Por Yldefonso Finol (*)
Ser de izquierda es creer en la esencia solidaria del humano que lo lleva a oponerse a la existencia de sociedades opresoras. Es agruparse en esa tendencia por impulso existencial, a veces espontáneamente, hasta hacerlo cada vez más por convicciones políticas. Paradójicamente la sociedad nos va proveyendo de argumentos más firmes para oponernos a los designios dogmáticos de la inequidad y la explotación.
Es formarse en la conciencia de que el equilibrio entre el buen vivir y el bien común nos llevan a construir una mejor sociedad.
Ser de izquierda es percibir todo lo injusto, no hacerse el indiferente y oponerse a ello.
Es asumir el compromiso de revisar la historia con mirada crítica, esforzándose por comprender los procesos que precedieron nuestra realidad concreta, para transformarla hacia estadios superiores de bienestar comunitario y conciencia colectiva.
Es reconocer en la clase trabajadora el protagonismo del proceso creativo y productivo que da soporte y riqueza a la sociedad en general. Y entender como trabajador a toda persona que se emplea ofreciendo su talento, inteligencia, capacidades, porque no es dueña del capital.
Tenemos conciencia que dentro de esa gran mayoría social que es la clase trabajadora hay estratos diferenciados. La sofisticación del proceso productivo así lo determina desde las primeras manifestaciones de la división social del trabajo, hasta las vertiginosas mutaciones del mercado laboral por el desarrollo desconcertante de las fuerzas productivas actuales.
Pero ser de izquierda es tener siempre claridad que son los intereses del pueblo trabajador nuestra mayor prioridad.
Es reconocer el principio de la autodeterminación de los pueblos y luchar contra toda forma de colonialismo e imperialismo.
Es valorar la cultura y la educación como derechos de los pueblos y fuentes de conocimiento, ciencia y libertad.
Es tener como paradigma de vida la igualdad de las personas en dignidad y derechos. Es actuar siempre con la premisa ética del desprendimiento y el altruismo, por encima de las ambiciones personales y los individualismos.
Ser de izquierda es nunca conformarnos con lo que hemos aportado al bienestar social, y reinventarnos en cada reto que los cambios necesarios nos planteen.
Es sabernos parte de un complejo y frágil ecosistema natural, al que debemos preservar con gran respeto y agradecimiento, porque es la vida misma.
Es reconocer la amplia diversidad humana expresada en el carácter multicultural, multilingüe y plurinacional de la sociedad global, con todas sus particularidades étnicas, religiosas, de género y cosmogónicas.
Saber que, además, somos diversos dentro de la propia izquierda. La derecha lo sabe y lo trabaja para cumplir sus fines de dividir y reinar. La derecha extrema en sus versiones falangistas, fascistas, nazis, dictaduras militares, regímenes made in CIA, ha pretendido siempre destruir -liquidar, desaparecer- a la izquierda, y cuando no ha podido juega a infiltrarla, manosearla y controlarla. El sistema juega fuerte a la psicología social y la big data. Los lobbies apuestan duro como en una bolsa de (anti)valores.
Inmenso el reto de tan solo existir. La izquierda hoy debe ser audaz en lo electoral y basar sus diagnósticos en estudios científicos más que en intuiciones vocacionales. Ser leales siendo diversas, porque la derecha y -su cara más franca-, la ultraderecha, seguirán representando la opción violenta y destructiva que les dieron origen, y en cuyos mitos falaces, reinciden para crecer y exterminar los proyectos emancipatorios.
(*) Yldefonso Finol, estudiante Bolivariano como él mismo se identifica, economista, historiador y escritor venezolano, experto en DDHH, fue Embajador de la República de Venezuela en Uruguay.