Por Rolando W. Sasso(*)
Su práctica viene desde los orígenes de la patria, parece que está en los genes de los políticos tradicionales. Viene de larga data y es tan importante como cumplir con las leyes. Es como el oxígeno que hace funcionar el sistema y teje redes que se prolongan en el tiempo.
El voto es libre y secreto, pero cuando se recorren los departamentos del interior se huele el clientelismo, es una cosa que no se ve pero se siente. Es algo que impregna todo y aunque se sabe que está mal, se hace la vista gorda. Es una cosa sin la cual se cree no podrían funcionar los organismos del Estado, es como el pecado original, que (para los católicos) se nace con él.
“Yo al diputado lo tengo que votar, se portó muy bien conmigo y la deuda es vitalicia”, dicen los parroquianos explicando por qué votar a un partido y no otro. Y es tan grande la red de fidelidad tejida, que abarca cientos de humildes ciudadanos, a su pareja, sus hijos y nietos, se hereda.
Antes era peor, porque al hijo o la mujer que no aceptaba prostituir su voto, se lo hacía entrar en razones a fuerza de rebenque. Pero con el tiempo esas prácticas fueron cayendo en desuso y los métodos pasaron a ser más civilizados. Pero aunque sea con buenos modales, existe. Sin ir muy lejos, cuando el viento le llevó todo el techo a Don Jacinto, vino el diputado del departamento y le mandó traer los puntales y las chapas nuevas. Eso se paga con media docena de votos de toda la familia y a perpetuidad.
Otro caso que es muy repetido en ciertos pagos, que el hombre de la casa y cabeza patriarcal se acerca al local del club a pedir para hablar con el diputado o el senador. “Tengo que pedirle un favor al míster, no es pa mi, es pa mi hijo que ya está mayorcito y tiene que empezar a trabajar. Tal vez el doctor le consiga un puestito en el ferrocarril o en la intendencia”. Es cuando entra a tallar el dueño del club, porque la persona que viene es conocida de los correligionarios y siempre ayuda con los chorizos cuando viene a hablar el diputado (o senador) que no cuesta nada darle una tarjeta para que vaya al palacio a hablar con el político a ver si se le consigue algo. En definitiva son unos cuantos votos para la lista.
En estos tiempos clientelismo y corrupción se tocan, se abrazan y son casi la misma cosa. La moneda de cambio por el voto puede ser un buen trabajo, un poco de sexo, la adjudicación de horas extras, la concesión de un apartamento sin ahorro previo ni sorteo, ni nada. Los correligionarios se lo merecen.
Es tan potente el peso del voto (o de un puñado de votos) que puede saltear todas las barreras y todos los controles, derramando sus bondades sobre los ediles, jerarcas y cargos de confianza.
Es como en tiempos del feudalismo, donde todos los vasallos de familias enteras debían obediencia al señor feudal y a él debían pagar sus impuestos, eternamente y que no eran pocos, a cambio de poder trabajar la tierra.
Ahora si compras en el almacén de ramos generales del patrón, podes entrar a trabajar en la UTE o en cualquier organismo público (no importa si tenés preparación o no). “Si sos de los nuestros y lo demuestras, te mereces una recompensa”.
En estos días se ha hablado bastante de las corruptelas de la familia Caram en Artigas, pero no es la única, se recordará al ex alcalde de Florencio Sánchez, Alfredo Sánchez que fuera condenado (setiembre de 2021) por la Justicia junto a familiares y correligionarios por delitos contra la administración pública en el municipio de esa localidad. ”El hombre de las mil gauchadas” pretende ahora retornar a la actividad política porque dice tener muchos votos y apoyo popular derivados de tantas gauchadas. Veremos si la memoria popular se impone al clientelismo barato o si por el contrario la fuerza de la maquinaria electoral puede más.
Son distintas formas de clientelismo (estas dos vayan a modo de ejemplo) pero las hay al por mayor, nada de concurso ni sorteo, el sistema es a dedazo limpio y junta votos que da gusto. Esa es la verdadera historia de los partidos tradicionales: se levantaron a fuerza de clientelismo que nunca consideraron delito sino más bien algo folklórico que tironea.
(*) Rolando Sasso es fotógrafo, Periodista y escritor. Tiene en su haber varios libros de profunda investigación periodística sobre el accionar histórico del MLN-T