Por Ricardo Pose(*)
La escritora Andrea Di Candia presentó el año pasado el libro “El brillo de tu Ausencia” editado por Mar Dulce y este año realizó nuevas presentaciones.
Resulta una lectura imprescindible y de las que sería deseable empiece a haber más producción.
Andrea “nos” devuelve a Laura desde su condición humana, desde su primer llanto anunciando su existencia al mundo que no pasaría desapercibida durante 19 años.
Rescatar a la Laura humana, aliviarla de su largo “martirologio”, poder hablar de ella con la libertad que brinda despojarla por un momento del recuerdo épico, de Laura como una muchacha con vida propia, la gurisa Laura con paso propio a pesar de su eterna condición en trilogía junto a Silvia Reyes y Diana Maidanik, sin dejar de ser una de las “muchachas de Abril”, era (es) una necesidad familiar, pero también de todos nosotros.
Andrea dice que recuperando del olvido recuerdos, empezó a tener una conversación con Laura; al fin y al cabo esta escritora, psicóloga y sicoanalista, sintoniza en el relato personalizado y no pretende nada más sencillo pero tan vital como el de Laura ser, persona, una niña nacida en una familia de clase media que se comprometió con su tiempo.
Conocerla a Laura desde allí, desnudamente humana, permite aprehenderla desde un plano donde el relato no busca la oportunidad ni el a veces mezquino cálculo político.
Andrea realiza una proeza difícil; Las muchachas de Abril fueron uno de los motivos para que la Justicia Internacional imponga al Estado Uruguayo reconocer su responsabilidad en el Terrorismo de Estado; un poco de la justicia humana llevo a la cárcel al General Juan Rebollo, encargado del operativo que las masacró.
Este aporte de Andrea también es de justicia; permite llegar a las fibras de una gurisa que como muchas y muchos de su generación optaron por no pasar indiferentes; luego la dictadura la convirtió en mártir (nadie, salvo busque un “suicidio indirecto”, lucha para ser mártir, aunque sea consciente de los peligros que se asumen, como perder la vida).
Andrea desde su pluma arma el puzzle, rescata del olvido la intensa peripecia humana concentrada en 19 años.
“Era más blanda que el agua, que el agua blanda, era más fresca que el río, Naranjo en flor, y en esa calle de estío, calle perdida, dejó un pedazo de vida..” (Homero Espósito)
¿Cómo tomas contacto con la historia de Laura?
Andrea Di Candia. Lo primero que me gusta aclarar, porque queda como muy pegado a la historia de las gurisas, es que esta es una historia de Laura, que fue una de las llamadas muchachas de abril. Uno de los hermanos me pide para escribir una historia de la vida de ella, primero me lo propone un hermano y después el otro se suma al proyecto y lo que quieren es rescatar algo que les permita recordar la vida, porque para ellos, como para todo el mundo, Laura queda pegada a las “muchachas” por un lado, y al horroroso final, lo que hace que también hasta los recuerdos de la vida se vayan borrando. Lo primero que viene a la memoria, porque la memoria es así, además, es el final.
Entonces el pedido es una vida, por supuesto, que se resignifica a partir de la muerte, si no podría ser la vida de cualquier muchacha de aquel tiempo. Pero ellos me piden eso, ¿qué puedo hacer para escribir sobre la vida?
Entonces yo dudo, me parece difícil, más les digo, yo no escribo sobre política, escribo sobre la vida, sobre historias mínimas, es otra la forma de mi escritura. Y entonces armamos este proyecto que mediante entrevistas a gente que la conoció, a la familia, a los objetos que quedaron, porque hay muchos objetos que quedaron, armar una historia que obviamente está armada con los pedazos de la memoria y la desmemoria de quienes la conocieron, más una parte que yo ficciono. (En el libro Andrea usa la imagen de esa reconstrucción con los bichitos de luz que ella de niña quería atrapar, luces intermitentes que aparecen y se apagan)
Armo como la historia de la vida de ella, hasta que se va en un taxi, un día por la calle Almería….En el propio libro yo voy alternando como cronológico la vida de Laura; en cada capítulo le voy poniendo fotos, porque la madrina de Laura, Raquel Odisio era fotógrafa, y entonces ella dejó una caja que decía Laura, era muy meticulosa. Y entonces la caja estaba llena de fotos, llena de papelitos escritos por ella, las cartas que fueron y vinieron del cuartel. Entonces fue maravilloso como insumo para escribir este libro. Entonces capítulo a capítulo yo le voy incorporando algunas fotos, otras cuestiones, cosas de la comunión, todo lo que fue su vida, su cortísima vida.
Y paralelamente también intercalo, bastante apretadamente, todos los sucesos históricos, políticos, mundiales en el Río la Plata y nacionales, que paralelamente se iban dando, no sólo desde el punto de vista político, sino también cultural. Como para contextualizar los años desde el 54’ (que nace Laura) hasta el final.
Con el ejercicio de la ficción, ¿te convertís en Laura?
No, no me convierto en Laura, y en realidad me fui dando cuenta, casi te diría que al final, que me costó mucho encontrar la voz para escribir. Primero lo escribí en tercera persona. Yo a Laura no la conocí, había conocido a su familia siendo adolescente, militando, pero a Laura ya la habían matado. Y al final encuentro una voz que me resulta entrañable, la verdad. Y es como que empiezo a hablarle a ella, empiezo a hacer como un susurro al oído en un tú. Y ahí le digo lo que me parece y lo que pienso que sucedió. Voy como acercándome a una especie de diálogo entrañable, pero no, no me convierto en Laura.
¿Podía pasar ese fenómeno?
Por supuesto que podía pasar, pero no intento eso, como un acercamiento así temporalmente, a mucha distancia. Y bueno, ahí ese acercamiento es cierto que hay algunas cosas en las cuales no me costó meterme, porque bueno, una familia clase media, del barrio Malvín, numerosa de hermanos, amante del mar, del río, bueno, esa también es una historia que yo comparto personalmente, entonces también podía sentir que me era cercano.
No me cuentes el libro, pero contame entonces la imagen de Laura.
La imagen que se lee por los testimonios de todos los que la conocieron, viste que siempre la muerte nos hace más buenos, más santos. Pero sí, todos coinciden en que era una niña, luego adolescente, y hay una expresión que usa una amiga de ella, Silvia Fiori, que dice “paradita en la hilacha”, que creo que es una expresión chilena, como mandona, resolutiva. Era la mayor de los hermanos, madura, madura con comillas, ¿no?, porque la mataron siendo una adolescente muy alegre, amante de la música, le encantaba el agua. Es tan corto.
¿Cómo lográs poner el foco este en el ser humano, en su peripecia de vida, a pesar del contexto político, y además de las opciones que ella toma?
Bueno, porque a ver, yo arranco intentando ubicar a esa niña que nace en esa familia. Es una historia mínima. Si Laura no hubiera tenido este final, tal vez sería una historia como cualquiera. Por eso digo que lo difícil para mí en este libro fue que el final resignifica la historia, la importancia de la historia de una gurisa. Y lo difícil es no pararse en el final y poder hacer la historia de una chiquilina que pudo haber sido cualquiera. Yo no me paro en la peripecia final. Si bien al final yo pongo un documento que me escribió para el libro Jorge Pan, el abogado de Ielsur sobre toda la peripecia jurídica, que fue infernal porque acá en el Uruguay se cerraron las puertas, hubo que recurrir a la Corte Interamericana hasta que finalmente se falló a favor de este caso, que incluye a González y a Tassino, dos desaparecidos. Y entonces incluye ese documento, incluye un pequeñísimo escrito en otro tono sobre lo que pasó, pero digamos como por fuera de la historia.
Es re difícil porque está adentro, pero la idea fue que realmente quedara por fuera. Cuando presentamos el libro en Salinas, Sara Méndez me dijo algo que para mí fue buenísimo, porque yo me daba cuenta que fue todo el tiempo el espíritu del libro. Pero es difícil porque uno presenta el libro y te preguntan por las muchachas, te preguntan por el final.
Porque Laura, entre otras cosas, tiene dos partes. Tiene la parte de la niña y adolescente que fue familiar, privada, íntima, y el personaje, entre comillas, que se transformó público. Entonces, obviamente quien no la conoció va a lo que conoció, que es todo lo que se sabe. Pero Sara Méndez (presa política cuyo hijo Simón nació en cautiverio y estuvo desaparecido) me decía algo que para mí fue buenísimo, y agradecía el libro diciendo que esto venía a aportar historias donde se parara en la vida, o sea que no todo el tiempo se remarcara en la ausencia. Que ojo, ya sabemos que hay cuestiones que no se pueden olvidar y que debemos conservar la memoria para que nunca más en este país haya terrorismo de estado. Por supuesto, pero que había necesidad y sobre todo de los familiares y de quienes habían querido a los ausentes por crímenes o por desapariciones, volverlos a ver vivir, palpitar, a tener la piel tibia, como se escribe en el libro de las 197 historias sobre desaparecidos.
Esa necesidad de la vida, porque si no es como matarlos todo el tiempo.
Y a mí me parecieron, las palabras de Sara, buenísimas porque creo que se trata un poco de eso. Y se trató un poco de eso, de desgajarla, y dulcemente, de las muchachas de abril, porque ellas son como un bloque, un bloque congelado, muriéndose cada 21 de abril. Y los hermanos necesitaban como sacarla un poquito de ahí, pararla en la vida y verla de vuelta, corriendo, yendo a la parroquia, tocando la guitarra.
(*) Ricardo Pose es Periodista en Caras y Caretas, Presidente sector Prensa Escrita (APU). Columnista en Mate Amargo, CX 40 Radio Fénix, Radio Gráfica, Tierra de periodistas Rocha FM, Notero en Telesur y tvg China