Por Colectivo Mate Amargo (*)
Mate Amargo trajo para la lectura y formación de todas y todos los que comienzan y continúan luchando por un mundo de verdad mejor, el libro recientemente publicado por Ediciones del Berretín: “Marx y las Comunas”. Su autor es nuestro periodista José Ernesto Novaez Guerrero, joven pensador revolucionario cubano, nacido en 1990 en Santa Clara, provincia de Villa Clara, Las Villas como les gusta decir por la vieja división administrativa dónde de 6 provincias, ésta era la central. Allí fue dónde bajo la dirección del Che (32 años y medio antes del nacimiento de José Ernesto) con pocos combatientes y un pueblo apoyando, se descarrilara a fuerza de coraje, el famoso tren blindado, y se tomara la ciudad para un nuevo amanecer.
La importancia de esta lectura hoy es sustancial, por ello, y en esta oportunidad, traemos la palabra del propio José Ernesto, más allá que desde Mate Amargo continuemos insistiendo sobre el tema, además de recordarles que pueden adquirir ya su ejemplar en las diversas librerías del Uruguay, así como en la feria del libro de Montevideo (en el primer stand a la izquierda de Ediciones del Berretín), o comunicándose directamente con las y los compas del colectivo Mate Amargo.
Mate Amargo (M.A.) – Cuéntanos un poco de ti. ¿Quién es ese cubano fidelista y martiano? ¿Cuál es su cotidianidad en esa Cuba bloqueada pero resistente?
José Ernesto Novaez Guerrero (J.E.N.G.) – Soy periodista graduado de la Universidad Central de Las Villas, una universidad importante en el centro de Cuba. He sido profesor universitario, fui durante un tiempo rector de la Universidad de las Artes en Cuba y actualmente soy coordinador del capítulo cubano la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad. Como periodista soy colaborador habitual de un conjunto de medios cubanos e internacional, entre los cuales me honra ser uno de los colaboradores regulares, ya más de un año, de Mate Amargo.
Como muchos de mi generación en mi país, crecí influido por las ideas de la Revolución Cubana, por las lecturas de los discursos de Fidel, de los textos del Che, del pensamiento de Marx. Marx es un pensador que ha influido mucho en mí. Quizás fue mi gran descubrimiento intelectual en la Universidad y me ha acompañado hasta ahora por más de 15 años de mi vida.
Soy parte de este pueblo heroico que vive en condiciones muy difíciles, que ha sido muy golpeado por la pandemia como todos los países, pero además por un conjunto de medidas que se han venido cerrando cada vez más en torno a la economía cubana desde 1960 y agravadas más de 900 y tantas medidas aprobadas por Donald Trump: sanciones, persecuciones, difamaciones. Muy acosado por las redes sociales, muy golpeado por la crisis interna. También por nuestros propios errores, nuestras propias insuficiencias, además de la crisis económica mundial y su impacto en un país pequeño y y bloqueado como Cuba.
Y esas son un poco las circunstancias en las que también se desenvuelve la cotidianidad y que también intento comprender y dar respuesta desde mis escritos.
Me interesa también defender esa otra Cuba, la Cuba que, a pesar de todas esas agresiones, de todo el discurso de la porno miseria que apunta a mostrar solo las aristas más sórdidas de una realidad que tiene conflictos, contradicciones y limitaciones como cualquier otra, pero que es un país lleno de esperanza, de gente que sueña, de grandes realizaciones en diversos campos. Que tiene el único atleta que ha sido cinco veces medallista olímpico y es revolucionario, que reivindica esa tradición que fue capaz en medio de la pandemia, de mandar 40 y tantas brigadas médicas solidarias a diferentes países, que fue capaz de crear en condiciones muy difíciles cinco vacunas propias, que tiene un importante desarrollo biotecnológico a pesar de los costos excepcionales que este tipo de desarrollo suele tener y que lo ha desarrollado para el bienestar de su población. Esa Cuba es la Cuba que yo suscribo, la que defiendo y es el proyecto por el cual me movilizo y combato cada día.
M.A.- ¿Por qué este libro «Marx y las comunas»?
J.E.N.G.- Este libro es resultado de dos cuestiones fundamentales:
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Conocer la experiencia comunal venezolana que es extraordinaria, donde mujeres y hombres humildes, provenientes de sectores que fueron olvidados, perseguidos, acosados, herederos de luchas sociales que se remontan a la primera independencia de la República, han encontrado un espacio de realización personal, de realización política. Un espacio de militancia, de articulación, de tejer redes solidarias, de producción. Tiene un potencial anti sistémico extraordinario, porque nos demuestra que incluso un país donde el neoliberalismo se implantó con tanta fuerza, donde se trató de extirpar desde el siglo XIX ese elemento de resistencia de lo indígena, de lo campesino, puede resurgir con nuevos bríos siempre que haya un gobierno revolucionario, siempre que exista una voluntad política y social de apoyar el resurgimiento de estas formas económicas, sociales, y también políticas.
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En segundo lugar, surge de la necesidad de pensar un horizonte postcapitalista efectivo, porque hay un consenso dentro de la izquierda respecto a la crisis del capitalismo, producto del derrumbe de la Unión Soviética, de una crisis de ese paradigma, de la crisis de ese socialismo estatalizado y su capacidad de dar respuestas a los grandes retos de una humanidad cambiante que crece con contradicciones complejísimas, con imperios que, a pesar de las sucesivas crisis, logran reinventarse y reconstruir su hegemonía. La necesidad de pensar en un horizonte postcapitalista efectivo que nos ayude a orientar la práctica revolucionaria para transformar un sistema que es un peligro para la especie humana por las condiciones que genera, y se está convirtiendo en un peligro para la supervivencia de toda la vida en el planeta.
Estamos ante un reto trascendental. Pensar en esa alternativa postcapitalista, en esa alternativa antisistema, se torna hoy más importante que nunca.
En ese Marx que ya desde el siglo XIX estaba pensando creativamente, rompiendo contra los dogmas que heredó y contra los dogmas que algunos en vida quisieron construir en torno a su pensamiento, y mostrando la vitalidad de un pensamiento dialéctico capaz de someter a crítica estadios anteriores, conclusiones a las que había llegado y, sobre todo, de asumir la evidencia empírica que la realidad le iba dando. Un Marx que ya en el siglo XIX veía en La Comuna tanto como forma de organización política del proletariado urbano a raíz de la experiencia de la comuna de París y La Comuna como forma de organización de la producción, una herramienta para la transformación de la sociedad hacia un horizonte de mayor justicia social, sin necesidad de pasar por lo que él denomina como las horcas caudinas del desarrollo capitalista.
M.A.- La segunda parte refiere a un modelo socialista específico: La Comuna venezolana actual. ¿Es correcto llamarlo así «modelo socialista»?
J.E.N.G.- Si considero que La Comuna se puede tratar como modelo socialista, aunque no necesariamente una forma de organización comunal per se apunte a un horizonte socialista. La Comuna puede ser también una forma de autoorganización y resistencia colectiva, de participación de una colectividad determinada. La comuna se convierte en un modelo socialista cuando se enmarca dentro de una perspectiva revolucionaria, cuando adquiere un horizonte que va más allá de la satisfacción de las necesidades inmediatas de los miembros que la integran y pasa a ser parte de una articulación mayor, de un conjunto de comunas en el marco de una experiencia revolucionaria y comienza a tener un horizonte anti sistémico, un horizonte de superación de las relaciones capitalistas. O sea, cuando deja de ser un reducto de resistencia colectivista y equitativa y pasa a ser verdaderamente una articulación con la capacidad del devenir en un modelo alternativo para la socialización, y para la construcción de una sociedad nueva.
Porque la práctica histórica del siglo XX nos demostró que la estatización de los medios de producción por sí misma no permite superar un conjunto de condiciones, un conjunto de contradicciones que, por el contrario, están ahí latentes. O sea, no se logra un sentido de propiedad, no se logra verdaderamente un sentido de propiedad colectiva sobre los medios de producción. El obrero o el trabajador no siente que esos medios administrados por el Estado sean verdaderamente suyos.
No se logra superar o tender a superar efectivamente las relaciones monetario mercantiles y la ley de valor, y todos los fenómenos asociados al capitalismo siguen estando dentro de las relaciones sociales y contaminando.
Pero además no se logra superar formas de conciencia burguesa y pequeñoburguesa que se refugian en determinados sectores de la sociedad y se van reproduciendo, como pasó en los países de Europa del Este, y de pronto pasa que aquellos funcionarios encargados de administrar el socialismo, acaban traicionando y actuando en beneficio exclusivo de sus intereses y favoreciendo conscientemente la transición al modelo capitalista. ¿Y cuáles son los principales beneficiarios, entonces?
En la comuna está el potencial de un modelo socialista, pero siempre que se dé y se desarrolle dentro del marco de ciertas condiciones. De lo contrario, la comuna es un espacio de resistencia, organización colectiva con un gran potencial educativo, pero muy limitado por sus propias condiciones de funcionamiento, por sus propias características como forma de sociabilidad que no puede abarcar el conjunto de una nación o al menos, no puede hacerlo en forma más embrionaria sin apoyo de lo público, sin una voluntad consciente de construcción de un Estado Comunal que era el proyecto de Chávez, pero que era también el proyecto de la comuna de París. O sea, la comuna de la vida.
La destrucción de la maquinaria estatal y su sustitución por estas unidades sociopolíticas – económicas de individuos organizados que deciden colectivamente, organizar colectivamente el funcionamiento de la vida, el funcionamiento de la sociedad y su economía o parte de ella. Y lo hacen no en beneficio de unas élites, sino en beneficio de la colectividad en su conjunto. Es una forma de esa emancipación que tanto anhelamos, en el cual los productores se hagan cargo de los espacios de producción y reproducción de la vida, sean los dueños de los medios de producción, lo usen en beneficio de la colectividad y en función de la emancipación humana.
M.A.- Aportar a esta discusión hoy día en América Latina, ¿qué significación tiene para Cuba y toda la Patria Grande?
J.E.N.G.- Creo que, tanto para Cuba como para América Latina, en un momento donde estamos obligados por la propia realidad geopolítica, por la propia realidad de los procesos revolucionarios o de izquierda del continente, a explorar nuevas formas de superación del orden socioeconómico existente, La Comuna abre una ventana de oportunidad, abre una puerta, un horizonte, una posibilidad de por donde pudiera ir la transformación hacia un futuro más equitativo.
No quiere decir necesariamente que La Comuna sea el único camino. Es más bien la posibilidad de abrir la mente a pensar y explorar horizontes de construcción socialista, o de construcción de sociedades más justas, que no pasen necesariamente por la lógica desarrollista que ha impuesto el capitalismo actual, y que nos imponen todos los mecanismos de disciplinamiento económico y político que conforman el sistema de organizaciones que integran la comunidad internacional, y que integran la geopolítica del mundo que emergió desde la Segunda Guerra Mundial, en el cual el desarrollo, el subdesarrollo se entienden como un camino de una sola vía, en la cual el principal criterio para medir el desarrollo o el subdesarrollo de un país, pasa por el grado de desarrollo de las fuerzas productivas al interior de la sociedad.
La Comuna es un horizonte totalmente nuevo que no solo se contrapone a un determinado estado de cosas de propiedad sobre los medios de producción, o sea, no solo construye determinado régimen de propiedad y producción, sino que apunta también contra manifestaciones más profundas de este modelo, en la conciencia. O sea, La Comuna, por definición, es enemiga del fetichismo, de ese fetichismo de la mercancía que genera inevitablemente la producción capitalista. De esa dictadura del consumo.
La Comuna, es un espacio de recuperación, quizás con un lenguaje del Marx más temprano, es un espacio en el cual la persona se recupera a sí misma, porque recupera su fuerza, su capacidad de trabajo humano como capacidad específica que determina y que nos permite ser lo que somos, que nos permite transformar el mundo acorde con nuestros intereses, y pone esa capacidad en función no del beneficio de un capitalista, o una clase capitalista específica, sino en beneficio del desarrollo de toda la sociedad.
Usando ese lenguaje, es el reencuentro del hombre consigo mismo, porque es un espacio de participación DEMOCRACIA DIRECTA, donde el individuo pasa a ser protagonista de decisiones que verdaderamente inciden sobre sus condiciones de vida, que las determinan para bien, donde el individuo no se ve reducido a esto que decía Marx en los manuscritos del 44, su función es específicamente humana de procrear, alimentarse, hacer sus necesidades, sino que recupera el trabajo como un espacio creador, como un espacio emancipador. Pero a la vez, también rompe con lo que el marxista venezolano Ludovico Silva llamaba la plusvalía ideológica, o sea, rompe también con esos espacios que ya no son el espacio del proceso de producción, que son los espacios donde supuestamente podemos realizarnos y ser felices, pero donde seguimos reproduciendo el sistema porque seguimos consumiendo acorde con las lógicas del sistema, porque seguimos en espacios de articulación y reproducción cultural que son los del sistema, y que al final tributan a la perpetuación del sistema, entendiendo la hegemonía como algo que no es solo la hegemonía fáctica a los poderes establecidos, sino que también es un hecho cultural, es un hecho de construcción o de imposición en la conciencia de los individuos, una determinada cosmovisión que los hace incapaces de ver fuera de esa estrecha burbuja en la cual están aprisionados.
Entonces, La Comuna es un espacio donde están todas esas potencialidades transformadoras. Es un espacio, además que cuando Marx se pone a estudiarlo a profundidad, se da cuenta que forma parte de los estadios más primitivos de todas las sociedades humanas, y que se fue transformando por las propias dinámicas de desarrollo en algunas sociedades, o fue siendo violentamente destruida de forma consciente por el colonialismo en otras sociedades. Pero en muchas sociedades quedaron formas de resistencia similares, populares, colectivas, donde se construye un tejido que es mucho más firme que el tejido del nacionalismo, porque es un tejido que descansa en prácticas culturales, en concepciones del mundo, en una cosmovisión que no es estrecha, sino que es abierta y que puede convivir y puede encontrarse con tejidos y cosmovisiones similares.
Entonces, para estos países, para un proyecto como el cubano que está inserto en un proceso de reforma, hay en La Comuna un horizonte de articulación de relaciones de propiedad y producción nuevo, diferente de las formas capitalistas, de la forma de mercado. Abre también la puerta a pensar en otras posibilidades de desarrollo que no pasen por el estrecho camino que han trazado para nosotros los grandes poderes y las grandes lógicas que dominan el mundo hegemónicamente desde la Segunda Guerra Mundial.
M.A.- ¿Alguna reflexión final para Mate Amargo?
J.E.N.G.- Yo quiero agradecerle a Mate Amargo por partida doble. Primero por escribir en mate amargo, leer el mate amargo, conocer la historia de mate amargo, ha sido para mí un espacio de desarrollo personal, de crecimiento.
Pero agradecerles también por la oportunidad, por permitirme ser parte de este proyecto, por confiar en mi libro, en el proyecto editorial, en la propuesta que pueda haber en esas páginas. Pero, además agradecerle por estar, por ser parte de esa batalla en contra del sentido común capitalista que es indispensable dar, que tenemos que dar si queremos sobrevivir como especie, si queremos edificar proyectos superiores, proyectos que dignifiquen en lugar de enajenar.
Y mi mayor deseo es poder seguir acompañando el trabajo de esta revista por muchos años más. Seguir creciendo en el aprendizaje constante que implica un espacio fértil como este, y transmitirle en lo personal la certeza de que podemos, yo creo que un mundo mejor es posible. Creo que se trata de lograr lo que decía Marx, de sembrar esas ideas que se apoderen de las masas y se conviertan en un poder material que transforme la realidad. En ese esfuerzo Mate Amargo es una herramienta fundamental.
(*) Colectivo Mate Amargo es un Colectivo integrado por las y los compañeros que construimos a diario este medio de comunicación alternativo.