y el Perú. A él debe su existencia política Bolivia. Por el respeto que infunden sus virtudes morales y militares, gozan las tres repúblicas de seguridad, y de la confianza que inspira su confianza pública a los monarcas, puede esperar su existencia futura el Gobierno republicano en América. Digan los pueblos, pues, y díganlo, sin temor de ser desmentidos, porque no exageran, que todo lo ha hecho Bolívar o lo ha hecho hacer, y que sólo sus obras han tenido y pueden tener consistencia”.
Como dijera José Martí: “Bolívar tiene que hacer en América todavía”; y en esto radican las razones por las que debemos defenderlo.
Defendemos a Bolívar porque es un patrimonio espiritual de los pueblos. Donde suena ese apellido se activan las energías favorables al bien común. Dos siglos de lejanía existencial y todo el descrédito vertido por la mediática hegemónica, no mellaron el significado liberador de su nombre. Aunque las elites se regodeen despreciándolo, en los rincones de millones de hogares humildes la imagen de Bolívar representa la capacidad humana del desprendimiento y el heroísmo. Entre los referentes virtuosos que se apelan como sinónimo de valentía, honor, trascendencia, justicia, dignidad, liderazgo, gratitud, erudición, triunfo, siempre está la palabra Bolívar.
Porque su proyecto emancipatorio sigue vigente. Porque es el símbolo más poderoso del anticolonialismo. Porque es el componente más emblemático de la venezolanidad. Por todo ello defendemos a Bolívar.
La resistencia del pueblo bolivariano en muchos lugares de Nuestra América, pero muy especialmente en Venezuela, es un signo inconfundible de la vigencia de la Doctrina Bolivariana; la sola actitud insumisa frente al imperialismo estadounidense es un valor agregado sociopolítico de alto impacto: es lo más temido por los gringos, de allí su búsqueda incesante de actores serviles que le allanen el camino recolonizador al Comando Sur y al Departamento de Estado.
La defensa de las soberanías nacionales, la vocación igualitaria y el derecho a desarrollar modelos democráticos populares no tutelados, son valores inmanentes a la concepción bolivariana.
Defender hoy al Libertador Bolívar, es reivindicar el derecho a tener Patria y a construir una sociedad basada en la dignidad colectiva.
Nota (1) Mate Amargo: Es esta la tercera entrega de 4 que Mate Amargo fue publicando y lo continuará haciendo este y el próximo jueves, por gentileza de su autor y la importancia del tema en la actualidad latinoamericana.
(*) Yldefonso Finol, Estudiante Bolivariano como él mismo se identifica, economista, historiador y escritor venezolano, experto en DDHH, Embajador de la República de Venezuela en Uruguay.