EU: ¿Guerra civil entre el poder corporativo y el oligárquico?

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La camarada Kamala vs. el nazi Trump

Por Carlos Fazio (*)

A cinco días de las elecciones presidenciales la pulsión de guerra domina e impregna a toda la sociedad estadunidense inmersa en un proceso de decadencia intelectual. Esa pulsión nihilista imperial, como la llama Emmanuel Todd, es impulsada por la ‘estrategia de tensión’ del Estado profundo (deep state) –el gobierno paralelo secreto organizado por los aparatos de seguridad e inteligencia, e integrado por representantes de las principales corporaciones del complejo militar-industrial-financiero-digital-mediático que dirige la política exterior y de defensa en EU más allá de las apariencias democráticas–, y podría derivar, a partir de la coyuntura y con independencia de la victoria de Kamala Harris o Donald Trump en los comicios del 5 de noviembre, en un ‘capitalismo totalitario’, ya que ambas facciones promueven un modelo que, facilitado por la financiarización de la economía, se basa en la extracción de rentas y el empobrecimiento sistemático de la mayoría.

Se trata de un proceso que a comienzos de siglo Sheldon Wolin describió como “totalitarismo invertido”, una forma de dominación donde las instituciones democráticas se mantienen en apariencia, pero están vacías de contenido real, controladas en su totalidad por una élite económica-financiera parasitaria. Un capitalismo rapaz donde la política se convierte en una farsa y los derechos democráticos son abolidos, y que, según advirtió Karl Polanyi en La Gran Transformación (1944), conduce a la “demolición de la sociedad” en el marco de un capitalismo y un sistema político mafiosos.

La guerra de epítetos y la esquizofrenia electoral

A días de los comicios las encuestas dan un empate técnico a nivel nacional, y tanto demócratas como republicanos se acusan de querer perpetrar un eventual fraude. Y el contraste, sin base en datos objetivos ni fundamentos sólidos, no puede ser mayor: Kamala Harris acusa a su adversario de “nazi” y lo llama “pequeño tirano”, en tanto Trump señala a su oponente de representar a la “izquierda radical” y encarnar al “enemigo interno”, endilgándole calificativos un tanto contradictorios, ya que la llama “marxista, comunista, fascista” (sic).

Según observadores estadunidenses, la campaña electoral de Kamala Harris parece estar más llenos de rabia y reproches a Donald Trump, que de un ambiente de frenesí y alegría, lo cual demuestra que la atmósfera que rodea a la vicepresidenta no es precisamente la más optimista. En un artículo para The American Conservative, el analista político Collin Pruett dijo que “por todo Estados Unidos, los demócratas acusan a sus oponentes de fascismo, tachando a los votantes republicanos de apoyar la segunda venida de Adolf Hitler (…) Los demócratas parecen haber pulsado el botón del pánico, optando por cerrar su campaña con una furia sin precedentes en lugar de con alegría».

A su vez, en su magno mitin en Madison Square Garden, la icónica arena de Nueva York, Trump no ocultó sus habituales mensajes racistas, sino que hizo del ataque contra los “inmigrantes criminales” −a quienes acusa de estar “destruyendo” y “envenenando la sangre” de Estados Unido−, el eje central de su retórica. Incluso, el primer orador en el acto, el comediante Tony Hinchcliffe, llamó a Puerto Rico una “isla flotante de basura flotante en el océano”, en tanto un amigo del magnate llamó a Kamala Harris “el anticristo”. Por su parte, el hijo del candidato republicano, Donald Trump Jr., recordó la doble moral de Harris por no condenar los dichos anteriores de su compañero de fórmula, Tim Walz, en los que comparó el acto del Madison Square Garden con un acto nazi que se celebró allí en 1939.

Convicto de 34 cargos relacionados con fraude empresarial y abuso sexual, y acusado criminalmente de decenas de delitos graves, Trump ha sido señalado como un personaje “narcisista, estúpido, temperamental e irascible” por el senador Mitch McConnell, quien ha sido líder de la fracción del Partido Republicano en el Congreso en las últimas dos décadas; no obstante esa retahíla de epítetos, y como muestra de la esquizofrenia electoral, McConnell ha decidido apoyar a Trump en su búsqueda de una nueva temporada como inquilino de la Casa Blanca.

A su vez, no ha pasado desapercibido que Kamala Harris supuestamente no acepta cumplir el deseo del presidente Joe Biden de aparecer con ella en los últimos eventos partidarios antes de las elecciones presidenciales. Según el portal Axios, citando a sus fuentes, el equipo de Harris cree que Biden es “un lastre político” en un momento crucial de la campaña, pero “se resiste a decirle [a Biden]directamente que no quiere que él haga campaña por ella”. El presidente Biden “es un recordatorio de los últimos cuatro años, no del ‘Nuevo camino a seguir’”, aseveró una persona al tanto del asunto. Previamente, un funcionario involucrado en las discusiones sobre el papel de Biden en la campaña, dijo a CNN que el equipo está en “modo no hacer daño”. (Cabe apuntar, que Biden, con Kamala Harris como vicepresidenta, ha permitido el genocidio en Gaza, la agresión contra el Líbano y ha preparado a puertas cerradas el ataque contra Irán).

Por otra parte, la decisión de los dueños de los diarios The Washington Post (desde 2013 propiedad de Jeff Bezos, el titán de Amazon), Los Ángeles Times (cuyo amo es otro multimillonario, Patrick Soon-Shiong) y USA Today, de no apoyar a ningún candidato, muestra los miedos que hay por las consecuencias que podría tener para ellos −no en los periódicos, sino en sus otros negocios−, apoyar a Harris y que gane Trump. Eso recuerda el viejo debate sobre si lo que existe en el mundo es libertad de prensa o libertad de empresa, aunque hay medios que la han logrado armonizar.

En contraste con sus competidores, The New York Times publicó el sábado 26 de octubre una edición impresa y digital que pasará a la historia del periodismo. En lo alto de su portada hizo algo inédito, sintetizar lo que Trump haría de llegar a la Oficina Oval, en sus propias palabras, algunas de ellas casi apocalípticas para países como México, y desplegarlo en dos páginas interiores. Junto con ello, como una toma de posición frente al Post y al Times angelino, endosó a Harris como “la única elección patriota para presidenta”, porque no podían “imaginar a un candidato más indigno para servir como presidente de Estados Unidos que a Donald Trump”.

La continuidad Trump/Biden: ¿cuál es la diferencia?

Más allá de los diferencias “político-ideológicas” de matiz, existe una línea de continuidad imperial, no de ruptura, entre las administraciones del “fascista” Donald Trump (como lo llama Kamala Harris) y Joe Biden, cuya política exterior, al gusto de la extrema derecha y del neoconservadurismo estadunidense y promotora de los regímenes protofascistas de Volodymyr Zelensky, en Ucrania, y Benjamín Netanyahu, en Israel, está en camino de poner al mundo más cerca de la Tercera Guerra Mundial de lo que jamás haya estado el convicto magnate neoyorkino.

En ese contexto, Chris Hedges advierte que hay una “guerra civil” en ciernes al interior del capitalismo plutocrático, entre diferentes facciones de una élite económica-financiera que drena recursos de la sociedad para concentrarlos en pocas manos, con Kamala Harris como rostro visible del “poder corporativo” del ramo manufacturero y agrícola, que necesita estabilidad y un gobierno tecnocrático, pero que cuenta, también, con el aval de BlackRock, Vanguard y State Street, quienes controlan una vasta porción de la economía mundial, y de figuras clave de la tecnología y las finanzas, como Reid Hoffman, creador de LinkedIn y consejero de Microsoft, Roger Altman, exfuncionario de Lehman Brothers y actual director del banco Evercore, y Reed Hastings, presidente de Netflix.

A su vez, Donald Trump es descrito como la mascota bufonesca de un “poder oligárquico” proclive a un neofeudalismo, que agrupa al capitalismo de los señores de la guerra y los demagogos de extrema derecha (Johnson, Meloni, Modi, Orban, Le Pen), y que, como las empresas de capital de riesgo que canibalizan la nación (Apollo, Blakstone, Grupo Carlyle) y los multimillonarios Elon Musk, líder de Tesla y SpaceX (que construye una red de satélites espía para Oficina Nacional de Reconocimiento, NRO), estrechamente vinculado al Pentágono y la CIA, quien ha abogado por desregular aún más el mercado apoyando una visión de Silicon Valley que busca la “destrucción creativa” y a través de America PAC ha gastado más de 75 millones de dólares en la campaña trumpista; Peter Thiel, cofundador de PayPal, Facebook, In-Q-Tel y Palantir, cuyos sistemas policiales predictivos basados en IA son utilizados por Israel para vigilar a los palestinos en Cisjordania y Gaza; los magnates del petróleo Timothy Dunn y Harold Hamm, y la israelí-estadunidense Miriam Adelson, quien según Open Secrets ha gastado 129 millones de dólares en la campaña del republicano, todos los cuales prosperan en el caos y, como dice Steve Bannon, en la “deconstrucción del Estado administrativo”.

Tal vez sea por ello, que, en sendas cartas, la vicepresidenta y candidata demócrata “progresista” recibió el apoyo de viejos halcones de la guerra del ámbito de la seguridad nacional y el establishment de la política exterior de las administraciones republicanas de Ronald Reagan, George Bush padre e hijo y D. Trump, entre quienes se encuentran, según señaló James Carden, exasesor de la Comisión Presidencial Bilateral entre EU y Rusia del Departamento de Estado, “criminales de guerra” como el exvicepresidente Dick Cheney; el exfiscal general Alberto Gonzáles, quien legalizó la tortura como método de interrogatorio; Eric Edelman, timonel de la Estrategia de Defensa Nacional que pidió aumentar el gasto militar para una guerra en múltiples teatros contra China y Rusia; Michael Hayden, exdirector de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y la Agencia Central de Inteligencia (CIA), y el exembajador en México y primer director de Inteligencia Nacional, John D. Negroponte, uno de los arquitectos de las sangrientas intervenciones estadunidenses en América Latina durante el último cuarto del siglo XX. Asimismo, Kamala Harris recibió el apoyo de figuras partidistas como Hillary Clinton; Victoria Nuland, notoria por su involucramiento en el golpe de Estado en Ucrania en 2014 y en la posterior guerra proxi de Biden para desestabilizar a Rusia; el exembajador de EU en Rusia, Michael McFaul, y los ex directores de la CIA, León Panetta y John Brennan, quien también ocupó el cargo de secretario de Defensa de Barack Obama.

Como señala Carden, el temor de que vuelva Trump a la Casa Blanca hace que progresistas, liberales y la élite militarista que ha llevado a sangrientas guerras e intervenciones en el orbe, se unan para conservar y defender los supuestos “valores” que les quieren arrebatar, como si el republicano no tuviera los mismos impulsos imperiales que han dominado la política de EU en los dos últimos siglos. De allí que, como apunta Chris Hedges, ninguno de los dos candidatos es democrático y utilizan cuestiones como el derecho a las armas o al aborto para distraer al público de la guerra civil dentro de la élite capitalista; ambas fórmulas canalizan el dinero hacia las manos de la plutocracia, ya que se trata de crear un mundo de amos y siervos, de élites oligárquicas y corporativas empoderadas y un público desempoderado.

Por lo que, con Harris o Trump, el resultado final es el mismo.

(*) Carlos Fazio, escritor, periodista y académico uruguayo residente en México. Doctor Honoris Causa de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Autor de diversos libros y publicaciones

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