En el nombre del padre, del hijo y de los recursos finitos

0

Por Carlos Pereira das Neves(*)

Ilustración del humorista gráfico e historietista argentino, QUINO

Vamos por la vida aceptando marcos para poder ser parte de ese lugar, de ese grupo, de esa situación en la que de repente sentimos, tomamos conciencia, que estamos. Cómodamente los aceptamos, es más peligrosa la incertidumbre, es inquietante, perturbante, el solo hecho de imaginar una realidad distinta. Sin importar la calidad de la que nos ha tocado, porque claramente nos ha tocado.

Dilemas mundanos, necesarios en nuestros primeros pasos como personas y nuestros primeros pasos en cualquier nueva situación generada. Necesarios para no desentonar y pertenecer, así como para entender y, posteriormente, transformar.

Pero ¿Qué hay de esos marcos que persisten en el tiempo?, o ¿Qué hay de esos marcos, que alguna vez superamos, a los que con placer (y un poco de alevosía) volvemos? Esta vez con un placer consciente, el placer de haber sido derrotados, o de no sentirnos derrotados sino convencidos. Para luego, orgullosamente, ser defensores y reproductores.

Es el dogma de los anti dogmas. Es el reflejo de la ilustración, un reflejo más potente que la propia ilustración. Somos la civilización, occidental, occidentalizada y occidentalizante. Somos la barbarie anti barbarie, que por algún recurso mental, además de las mieles que adornan el “ser parte”, nos convence de que realmente somos parte. Vaya si lo somos, a entera disposición de los programadores.

Partes del juego, actores importantes del juego que jamás van a dar vuelta la máquina porque no fueron creados, adoctrinados, para romper el juego. Fueron creados por el propio juego y se creen dotados de capacidad para seguir creando jugadores…no serían nada sin ese marco, porque es ese marco el que los vio nacer y el que los dota de sentido, de vida, superflua, en la que al parecer todavía respiran.

Es en el nombre del padre ilustración y del hijo razón, que deben seguir peleando por la familia. Una familia a la que le faltan varias sillas en el comedor, una silla que no se parece en nada a los sillones que les regalan para después servirles la comida en bandeja. Los recursos son finitos, pero parecería que el vaso nunca deja de derramarse, hay comida para todos solo que en distintas porciones y en diferentes estados de cocción.

Y para el que no se conforme y quiera postre, una zanahoria, tan grande como la incertidumbre de su lugar en la maquinaria sea. Un kilo de zanahorias, una tonelada si hace falta, porque en realidad sobran. Sobran las zanahorias y sobran los recursos. Falta poder, poder querer disputar ese poder, tomar la fábrica de zanahorias y repartir todo, destruirla enseguida que quede vacía.

Esa es la radicalización con la que se llenan la boca los que están embuchados y los que ven que, diciendo esto o haciendo lo otro, pueden hacer un poco de muela. Ser radicales es no aceptar el actual reparto, es no aceptar que la política siga como está, que la economía siga como está, porque no se acepta que haya gente que pueda tirar la comida que le sobra y haya otra gente que ni siquiera pueda acceder a esa comida tirada.

La radicalidad buena es poder ganar unos porotos sin molestar a nadie. Sin molestar a los grandes productores de porotos, incluso aconsejando a los hambrientos de los beneficios de comer menos. Un guiño arriba de otro, pero que no parezca un tic, porque hay que salir lindos en la gigantografía que va a aparecer en el costado del edificio. Ahí están todos los radicales y todos los cambios que valen la pena, porque no modifican absolutamente nada.

Después están los otros radicales, los deleznables. Los fuera de época que, para acallarlos, es necesario recurrir a esas otras épocas. Es necesario reafirmar que, si alguna vez nos vieron junto a ellos luchando por otra forma de poder, ya maduramos, ya entendimos, ya cambiamos. Los radicales vagos, malvivientes y malentretenidos, reos, subversivos, que una vez osaron cuestionar el reparto.

Esos radicales que no hablan de los malla oro, que no le disputan el lugar a los malla oro, porque están más interesados en tomar la fábrica que hace las malla oro. Para que después no haya que andar peleando recursos en un lado, sacándolos de otro, haciendo una cantera para tapar 4 pozos y seguir en esa hasta el último aliento porque a Bertolt Brecht se le ocurrió escribir un poema sin explicitarlo.

Cambiaron los marcos, los fueron cambiando. Me gustaría decir “se fueron cambiando”, pero eso sería diluir la culpa en el éter o pensar que en la lucha de clases hay lugar para la ingenuidad. Quienes detentan el poder no son ingenuos, tampoco son ingenuos los que acomodan las ideas para habilitar las concesiones. Y no va a haber concesión tan grande que pueda satisfacer la voracidad de los dueños de la rosca, que por algo son dueños. Tarde o temprano van a quebrar algo, un banco o las instituciones, porque ya, con presionar como presionan al sistema representativo, están quebrando.

Una concesión que tapamos, con un rezo, un dogma o una fórmula, es la que subyace al resto. Una concepción política, estructurante, que luego se deriva en alguna política de período con aires de política de estado. No puede ser ingenuo, no es ingenuo, es a conciencia, es una elección. Y la nebulosa es otra elección, igual de dañina, que nos embreta a hablar de personas (Presidentes o militantes) y/o de gestiones sin hablar del marco en el que se producen, que condicionan de antemano el resultado. Porque hasta las derivas, autoritarias o ejemplares, para qué? o para quiénes?…tienen padres y tienen partos.

(*) Carlos Pereira das Neves es escritor, columnista y co-Director de Mate Amargo. Coordinador del Colectivo Histórico “Las Chirusas” y miembro del Capítulo uruguayo de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad (RedH)

Comments are closed.