Por Fabián Piñeyro(*)
Algunos de los guardianes simbólicos del orden vienen realizando llamamientos y lanzando advertencias contra el grave peligro que implican las ideologías, incluso en el marco de la campaña electoral se aludió certeramente a las amenazas que éstas plantean a nuestro modo de vida.
De manera más o menos directa se ha sostenido que es necesario mantener a raya las ideologías, impedir que se metan en la política y en el gobierno.
Para los guardianes del orden las ideologías se han convertido en un objeto diabólico, un artefacto infecto.
Ciertamente las ideologías son un peligro potencial para nuestro modo de vida, su ingreso a la política una grave amenaza y al gobierno una potencial hecatombe para el orden.
La razón les asiste a los que señalan que un gobierno “ideológico” constituye un peligro para el orden al propiciar medidas y decisiones contrarias al sentido común.
Lo que esos guardianes ocultan, callan y disimulan es que el sentido común no es otra cosa que la ideología dominante y hegemónica.
Ese sentido común es la ideología que legitima el orden dado, que sirve de dispositivo de justificación a la explotación y a la dominación y es el mecanismo simbólico que hace funcionar al sistema dotando de sentido a los comportamientos y a las acciones que han de ejecutar las mayorías oprimidas.
La ideología es un artefacto eminentemente prescriptivo, por ello, no es una concepción del mundo ni una explicación y es eso, precisamente, lo que diferencia a la ideología de la teoría política.
La teoría busca explicar, interpretar, comprender la realidad; las ideologías prescriben, por ello, su textura es básicamente deontológica, no fenomenológica.
Las ideologías contienen “explicaciones”, representaciones de lo real, construcciones de sentido en torno al hombre, la sociedad y el mundo, e interpretaciones.
En varios, por no decir en muchos sentidos, las ideologías le dan forma a la realidad, a la única realidad válida y efectiva para los sujetos; la realidad pensada y concebida por ellos, y lo hacen mediante complejos dispositivos que incluyen explicaciones, símbolos, mitos y representaciones.
Dispositivos que, si han de ser eficaces, deben operar, dirigirse y actuar sobre y en las distintas capas del pensamiento y también en el universo de lo pulsional y de lo emocional.
Pero la explicación, la producción de realidad, la “concepción del mundo” está definida en función de un objetivo prescriptivo.
Se instituye una determinada representación de la realidad con la intención de que sirva como dispositivo de justificación de un conjunto de prescripciones.
Por ello se ha sostenido a veces, un poco equivocadamente, que las ideologías están hechas de valores, en puridad las ideologías están hechas de explicaciones y de prescripciones. Pero las primeras están al servicio de las segundas.
Las ideologías son, por tanto, algo consustancial con la política, en última instancia no son otra cosa que un discurso prescriptivo de justificación de un determinado orden económico, social y cultural. Ese orden puede estar rigiendo o puede ser un proyecto.
Por ello cuando se realizan enérgicos llamamientos transidos de desasosiego, inquietudes y repulsa convocando a mantener a raya a las ideologías, a impedir que esas criaturas infectas ingresen al debate público perturbando la vida y el sueño de las personas razonables y bien pensantes, lo que se está haciendo es clausurando el debate político, obturando toda discusión respecto del orden, censurando todo cuestionamiento al mismo.
Paradojas del movimiento de la historia, la misma clase que se hizo con el poder blandeando los ideales de la libertad es la misma que hoy promueve desde el poder la clausura “del debate de ideas” como fórmula para mantener a las ideologías a raya y fuera de la política; con ello lo que buscan es clausurar toda posibilidad de interpelación y discusión del orden.
Esa es la razón de fondo, lo que está detrás, lo que explica la repulsa de las ideologías.
Una repulsa ejecutada por actores y sujetos que operan con una ideología, que la utilizan, que la manipulan, que se sirven cotidianamente de ella, por actores que promueven una ideología.
Se sirven y promueven la ideología que dota de sentido, que justifica y legitima el orden vigente y con ello la explotación y la dominación de clase.
Ideología que se ha convertido en el sentido común de la sociedad. Esa conversión opera mediante mecanismos muy complejos, al servicio de esa conversión existe una sofisticada tecnología simbólica.
Tecnología simbólica capaz de hacer pensar a los individuos que ellos han pensado lo que en puridad ha sido creado por otros con el objetivo de modular su subjetividad.
Estas tecnologías se sirven de la arquitectura profunda de la cultura y opera armónicamente con la legalidad social vigente.
Esas tecnologías estructuran la subjetividad, administran y gobiernan sobre el campo de lo pulsional y organizan la vida emocional.
El complejo sistema de promesas, estímulos, deberes, expectativas, prohibiciones, tabúes y trasgresiones permitidas que definen el carácter y la naturaleza misma de la experiencia vital sirve a los mismos objetivos a los que se orientan esa sofisticada tecnología simbólica. La existencia precede a la conciencia, la materialidad concreta de la experiencia vital condiciona las formas y los modos del funcionamiento mental.
Cuando se ha alcanzado un funcionamiento suficientemente aceitado de esos dispositivos y la ideología legitimadora del orden se ha convertido plenamente en el sentido común de la totalidad de la sociedad, los guardianes simbólicos del orden pueden darse el lujo de vituperar y bramar contra las ideologías, es decir, contra todo aquello que contradice ese sentido común; porque la ideología que promueven ha dejado de ser visible, ha quedado oculta, solapada, disimulada al convertirse en sentido común.
Esa conversión determina que las proposiciones básicas de esa ideología, devengan en nociones obvias, en verdades evidentes, indiscutibles, solo cuestionables por aquellos que han perdido la razón, o están bajo el poder demoníaco de las ideologías.
La hegemonía absoluta que detentan las elites dominantes en el campo de la cultura y de los sentidos se expresa en las características que presenta el sentido común de la sociedad.
El sentido común ha dejado de ser un objeto de disputa, un campo de marte, por ello hoy es la simple traducción de la ideología dominante, es decir de la ideología que legitima el sistema de explotación y de dominación en el que vivimos, y es eso lo que les permite a los guardianes del orden darse el lujo de vituperar, satanizar y bramar contra las ideologías.
(*) Fabián Piñeyro es Dr. en Derecho y Ciencias Sociales por la UdelaR, experto en Derecho y Políticas de Infancia.