Por Cristóbal Rodríguez – MODATIMA (*)
“nunca el hombre está vencido
su derrota es siempre breve”
Inti Illimani
Este viernes se cumplen 5 años del Estallido Social chileno. Sin dudas, la primavera de 2019 sigue siendo recordada como uno de los momentos más emotivos para gran parte del pueblo chileno. La Revuelta Social de Octubre de aquel año marcó a todos quienes, de maneras más o menos organizadas, sabían que la forma en la cual habíamos vivido durante los últimos 40 años distaba considerablemente de la promesa de crecimiento infinito, y se sustentaba en el “chorreo” económico impulsado por la dictadura de Augusto Pinochet que se institucionalizó a partir de la Constitución de 1980. Una idea que rondaba las calles en esos días nos decía que el Chile que habían proyectado los militares y quienes administraron la postdictadura dejaba de existir.
Tanto la dictadura militar como sus cómplices civiles fueron capaces de entregar al país una Carta Magna que privatizó y mercantilizó todos los ámbitos de la vida individual y colectiva de las personas. Educación, salud, pensiones e incluso el agua, se transformaron en mercancías sobre las cuales se podía especular libremente bajo las directrices del libre mercado y los valores propuestos por el modelo neoliberal. El Estado se transformó en una institución pequeña e ineficiente más preocupada de reproducir el capital de los grandes grupos económicos que de cuidar, educar y proteger a sus propios ciudadanos.
Es por esto que las protestas del año 2019 parecían conducir a un nuevo estadio de desarrollo y conciencia popular. La posibilidad de escribir una nueva constitución abría una puerta inédita en la historia de Chile. Por primera vez en más de doscientos años de historia, serían hombres y mujeres provenientes de distintas regiones y clases sociales las encargadas de escribir las reglas de un juego que siempre estuvo prohibido y secuestrado por una élite económica y política que administraba la desigualdad estructural de nuestro país sin contrapesos efectivos.
Luego de cinco años de discusiones, análisis y preguntas dentro de las organizaciones del campo popular podemos examinar el pasado reciente con mayor claridad, sacar lecciones de la derrota y comenzar a (re)construir una base social que se haga cargo de las demandas que quedaron pendientes luego del Estallido, la Pandemia y dos procesos constituyentes que no lograron reemplazar a la sempiterna constitución de Pinochet.
El relato capturado por la derecha política y económica cuenta con una amplia difusión en medios afines a sus intereses. Sin embargo, la realidad es siempre más poderosa que lo que aguanta el papel. A simple vista, podemos ver que ninguna de las reformas propuestas por el mundo del rechazo se ha materializado, lo que a todas luces nos conduce a un escenario similar al del pre estallido social, en el cual, la élite local se mostraba insensible e incapaz de procesar las demandas acumuladas por años de inequidad y falta de políticas redistributivas en las oportunidades de promoción social.
Este quinto aniversario de un proceso inédito en la historia reciente chilena marca el regreso de las organizaciones populares, transformadoras y con carácter revolucionario al escenario político nacional. El momento actual es decisivo ya que ninguna de las causas que gatillaron el estallido han encontrado solución en el sistema tradicional de partidos políticos o en los resortes institucionales existentes. Desde 2019 a la fecha, la clase política dirigente ha sido incapaz de dar conducción y gobernabilidad a un país que, de no mediar un cambio profundo, camina lenta y sostenidamente hacia un nuevo estado fallido.
Ahora es cuando. Es en este momento que todo el caudal político y experiencia organizacional aprendida durante la última década debe ponerse a disposición de la construcción de un proyecto colectivo capaz de disputar un sentido común distinto al actual. Un sentido colectivo, solidario, feminista, preocupado de la emergencia climática y dispuesto a avanzar en un modelo económico distinto al actual, que no solo tiene a nuestro país estancado económicamente, sino enfrentando una peligrosa vulnerabilidad climática para la cual, el Estado y sus instituciones no están preparadas.
La experiencia chilena nos mostró en carne propia que el problema se llama “Capitalismo” y que solo a partir de la colaboración, articulación y generación de un tejido social profundo, con perspectiva de futuro y profundidad ideológica seremos capaces de generar las condiciones necesarias para que finalmente en nuestro país la dignidad sea una costumbre.
(*) Cristóbal Rodríguez, profesor y militante chileno del Movimiento por el Acceso al Agua, la Tierra y el Medio Ambiente (MODATIMA).