Por Lucía Sigales(*)
Las mujeres en el campo, las que vivimos en el medio rural, tejemos redes con otras mujeres de la comunidad.
Como madres en las escuelas, algunas muy jóvenes y otras más veteranas, con mujeres comerciantes de la zona que brindan un lugar en su comercio para que otras mujeres rurales puedan vender artesanías, mermeladas, pizzas caseras y tortas.
Nuestra comunidad se nutre de saberes cotidianos, nos acompañamos cuando una de nosotras se enferma, coordinamos logísticas para llevar a nuestrxs hijxs a sus actividades escolares y los llevamos de visitas a casa de amigxs.
Mientras tanto, algunas trabajamos la tierra, criamos animales y nos transformamos en aprendices de veterinaria para curar bicheras, herpes, sacamos ácaros y mantenemos limpios nuestros gallineros. Siempre acompañadas de nuestros perros, que se pliegan a nosotras en esas tareas y salen ladrando si escuchan algo desconocido, olfatean alimañas peligrosas para nuestras gallinas y las matan. Los canes se transforman en buenos aliados para el trabajo y la protección.
Algunas le pedimos permiso al monte para adentrarnos en él, siguiendo costumbres indígenas ancestrales. Cuidamos del monte nativo, protegemos nuestros humedales, miramos hacia el cielo y entre las ramas de los molles, mezcladas con mimbreras, pensamos en alguna que otra mujer de otras épocas pisando la misma tierra húmeda.
Sentimos el clima raro, mucho calor nos agobia, en los días malos el calor pareciera que nos raja la piel, pero salimos a revisar a los animales: ¿agua?, ¿sombra?, ¿bicheras? ¿alambrados?
Las redes sociales han llegado a nuestros hogares, a las de algunas, nos mantenemos en contacto, hacemos catarsis, cuestionamos entre nosotras lo que vivimos adentro de nuestras casas y en el afuera. Y en ese ida y vuelta, sabemos que hay compañeras que callan, no están en redes de mujeres pero las cruzamos por los caminos, no llevan a sus hijxs a los cumpleaños, sabemos que algunas aún son analfabetas.
La desigualdad nos duele, nos cuesta llegar a esas mujeres que casi no se sienten, que pasan desapercibidas y con ellas sus hijxs. Aún nos cuesta. También nos cuesta llegar a mujeres que trabajan en comercios de mediano porte y que no gozan de derechos mínimos laborales, ¿intervenimos?, ¿qué pensaran de nosotras si les decimos “lo que deberían hacer”?
Para no ser vanguardistas y mandonas, o quedar como “yo te vengo a salvar”, de a poco vamos logrando comunicación en el día a día, nos contamos cómo les va a nuestros hijxs en las escuelas, en los liceos, algunos más grandes están en Montevideo y ellas los extrañan mucho. Preparan comilonas para recibirlos algún fin de semana y se quejan un poco porque los ven flacos.
Entre medio hablamos un poco, con mucho respeto, sobre los acontecimientos políticos. Ninguna queremos mostrarnos tal cual pensamos, porque hay una distancia tácita con la política. Me atrevería a decir que casi la mayoría prefiere no hablar de política partidaria, no confían, ni en los políticos ni en nosotras si charlamos con ellas. Las más interesadas por la política nos damos cuenta, pero lo cotidiano sigue, hay que vivir y sobrevivir, hay que criar, hay que trabajar, sin embargo la red existe, está presente, somos un gran ojo mirando el todo, observando cada discurso, cada necesidad y aportando lo nuestro.
Lo que todas tenemos para dar, se dá, nuestros susurros en momentos se transforman en acciones, pero con respeto. Un respeto que se ha transformado en una constante en la ruralidad, una distancia que ya estamos acostumbradas a sostener.
En esos huecos vacíos aprendimos a movernos y lo seguiremos haciendo.
(*) Lucía Sigales es Licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad de la República y Técnica en Gerencia Turística por la Universidad ORT