Por Carlos Pereira das Neves(*)
Muchas son las imágenes que circulan estos días sobre las consecuencias del terremoto ocurrido el pasado viernes en Birmania y que afectó también a Tailandia y China (las regiones fronterizas). Para sorpresa de pocos, eso espero, el contenido más viralizado muestra -de manera simpática- el bambolear del agua en las piscinas de sendos rascacielos u hoteles lujosos. Todo un espectáculo.
Las críticas a la cobertura mediática de la tragedia no se han hecho esperar. Aunque para bien de muchos, quiero creer, faltaron los videos en que la tierra se tragaba a las personas o un gran bloque de escombro desparramaba membrillo al caer sobre algún cuerpo, y faltaron también las entrevistas a la gente que parecía disfrutar de la improvisada lluvia que proveían las piscinas de los bamboleantes rascacielos. ¡Qué rating nos perdimos!
Por suerte (mala, ojalá) pudimos entretenernos con el trabajador que colgaba de un edificio en Bangkok en pleno temblor. Y me animo a decir que lo que generaba más adicción al morbo, válgame la redundancia, era que los titulares resaltaran la condición de “trabajador” más que de hombre, más que de vida humana. ¿Un tardío reconocimiento de derechos? o ¿una nueva lección para quienes osen ser reconocidos ganándose la vida dignamente? Aunque también puede ser una gran ironía, algo que el sistema no precisa pero aún así lo hace para reírse con sus amigos, o más bien una lítote inversa si me perdonan los literarios. Una afirmación de aquello que se pretende negar.
Pero no me quiero enredar en acontecimientos que suceden muy lejos de aquí, en otro mundo si de nosotros dependiera. Como el alto al fuego que Estados Unidos negocia en Ucrania o el alto al fuego que Estados Unidos no quiere en Palestina, Siria, Líbano, Yemen, Irak, Iran…seguirán. Lamentablemente ninguno de estos sismos repercuten físicamente en Uruguay, a pesar de los bienvestidos que desempolvan genocidios ya jubilados y los innombrables que les piden a esos jubilados que dejen de ser los genocidas que ellos mismos tuvieron que sufrir.
Acá las placas tectónicas se abrazan y cada cual por su lado, en el mejor de los casos, pero ni un temblorcito, nada. Si no fuera por el viento, que cada tanto se acuerda de soplar, acá no se mueve nada. Y el viento sopla en dirección opuesta a las brasas, seguramente por algún decreto de la Dirección de Bomberos.
Y hablando de dirección, sin saber nada de motores y solo encontrando en el título una especie de dilogía, que seguramente tenga que ver con esta soledad. Soledad de repercusiones, soledad también de construcciones, que no sean simplemente un desfile de opciones que aparentan nacer como respuestas pero no hacen más que afirmar las preguntas. Hay una distancia mayor que los kilómetros que nos separan del Mar de Burma, el Dniéper o el Golfo de Adén. Estamos en campos magnéticos diferentes, uniformes e intensos en el interior y débiles en el exterior.
Primero hay que intentar verlo, incluso primero hay que querer verlo porque las muestras son públicas a cada momento del día y en cualquier orden de cosas y temas. No pasa nada, no hay noticias, y si las hay, no dejan de ser un breve entretenimiento para descansar nuestra cabeza de otros entretenimientos. Y vaya un aplauso para los que saben estar en dos o tres entretenimientos simultáneos, porque los hay, hasta compiten los winners. Y vaya mi más sentido pésame para aquellos y aquellas que se autoperciben entretenimiento, lo disfrutan, “se golpean el pecho” al decir de Bertolt Brecht.
El diseño, como las muestras, es público. La bilocación no existe, por lo menos para nosotros los mortales, aunque nos vistamos de seda. No se puede estar en dos lugares a la vez, ni dios pudiéndolo hacer elije hacerlo. No se pueden llorar víctimas abrazando victimarios, no se puede escuchar una milonga con un tapón de sera, no se puede. En el mundo real, el que duele, el de los terremotos, el de las guerras, el del hambre, el de los genocidios, el del lucro…se es o no se es.
(*) Carlos Pereira das Neves es escritor, columnista y co-Director de Mate Amargo. Coordinador del Colectivo Histórico “Las Chirusas” y miembro del Capítulo uruguayo de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad (RedH)