Por Malena Molina
Los informativos apagaron las cámaras cuando el negro crimen cae sobre el Congo,
Y las últimas imágenes recrean escenas de antiguas guerras tribales,
De Batekes masacrando bantúes,
De mujeres y niñas violadas en masa por soldados negros en muchedumbre,
Como si los pieles blancas, le je sui le roi, y los yanques mascando chicle del caucho congoleño no hubieran exacerbado antiguos odios,
Y contagiado de los suyos propios,
De su peste colonizante y sus fiebres extractivistas.
Pigmeos ejércitos tercermundistas van como peones de ajedrez a cuidar las riquezas que están en suelo congoleño,
para beneplácito de los poderosos del norte,
Y en nombre de imponer la paz borran hasta la última huella de un pueblo legendario de bosquimanos.
Al Congo lo condenan desde el siglo XIX sus riquezas,
El músculo y el vientre bantú,
el petróleo y el gas natural,
la palma y el caucho,
el atezado carbón,
pero más lo condenaron por sus apuestas al socialismo,
por sus retintos estudiantes y estudiantes universitarias,
sus trabajadoras y trabajadores sindicalizados,
resistiendo ser engranajes de lejanas economías capitalistas,
aunque nada de esto forma parte de las escenografías de chozas,
que impunemente difunde la National Geografic.
¡Vaya herejía de una nación que fue cantera de esclavos!.
La entrecortada respiración del sureño que silba tangos y masca tapioca,
aún resuena sobre la loma del Kibamba,
El médico de la Serna desconfía de la dawa que hace inofensiva a la artillería enemiga,
Pero más le preocupa que su lengua se hace un trabalenguas swahili como embebida en pombe,
Y en el sopor del entresueño de los sesentistas congoleños,
aún ven navegar el espectro del Che sobre las aguas del Tanganica.
Los ricos de occidente han sembrado la desconfianza y viejas tribalidades,
Han pintado de negro para sus alumnos occidentales,
Todo un continente plagado de diversidades culturales y religiosas,
Y el Rey del Congo es un simio gigante abatido luego de trepar a un rascacielos en yanquilandia,
Y así,
Antes dejar a oscuras las pantallas apagadas,
las gentes infantilizadas con imágenes de tres segundos,
Con cadáveres sin heder,
Sin tibiezas de sangres derramadas,
Sin el trillo de una historia de luchas compartidas en los sueños de Lumumba,
Sienten piedad de una negritud masacrada.