El éxodo

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Por Lucía Sigales (*)

Somos mayores de 35 años y nos exiliamos al medio rural. La urbe, Montevideo, que parece una pulga comparada con Río de Janeiro, San Pablo o Buenos Aires, nos apabulló.

Éramos citadinos, nuestras infancias y nuestros hijos también. Volviendo al artículo publicado en el Mate la semana pasada, titulado “La Nada”, en el que tocamos el tema del vacío, de la falta de deseo, ahora escribimos otro para repensar muchas cuestiones. La ansiedad generalizada de una sociedad sin sentido, de apuros diarios, de ni siquiera conocer a tu vecino de al lado, de no tener tiempo para nada. La ciudad sirvió para jugar en la calle en los 90’, ¡qué lindo!, los Millenials tuvimos esa oportunidad. Pero nuestros hijos no, de la escuela a casa y algún afortunado al club, y otros -no tan afortunados- a la casa y la tablet o el celular en mano. El encierro, el encierro que formaba parte de los veteranos en sus últimos años se les vino encima a nuestros niños.

Aprendiendo a lidiar con todo esto en la ciudad, nosotros nos negamos, luego de atravesar miedos, patologías mentales y dolor físico, tuvimos que encontrar nuevos caminos. Irnos del país no nos gusta porque nunca dejaríamos de ser sudacas en los países Centro y los países de la Periferia en nuestra región nos abruman, mucha gente, mucha religión, violencia y odio contra todo: el pobre, el inmigrante, las mujeres y los niños.

Decidimos entonces exiliarnos al campo Uruguayo. Un pedacito de tierra para nosotros, para criar a nuestros hijos y bajar el ritmo de vida. Ya no queremos seguir en las carreras, ni profesionales ni contra el tiempo. Necesitamos estar en contacto con la naturaleza, con nuestra madre tierra. Vemos en la distancia un deseo de que todos puedan tener un pedacito de tierra en el que puedan vivir y asentarse, o por lo menos ir de vez en cuando, cuando la ciudad los agobia, dar un respiro. Ese deseo de querer para los demás lo que pudimos hacer, porque no lo tomamos como logro personal, debe ser una oportunidad para todos aquellos que luchan contra el vacío existencial diariamente y en soledad, en medio de tanta gente.

Hasta ahora se ha manejado la política de colonización para quienes ya forman parte del medio rural, pero habría que pensar nuevas políticas para quienes la ciudad ya no les brinda otras formas de deseo, hay gente en la ciudad que no conoce otras formas de vida. El costo de vida en la urbe es altísimo, en el campo nos podemos proveer de alimentos, tener un gallinero, movernos en una moto o en un auto también, como lo hacíamos en la ciudad. Lejos de lo que se piensa de que podríamos estar aislados, nos encontramos en una comunidad que da, que se acerca y nosotros a ella, que intercambiamos conocimientos, víveres y trabajo. Un éxodo que permita la descentralización hacia un medio vasto que dejase de ser el “afuera” para volverse el “adentro”.

En el medio rural tejimos redes, sobre todo nosotras las mujeres, mujeres de nuestra generación que entendimos estas cuestiones y nos exiliamos a la ruralidad. Mujeres que trabajamos la tierra y criamos animales, nos conectamos unas a otras para que nuestros hijos hagan amigos y se embarren, jueguen, se peleen, los pique algún bicho y jueguen a las escondidas entre los espinillos.

La escuela rural de tiempo completo nos ha salvado, podemos trabajar, también tener tiempo para nosotras y la casa, mejorar la alimentación de nuestros hijos porque tenemos tiempo para cocinar. Nuestros compañeros también, hacen el trabajo pesado y duro que nuestros físicos a veces no pueden, pero están en casa, criando y con tiempo para sentarnos a charlar. Charlas sobre la vida, sobre los cambios y sobre todo, sobre nuestros deseos. Necesitamos más escuelas de tiempo completo, es lo que hablamos siempre. ¿Habrá lugar para los deseos de todos en un futuro más cercano?.

Cambiamos oficinas por tiempo de vida, nos volvimos orejanos, sabiendo que nuestros hijos aprenderán -con este exilio- algunas cuestiones sobre el cambio de vida en el que seguramente se verán envueltos en algún momento de sus vidas, cuando abran más sus alas, cuando les pase por encima el trabajo y la vida les empuje “como un aullido interminable, interminable. Se sentirán acorralados, perdidos o solos, tal vez querrán no haber nacido. Pero tú siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti, como ahora pienso…”.

Algún día recordarán este exilio y lo comprenderán, en nuevas formas, pero tal vez, con más libertad.

 (*) Lucía Sigales es Licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad de la República y Técnica en Gerencia Turística por la Universidad ORT

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