José Ernesto Novaez Guerrero (*)
Dibujo Adán Iglesias Toledo (**)
La guerra entre Rusia y Ucrania ha llegado a un punto crítico. Rusia ha retomado la iniciativa en todos los frentes, incluida la región de Kursk y, lenta pero sostenidamente, va ganando terreno a las exhaustas tropas de Kiev, incapaces de sostener el esfuerzo bélico contra un enemigo superior en hombres y pertrechos. Aunque todos los ojos están puestos hoy sin duda en el campo de batalla, este no es el único frente en el cual se desarrolla esta guerra. Y en todos Ucrania está llevando la peor parte.
El frente económico
Para sostener el esfuerzo de decenas de miles de hombres, vehículos, aviones, drones, duelos de artillería, etc, es importante contar con una economía cuyos niveles productivos y de actividad respalden la magnitud del costo del conflicto. Y aunque sin dudas la guerra ha provocado importantes trastornos en ambas sociedades, las asimetrías existentes entre los dos países hacen que difieran tanto en la capacidad de adaptación del tejido productivo al nuevo contexto como en la capacidad de minimizar el impacto de esta situación en el nivel y calidad de vida de la población.
A pesar de las sanciones, el FMI estima un crecimiento económico para Rusia en el año 2024 en el entorno del 3,2 por ciento del PIB. En junio de este propio año, el país tenía un 2,4 por ciento de desempleo, una de las tasas más bajas de la historia reciente. Moscú ha aumentado sus exportaciones, fundamentalmente en materia energética, y ha elevado su actividad de intercambio económico con socios claves, como China, cuyo intercambio bilateral con Rusia alcanzó en 2023 la cifra récord de 240 mil millones de USD y se estima que este año sea aún más alta.
Producto del conflicto proxy con la OTAN, Rusia ha ido transformando su economía en función de crear capacidades productivas que puedan sustentar un esfuerzo bélico prolongado. Esto, en el corto plazo, ha generado empleo y permitido al país mantener un empuje incesante en todos los frentes de batalla, así como ciertos ingresos por exportación de armamentos y municiones, pero a la larga puede generar importantes trastornos para el desarrollo del país, pues los cientos o miles de millones que hoy se invierten en modernizar las fábricas de armamentos, se han dejado de invertir en infraestructura, comunicaciones, servicios, etc. No obstante, a pesar de esas tensiones y retos, la economía rusa ha resistido bastante bien el embate combinado de la guerra y las sanciones, convirtiendo al país en un actor económico con creciente presencia en la escena internacional.
Por otro lado Ucrania es una nación más pequeña, con una dependencia crónica a las ayudas internacionales para el funcionamiento de su economía. Al momento del inicio de la Operación Militar Especial (OME) rusa en Ucrania, ya el país era uno de los más pobres y endeudados de Europa. La guerra, en la cual el país es solo un peón de los intereses de la OTAN, ha venido a agravar la situación en estos años. En 2022 la economía se contrajo un 45 por ciento. El aumento de la tasa de pobreza interanual para 2023 fue de un 58 por ciento. Ucrania necesita un apoyo económico en el entorno de los 4000 millones de dólares al mes para mantener el esfuerzo bélico y la vitalidad de un grupo de servicios claves. Según una estimación del Banco Mundial, el país necesitará 486 mil millones de USD en los próximos diez años para recuperarse y reconstruirse, suponiendo que la guerra concluya este año.
Según diversas estimaciones, los daños de la guerra ya han alcanzado casi los 152 mil millones de USD, con unas 2 millones de viviendas dañadas, sobre todo en las zonas de conflicto, unos 8400 km de vías destruidos y unos 300 puentes y otras infraestructuras críticas. Millones de ucranianos han emigrado huyendo de la guerra y el reclutamiento forzoso y los ataques rusos han dañado la infraestructura energética del país, generando cortes de luz y problemas con otros servicios.
Al momento actual, Ucrania depende completamente de la buena voluntad Europa y los Estados Unidos para poder sostener la guerra. Una victoria de Trump, de cumplir este sus amenazas, podría ser catastrófica para el país.
El frente simbólico y mediático
Además de los cañones, la guerra de Ucrania es una guerra de narrativas. Los grandes medios cartelizados de Occidente, durante los más de dos años que dura la guerra, sistemáticamente han presentado a Ucrania como una valiente víctima de la injustificada agresión rusa. Tras la reconstrucción simbólica del “oso ruso” está la agenda de una OTAN que desde 1991 no ha dejado de empujar sus fronteras cada vez más al este.
El resultado de esta narrativa ha sido presentar una visión incompleta del problema, tan incompleta y parcial que es de plano mentira, mientras obvian alarmantes señales que están en la superficie del poder y el ejército ucraniano, como los recurrentes símbolos nazis y neonazis en políticos, unidades militares, soldados y en el discurso público del país.
Esta narrativa desconoce lo que ha ocurrido en Ucrania desde el golpe de estado del Euromaidán, masacres como la de La Casa de los Sindicatos de Odessa, donde decenas de personas fueron quemadas vivas y el sostenido conflicto en el Donbás, silenciado en los medios pero vivo y violento desde 2014 hasta 2022. También olvidan contar cuántas veces se ha rechazado o boicoteado los intentos de Moscú para encontrar un modus vivendi con la OTAN y el Occidente, cuántas veces los rusos advirtieron sobre la peligrosa expansión del bloque hacia sus fronteras y la intromisión en los asuntos internos de países limítrofes. Sin estos antecedentes es imposible tener una clara comprensión de las acciones rusas a partir de febrero de 2022.
¿Quiere todo esto decir que la OME de Rusia era la única respuesta posible a las provocaciones de Occidente? Es difícil de decir. Muchos cálculos bien informados incidieron en esa decisión. Pero lo que sí es un hecho incontestable es que la OTAN buscó conscientemente provocar a Rusia para lograr una reacción como esa y que el régimen de Kiev tiene poco de víctima y sí mucho de cómplice con lo ocurrido.
Otro elemento en el cual los medios cartelizados han sido totalmente deshonestos es en las capacidades de los contendientes. Mientras han magnificado cualquier acción ucraniana, han minimizado las capacidades del ejército ruso. El resultado ha sido una narrativa falsa de la guerra. Si bien ambas partes han tenido éxitos y reveses, hay una verdad descarnada: Ucrania nunca ha tenido posibilidades reales de victoria. Solo una intervención militar directa de los ejércitos de la OTAN o un terremoto político interno, como el que pareció iniciar en su momento Wagner, podrían revertir la balanza en favor de Kiev.
Un análisis sobrio de las posibilidades de ambos bandos bastaría para demostrar el desequilibrio en reservas humanas y militares. Para 2022 la población de Rusia ascendía a un estimado de 144.2 millones de habitantes, con un personal militar activo en el entorno del millón de personas y unos dos millones más en la reserva. Por su parte, Ucrania tenía en 2022 una población de unos 38 millones de personas, de los cuales unos 800 mil componían el ejército regular y otros 900 mil en la reserva. Súmese a esto el desigual desempeño económico y se obtendrá un panorama más claro del por qué y cómo llegamos al momento actual del conflicto.
A pesar de la batalla narrativa y las expectativas levantadas con la invasión de Kursk, se hace evidente que Ucrania ya no tiene reservas humanas para sostener el conflicto. Estos estertores finales son los más peligrosos. Kiev demanda enfáticamente le permitan usar los misiles de largo alcance que tiene en su arsenal para llevar la guerra a lo profundo del corazón de Rusia. De darse, y es probable que se dé, veremos ataques no solo a arsenales rusos y núcleos poblaciones, sino también a centrales nucleares, algo que los ucranianos ya han intentado en el pasado y sin duda repetirán
El frente político
Mientras Ucrania cuenta con el apoyo del llamado “Occidente colectivo”, un grupo de países ricos cuya hegemonía y sociedades están actualmente inmersos en procesos de decadencia y crisis, Rusia hace parte de la emergencia de un nuevo orden político internacional. Tanto su presencia en los BRICS+, como su alianza estratégica con China e Irán y su creciente influencia en África y América Latina abren nuevos mercados a sus productos y garantiza alianzas con socios que buscan escapar de la dictadura del dólar y la pesada opresión de Washington y las viejas metrópolis europeas sobre sus economías y sociedades.
La guerra ha agilizado el proceso de articulación de bloques contrahegemónicos que ya venía en marcha. Vista en un plano mayor, forma parte de un ciclo de agudización de las contradicciones a escala planetaria entre nuevos actores geopolíticos emergentes y las viejas potencias imperialistas. Está conectada entonces con la agudización de la situación en Oriente Medio, las tensiones en torno a Taiwán y la emergencia de nuevos bloques menores pro otanistas como el famoso tratado AUKUS (1) que pretende disputar la soberanía a China en el Pacífico.
Aunque la disputa geopolítica global no se ha traducido en una disputa de modelos de desarrollo social, la emergencia de estos nuevos actores, sin idealizarlos, abre puertas para el desarrollo de fuerzas y movimientos antisistémicos, puertas que podrán ser usadas o no, pero que están ahí. En lo inmediato la mayor ganancia de una victoria rusa en el actual conflicto sería el fortalecimiento de los bloques contrahegemónicos, un duro revés para la OTAN y las ambiciones imperialistas que representa y un claro mensaje al fascismo y filofascismo de ultraderecha..
Nota Mate Amargo:
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Australia-United Kingdom-United States, alianza militar entre Australia, el Reino Unido y EEUU, anunciada públicamente en septiembre del 2021.
(*) José Ernesto Novaes Guerrero, Escritor y periodista cubano. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Coordinador del capítulo cubano de la REDH. Colabora con varios medios de su país y el extranjero.
(**) Adán Iglesias Toledo, Profesor, Dibujante Gráfico Cubano, Director del Medio humorístico DEDETE del Periódico Juventud Rebelde, miembro de la UNEAC. Colabora con varios medios de prensa en su país y en el extranjero