Por José Ernesto Novaez Guerrero (*)
Dibujo Adán Iglesias Toledo (**)
Donald Trump acaba de ser reelecto nuevamente como presidente de los Estados Unidos. El nuevo emperador vuelve un poco más envejecido al cargo, pero con la misma retórica y las mismas declaraciones facilistas, donde promete soluciones simples y rápidas a problemas complejos. Sería interesante un estudio del enrevesado mecanismo sicológico que llevó a más de 75 millones de norteamericanos a votar nuevamente por el mismo individuo cuya pésima gestión de la pandemia costó decenas de miles de vidas.
A una parte de esos millones de votantes, sin dudas, Trump y el Partido Republicano les pareció una opción más convincente que el titubeante Partido Demócrata, con un anciano decrépito como presidente del país y una vicepresidenta con disfraz progre que sin embargo, durante cuatro años, ha sido incapaz de impulsar ninguna iniciativa de valor. Además, el pantano de la guerra de Ucrania, las sanciones a numerosos países, la crisis de la deuda y las tensiones comerciales y financieras con la superpotencia China han cobrado una factura al desempeño económico y social interno.
En este descontento, en las fracturas de clase, en la dictadura política bipartidista, cuya fórmula está agotada pero se resiste a abrir ningún espacio a otras fórmulas políticas, en el descrédito y corrupción del liderazgo de los partidos, en las cada vez más pronunciadas puertas giratorias entre la política y las grandes corporaciones, en el deterioro de la condiciones de vida del estrato de clase media que una vez fue un pilar de estabilidad para la sociedad norteamericana, podemos y debemos buscar las razones para la permanencia y nueva consolidación política del fenómeno Trump.
Donald Trump mismo es un caso de estudio. Su figura encarna la arrogancia, soberbia, prepotencia y, al mismo tiempo, profunda ignorancia del típico hombre de negocios norteamericano, cuyo espíritu satirizara muy bien Sinclair Lewis en su excepcional novela Babbit. Esta convicción en su capacidad de transformación del mundo acorde a su voluntad, sumado a su incomprensión de múltiples procesos, hacen que la visión del mundo que tiene un individuo como Donald Trump se asemeje a la que pudo tener el emperador Tiberio, quien desde su refugio de perversiones y placeres en Capri orientaba expediciones punitivas y tomaba decisiones que afectaban la vida de millones de personas. El nuevo Imperator norteamericano, desde un refugio similar en Mar-a-Lago, dispuso y dispondrá, probablemente con torpeza y engreimiento, de la vida de cientos sino miles de millones de seres humanos, en un mundo generosamente salpicado por más de 700 bases militares norteamericanas.
En la visión de la geopolítica global, Trump-Babbit no muestra una especial agudeza. En su anterior período como presidente inició un proceso de distensión con Corea del Norte para luego tensar absurda e injustificadamente las relaciones de nuevo. Inició una guerra comercial con China cuyas repercusiones globales llegan hasta el presente. Asesinó a Qasem Soleimani, líder de la Fuerza Quds de los Guardianes de la Revolución Islámica de Irán, llevando la situación en Medio Oriente al borde de una escalada, solo evitada por la tradicional mesura iraní a la hora de evaluar el escenario internacional. Asimismo, en su afán de demostrar cómo él, entre todos los presidentes prosionistas de la historia reciente norteamericana, es el más firme defensor del estado colonial y genocida de Israel, reconoció a Jerusalén como capital del ente sionista, violando incluso la infame Resolución 181 de la ONU que asumía el Plan de Partición que dio inicio a la Nakba.
En su nueva campaña electoral, el magnate ha prometido resolver el conflicto ucraniano en 24 horas. Lo que billones de dólares de la OTAN, armamentos y soldados no han resuelto, lo resolverá el carismático emperador en dos llamadas y algunas amenazas. Asimismo, en su discurso de victoria, lanzó algunas advertencias, o que pueden interpretarse como tales, a China. También con la OTAN ha sido crítico.
Sus defensores alegan que ha sido el único presidente norteamericano en la historia reciente que no ha iniciado una guerra. Además de falsa, esta afirmación es ingenua. El complejo militar-industrial es un poderoso engranaje que condiciona y determina a niveles profundos la política norteamericana. Durante su primer mandato Donald Trump se ocupó de alimentarlo generosamente, aprobando cada año presupuestos récord en materia militar, mientras disminuían sostenidamente las partidas de salud y educación, dos esferas públicas que están peligrosamente cerca de una crisis sistémica en los Estados Unidos. No solo no terminó ninguno de los frentes de guerra abiertos, sino que inició una guerra comercial con China y tensó peligrosamente otros frentes, como el coreano y la situación en Medio Oriente.
La escalada posterior que hemos vivido en el cuatrienio demócrata de numerosos conflictos descansó sobre la herencia de Trump, quien a su vez continuó la herencia de Obama y así sucesivamente. Cada emperador es una pieza al servicio de los intereses del imperio. Esos son sus límites políticos.
Aunque Trump, al ser un outsider en las reglas tradicionales de la política norteamericana, puede tener giros imprevistos, hay algunos temas fundamentales sobre los cuales se pudiera arriesgar afirmaciones a futuro. En materia de política internacional, es probable que se agudicen las presiones sobre países percibidos como hostiles a los intereses de la Casa Blanca. Como en el mandato anterior, veremos una mayor presión sobre Cuba, Venezuela y Nicaragua, aunque no es descartable que otros procesos como el colombiano o el brasileño, aunque más moderados, sufran la presión ascendente de sus ultraderechas locales, alentadas por la situación política en Estados Unidos.
La ultraderecha global, sin dudas, se beneficiará de esta victoria de Trump y no es descartable que en su estela se dé el ascenso político de proyectos de esta naturaleza, en países como España y Francia, por ejemplo, donde la ultraderecha ya ha demostrado en el pasado músculo y capacidad de convocatoria en ciertos escenarios políticos.
Adicionalmente, Trump deberá decidir qué hacer en al menos cuatro frentes activos o latentes de conflicto a escala global. Por un lado Ucrania y la OTAN, que son uno y el mismo tema, en su guerra con Rusia. Un manejo que favorezca a Rusia puede debilitar grandemente su posición política interna, en una administración previsiblemente llena de halcones, pero un manejo que favorezca a Ucrania puede involucrar costos y niveles de involucramiento en el conflicto sumamente riesgosos.
El genocidio palestino y la extensión del conflicto en la región de Oriente Medio es otro tema candente. Probablemente aquí la línea sea más clara: apoyo irrestricto a Israel, aunque con cierta presión para evitar que el sionismo continúe escalando descontroladamente el conflicto y obligue a Estados Unidos a una intervención aún más directa. Desde luego, a Washington no le importa, y nunca le ha importado, el destino final de los palestinos. Son víctimas de segunda en materia geopolítica.
Dos frentes latentes son las dos Coreas, donde ha habido un preocupante aumento de las tensiones con fuertes amenazas y destrucción de vías de comunicación y la cuestión en torno a Taiwán, que los demócratas intensificaron con suma torpeza y que Trump deberá definir cómo manejar. Por un lado, Corea del Sur es un activo estratégico en la región, por el otro, seguir empujando con el tema de Taiwán puede llevar al dragón chino a mostrar sus garras.
Mientras el mundo es un tablero complejo, la situación interna en el país también lo es. Más de 72 millones de votantes no quieren a Trump, casi la mitad del país. Sus políticas en torno a la migración y derechos sexuales, como el tema del aborto, hacia programas como el Obamacare, pueden agudizar los conflictos ya existentes, al tiempo que se pierden derechos que se creían ganados por amplios estratos de la sociedad.
Veremos cómo evolucionan muchas de estas problemáticas y cómo las maneja el reelecto presidente de los Estados Unidos. Sin embargo, dos cosas más se pueden afirmar con seguridad: la primera es que la nación norteamericana ya no tiene un modelo de liderazgo que ofrecer a aquellos que aún creen en la ilusión ideológica que representa; la segunda es que mundo según Donald Trump será un lugar mucho más inseguro, violento e inestable. Roma muere matando.
(*) José Ernesto Novaes Guerrero, Escritor y periodista cubano. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Coordinador del capítulo cubano de la REDH. Colabora con varios medios de su país y el extranjero.
(**) Prof. Adán Iglesias Toledo, Director del Medio humorístico DEDETE del Periódico Juventud Rebelde, miembro de la UNEAC. Colabora con varios medios de prensa en su país y en el extranjero.
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