El uso del misil Oreshnik permite a Moscú restablecer la paridad estratégica con Washington
Por Carlos Fazio (*)
La guerra por delegación de EEUU y la OTAN contra Rusia en Ucrania ha entrado en una nueva fase. Según afirmó el 21 de noviembre el presidente ruso, Vladimir Putin, el conflicto ha adquirido elementos de carácter global. Sin ambages, el jefe del Kremlin dijo que EEUU y sus satélites están en guerra directa con Rusia. En consecuencia, el mundo es hoy más peligroso que en ningún otro momento desde la llamada crisis de los misiles entre EEUU y la ex Unión Soviética, con epicentro en Cuba, en 1962.
El punto de inflexión que parece marcar el tránsito de esta guerra proxy entre potencias a una guerra caliente entre Rusia y el eje EEUU/OTAN/Ucrania, es el intercambio de ataques con misiles de medio y largo alcance entre las partes, luego de la autorización para el empleo de ese tipo de armas por Biden el 17 de noviembre. Surge la interrogante acerca de si Biden, quien según el fiscal especial Robert Hur −nombrado por el Departamento de Justicia de EEUU− padecía deficiencia cognitiva en febrero pasado, lo que lo obligó a declinar su carrera por la relección en julio, habría estado mentalmente capacitado ahora para decidir soberanamente, él mismo, atacar Rusia.
De allí que la decisión cuyo objetivo es exacerbar la confrontación para desgastar y desangrar aún más a Rusia; sabotear el mandato masivo de Trump para poner fin a la guerra y obligarlo a adoptar una posición más dura, y colocar a Volodymir Zelensky en una mejor posición de cara a una eventual negociación para un alto al fuego, sea atribuible al Estado profundo (deep state) al servicio del complejo industrial militar/financiero/digital/mediático.
Putin había sido muy claro al definir que el uso de misiles de medio y largo alcance sería considerado un acto de guerra. En varias ocasiones, este año, el mandatario ruso se había esforzado en explicar que el Ejército ucranio subsidiario de la OTAN es incapaz, por sí solo, de realizar ataques con modernos sistemas de precisión de largo alcance de fabricación occidental; que los ataques son posibles sólo mediante el uso de datos de inteligencia de los satélites de la OTAN, de los que Kiev no dispone; que esos sistemas de misiles sólo pueden ser operados por personal militar (o contratistas) de la OTAN, y que la selección final de objetivos (en el territorio profundo ruso) sólo pueden hacerla especialistas altamente cualificados que se basan en datos técnicos de reconocimiento espacial proporcionados por EEUU y la OTAN.
Ergo, en todos los aspectos, el disparo de esos sistemas de armas contra objetivos en Rusia es una operación EEUU/OTAN, y el hecho de que pudieran encontrarse en suelo ucranio no mitiga el papel de Washington y Bruselas en la agresión.
En ese contexto, en una breve sucesión de hechos en el marco de la doctrina escalar para desescalar (con o sin el aval de Donald Trump), el 19 de noviembre la OTAN disparó desde Ucrania seis misiles balísticos Atacms (Sistema Táctico de Misiles del Ejército de EEUU) contra objetivos militares en la provincia rusa de Briansk. Un día después, la OTAN lanzó una andanada de cohetes de crucero británicos Storm Shadow y su equivalente francés Scalp contra blancos castrenses en la región rusa de Kursk. A su vez, el jueves 21 de noviembre Rusia tomó represalias mediante un ataque combinado que incluyó el nuevo sistema hipersónico balístico de medio alcance (literalmente mata de avellanas) contra una fábrica del complejo industrial de defensa Yuzhmash, en Dnipró.
Ese día, Putin señaló que fue un ensayo de prueba en condiciones reales de guerra de uno de los sistemas hipersónicos (con capacidad nuclear pero que no portaba cargas atómicas) de medio alcance −entre 2 mil 500 y 5 mil kilómetros−, capaces de atacar objetivos a una velocidad de Mach 10, de 2.5 a 3 kilómetros por segundo (lo que puede impactar el Reino Unido en sólo 19 minutos, Bruselas en 14, Berlín en 11 y Varsovia en ocho minutos), y que ningún sistema antimisiles (incluidos los Patriot) puede interceptar el Oreshnik. El Financial Times describió el ataque como un intento disuasivo para demostrar al Occidente colectivo la capacidad de Rusia en la escala de represalias.
Putin aseguró que Rusia se considera con derecho a atacar las instalaciones militares de los países que permitan el uso de sus armas contra el territorio ruso y que, en caso de escalada de las acciones agresivas, responderá de manera decisiva y simétrica. Eso supone que podrían ser alcanzados blancos militares en las principales ciudades del Reino Unido, Francia y Alemania; bases, submarinos y buques de guerra de EEUU y la OTAN en Europa, el mar Negro y el Mediterráneo a distancias nunca vistas; centros logísticos en Polonia, Rumania, los estados bálticos y Finlandia, y destruir satélites usados contra Rusia.
En un implícito mensaje a Donald Trump, Putin señaló que EEUU cometió un error al destruir de manera unilateral el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio en 2019 (con Trump en la Oficina Oval), lo que llevó a Moscú a investigar y desarrollar tecnología de misiles hipersónicos de corto y mediano alcance. Atribuyó, también, a la producción y despliegue de misiles de alcance intermedio y corto de EEUU en Europa y la región Asia/Pacífico, la prueba en condiciones reales de guerra, ahora, del misil Oreshnik, que representa un nuevo paradigma en pertrechos bélicos y un salto cualitativo histórico en cuanto a su potencial destructivo. (Durante una cumbre de la OTAN en Washington, en julio pasado, EEUU anunció que a partir de 2026 desplegará en Alemania armas de largo alcance, incluyendo el misil Standard SM-6 de Raytheon, el Tomahawk y armas hipersónicas en desarrollo con un alcance mayor que el que tienen hoy las potencias europeas. Moscú respondió entonces que desarrollaría una respuesta militar “sin nervios ni emociones”, y que el trabajo sobre las contramedidas ya estaba en marcha.)
La importancia militar inmediata del nuevo misil hipersónico de última generación ruso, es que contiene Vehículos de Reentrada de Objetivo Múltiple Independiente (MIRV, en inglés), que están diseñados para alcanzar muchos objetivos a la vez y evadir los sistemas de defensa antimisiles. De manera que además del impacto estratégico y psicológico de su uso en la coyuntura, se añade el político, ya que el Oreshnik podrá ser utilizado para dar forma a los términos de un futuro tratado de paz con Ucrania y la posterior reconstrucción de la arquitectura de seguridad europea que EEUU destruyó. Cabe recordar que uno de los objetivos de la Operación Militar Especial ordenada por Putin el 23 de febrero de 2022, era la desmilitarización de Ucrania, lo que resulta aún más importante ahora que su adversario está empleando misiles occidentales de largo alcance cuyo uso requiere la ayuda directa de Occidente.
Putin ha reiterado que considera totalmente inaceptable el uso por parte de Ucrania de misiles de largo alcance como los Atacms, Storm Shadow y Scalp, y que no tolerará que su adversario conserve esas capacidades. Por lo que, a falta de un diálogo significativo para resolver políticamente el conflicto, las opciones más realistas para el Kremlin son destruirlos en combate o crear una zona tampón que abarque todo el territorio ucraniano al este del Dniéper y parte de su orilla occidental.
El presidente ruso reveló que el Oreshnik será fabricado en serie, por lo que en un futuro próximo podría ser empleado para ayudar en operaciones en primera línea y en ataques contra objetivos estratégicos detrás de la línea de contacto, como centros de mando y control, depósitos de armas y puentes del enemigo, lo que eventualmente permitiría a Moscú ganancias militares-territoriales sin precedentes.
Analistas militares y medios hegemónicos al servicio de la propaganda del Pentágono, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el Servicio de Inteligencia Secreto (MI6) británico, han admitido que la guerra proxy en Ucrania está perdida y los misiles que autorizó Biden no cambiarán las reglas de juego. Rusia cuenta hoy con más de un millón de hombres sobre la línea de contacto que han experimentado la guerra de alta intensidad; un complejo militar industrial preparado para la producción de armamento, bombas y municiones y una alianza integral estratégica con China, que probablemente acudirá en ayuda de Moscú en caso de necesidad.
En la línea de escalar para desescalar, el equipo de Trump filtró recientemente que el futuro presidente prevé congelar el conflicto creando una zona desmilitarizada (DMZ) a lo largo de la Línea de Contacto (LOC), que sería patrullada por fuerzas de la OTAN; lo que resulta difícil creer que el Kremlin acepte, máxime, cuando el plan contemplaría que Ucrania siga siendo armado hasta los dientes por el Occidente colectivo y sirva como un puesto avanzado hostil de EEUU en la frontera de Rusia.
Putin advirtió que Rusia tiene más sistemas de armas secretos que aún no ha desvelado y está produciendo misiles y aviones no tripulados de forma masiva sin perjudicar su economía. Esos factores podrían llevar a una desescalada en condiciones más favorables a Rusia, mediante un compromiso sobre cuyos detalles sólo se puede especular en este momento.
El pasado 21 de noviembre, The New York Times afirmó que algunos funcionarios estadunidenses y europeos supuestamente proponen devolver las armas nucleares de la época de la guerra fría a Ucrania. Dos días antes, Putin firmó un decreto por el que se aprueba la doctrina nuclear actualizada de Rusia que establece, entre otras cosas, que un ataque masivo al país, incluyendo misiles de crucero y drones, podría generar una respuesta nuclear. Según el jefe del Kremlin, la nueva redacción de la doctrina considera como un ataque conjunto a Rusia la agresión de cualquier país no nuclear en la que participe o que se lleve a cabo con el apoyo de un Estado nuclear. Además, Rusia considera las armas nucleares como un medio disuasorio y su uso una medida extrema, mientras la política estatal en el ámbito de la disuasión nuclear es de “carácter defensivo” y tiene por objetivo garantizar la protección de la soberanía y la integridad territorial del país.
En cualquier caso, así como no lograron hacer colapsar a la economía rusa y aislar al régimen de Vladimir Putin, tampoco parece viable en el corto plazo que EEUU y la OTAN puedan infligirle una derrota estratégica a Rusia. Por el contrario, por sus avances tecnológicos-militares, Rusia ha restablecido la paridad estratégica con EEUU, lo que representa una derrota de los planes hegemónicos de Washington de coaccionar a Moscú para que haga una serie de concesiones unilaterales mediante el chantaje nuclear.
Keith Kellogg, enviado especial de Trump para Ucrania/Rusia
El 27 de noviembre, Trump nominó al general retirado Keith Kellogg para el puesto de enviado especial para Ucrania y Rusia. Kellogg formó parte del gabinete de Trump en su mandato anterior, donde ejerció como jefe de gabinete del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca y asesor de seguridad nacional del vicepresidente Mike Pence. “Keith ha desarrollado una notable carrera militar y empresarial, que incluye el desempeño de funciones muy delicadas de Seguridad Nacional en mi primera administración. Estuvo conmigo desde el principio. Juntos, garantizaremos la paz a través de la fuerza y haremos que Estados Unidos y el mundo vuelvan a ser seguros”, anunció Trump en su cuenta de Truth Social.
Kellogg es partidario de la política de 'America First' ('EEUU primero') y aboga por las negociaciones entre Rusia y Ucrania para poner fin al conflicto. Considera que EEUU debería ponerle como condición a Ucrania que solo le suministrará ayuda militar y únicamente garantizará su seguridad, si Kiev inicia conversaciones de paz con Moscú. También apoya la idea de Trump de que lo más importante es frenar la muerte de personas en el conflicto. “Al gobierno y al pueblo ucranianos les costará aceptar una paz negociada que no les devuelva todo su territorio […] Pero como dijo Donald Trump en [el programa]'Town Hall' de CNN en 2023: ‘Quiero que todos dejen de morir’”, escribió en su artículo “EEUU primero, Rusia y Ucrania”, escrito en abril pasado junto con Fred Fleitz.
(*) Carlos Fazio, escritor, periodista y académico uruguayo residente en México. Doctor Honoris Causa de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Autor de diversos libros y publicaciones